Café y desconocidos

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"Miradas, de las personas junto a las que paso.

Pero no me importa, y ¿sabes por qué?

Ellos no saben por qué estoy corriendo."

ORLA GARTLAND. Steps.


La habitación en la que estaba era muy bonita.

De hecho el hotel era bien conocido por su temática y decoración en general. Desde la recepción hasta dentro de los baños de las habitaciones podías encontrar citas, adornos, hechos, fotos y paredes pintadas como si el sitio fuera un libro enorme que contenía la historia de la literatura de todos los tipos, épocas y lugares, dentro de él.

Y quizá Marina se hubiese sentido más cómoda ahí y más feliz, si no fuera porque Max acababa de marcharse tras una estúpida discusión.

Demasiado estúpida, se decía a sí misma.

Ella presentía que estaba cerca del final de su búsqueda. De alguna forma soñaba y estaba ilusionada con que Daniel se hartara y viera la realidad de lo que estaba causando en el entorno que había dejado. Lo deseaba con toda el alma que esperaba de algún modo dicho sueño se hiciera realidad.

Pero por ahora tenía otro problema más en el que pensar; un problema que estuvo con ella todo el tiempo y que jamás esperó se convirtiera en algo grande: Max.

Era inútil negar que se sentía atraída por él, porque no era feo, mucho menos era un mal partido. Máximo era lo que una chica cualquiera pudiera pedir en un chico, sin embargo ese tipo de chica cualquiera no era ella. Ella era diferente. Ella sentía algo por Daniel cien veces más fuerte que lo que sentía por Max. No podía corresponderle al chico de la misma forma.

Aun así, la soledad la carcomería.

Sin meditarlo más tiempo se levantó de la cama sobre la que yacía sentada y salió del cuarto corriendo. No quería que Max se fuera, no por aquella discusión.

Bajó las escaleras a toda velocidad, pasó la recepción y salió a la explanada. Buscó entre la multitud de gente que caminaba sin cesar, que se mezclaba y ocultaba a cada individuo.

Divisó a un chico con una mochila colgada al hombro y echó a correr.

—¡Max! —Lo llamó en la distancia—. ¡Espera!

Cuando se acercó lo suficiente supo que se había equivocado de persona.

¿Cuánto tiempo le tomaba a alguien perderse en la multitud?

Y bien pudo detenerse, sin embargo siguió buscándolo.

Caminó por las calles del centro de la ciudad. Frente a la Catedral, a cafeterías, hoteles, negocios en general. Cada vez que veía a un chico con mochila lo llamaba a él, pero nunca lo encontró.

—Eres una tonta, Marina —se dijo a sí misma.

Estaba agotada, sentada en las escaleras del kiosco, desde ahí lo único que podía ver eran las múltiples parejas de adolescentes con las hormonas alborotadas, besuqueándose de una forma asquerosa y demás.

Si Max había vuelto a casa ya Marina no lo sabría.

Y eso era lo peor.

No eran amigos, y ella sentía una culpa tremenda.

Porque eso fue lo que le gritó: 'No somos amigos.' Ya que no lo eran. Únicamente eran conocidos jugando a conocerse y ayudarse. Porque si al él le hubiera interesado hablarle a ella lo hubiera hecho, a pesar de que Lorena estuviera cerca o cualquier otra persona.

No somos amigos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora