“Ama tus defectos y vive de tus errores.
La belleza está en la superficie acabándose.
Acércate más y muestra las marcas sobre tu piel.
Muéstrame que eres humano.”
—GABRIELLE APLIN. Human
Como cada vez que inicias en un colegio nuevo, donde nadie te conoce, donde nadie conoce a nadie, o al menos la gran mayoría resultan ser desconocidos para la misma mayoría. Así fue como Marina lo conoció.
Naturalmente, el primer día de clases estás completamente perdido, sin embargo, ella no lo estaba. Sabía a dónde dirigirse, cuál era su aula de tutoría, y cuáles eran sus clases de lunes a viernes y en qué horario cada una.
Tan pronto como su tutora, una mujer de casi cincuenta años, la señora Sousa, le entregó el número de casillero y la combinación del candado, fue hacia allá a intentar abrir aquella cosa.
Lo cierto era que la chica estaba tan completa de conocimientos acerca de candados, como un salmón de nadar corriente abajo. Aun así lo intentó.
La escuela era grande, lo suficiente para perderte si eras demasiado despistado. Marina serpenteó entre unos pasillos; dos a la derecha, uno a la izquierda, y tal como el croquis que la llevaba al dichoso locker dio con él a la primera.
Las manos le sudaban, estaba más que nerviosa, y su único pensamiento era: Que pueda abrir esta maldita cosa, por favor, por favor, por favor.
Mas las suplicas mentales no sirvieron de nada.
El tiempo corría, y los chicos de cursos más arriba pasaban detrás de ella y reían por sus cosas, raro era el que ella se daba cuenta que volteaba a verla, e imposible sería que alguien se detuviera a ayudarla. Quedaban cinco minutos para la primera clase, la cual, ella no quería perderse por nada del mundo.
Sus manos temblorosas y sudorosas cogían el candado. Era la última vez que lo intentaría, si no, luego pediría ayuda… No. Tenía que lograrlo. No quería verse como la idiota que cargaba todos sus libros a clases porque no los dejó en su casillero.
La idea no era muy apreciable en ese instante.
Y el último intento falló.
Se rindió.
Con un largo y profundo suspiro recargó la frente en la fría puerta metálica de su casillero. Era tan tonta; inteligente y tonta.
—Oye —la voz de un chico la hizo volver a la realidad—. Creo que necesitas un poco de ayuda.
Levantó de prisa la frente de donde la tenía y volteó hacia un lado. El casillero del vecino estaba abierto, y de ese mismo sitio venía la voz que le ofrecía milagrosamente ayuda.
—Esto… No gracias —respondió—. Estoy bien.
Se sentía como una estúpida. Ni siquiera había visto, ni oído, llegar al chico, y seguramente se encontraba ruborizada por todo aquello.
—Quizá debí ser más claro —replicó el muchacho, del cual su rostro seguía escondido detrás de la puerta de su casillero—. Necesitas ayuda.
—No, en serio…
El muchacho cerró su locker y miró directamente a Marina. Su cara expresaba realmente que entendía por lo que la muchacha estaba pasando, y ella se sintió avergonzada y a la vez un poco aliviada.
—¿Cuál es el código? —Inquirió él.
—Treinta-Cuatro-Once-Veinticinco —dijo Marina consultando la hoja que le entregó la señora Sousa.
Con maestría y precisión, o tal vez, sólo convicción, giró el candado a cada uno de los números, y con un inesperado clic el candado se abrió.
—Listo —dijo él—. Debes darte prisa, las clases empiezan en casi un minuto.
Y el muchacho se marchó.
Marina sabía que era la forma más extraña de conocer a alguien, que de hecho no volvió a toparse en los siguientes días, en los cuales tuvo que aprender por sí sola cómo abrir un candado de código.
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No somos amigos ©
Teen FictionEl chico que siempre vio junto a su casillero ha desaparecido y lo único que ha dejado tras de su misteriosa desaparición es una simple nota escrita sobre una servilleta. Ella sabe adónde ha ido o cree saberlo, pero no pondrá su atención en ello has...