La nota

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“Porque si un día te despiertas y te encuentras extrañándome.

Y tu corazón comienza a preguntarse en qué lugar de esta Tierra puedo estar.

Pensando tal vez volver aquí, al lugar donde nos conocimos”.

—THE SCRIPT. The man who can’t be moved.

En la noche era casi imposible dormir.

Primero, porque Marina sabía algo que nadie más conseguiría si ella no abría la boca.

Segundo, desaparecido, no secuestrado. Podría haberse detenido en una ciudad chica a cientos de kilómetros de donde ella se encontraba. O a esa altura de la situación, muerto.

Tercero, tenía la sensación de que algo no iba a salir bien, temía ser atacada, amenazada. ¿Por quién? No tenía idea, pero la sensación era demasiado fuerte.

—Señorita Real. ¡Señorita Real! —La voz del señor Pavez, su maestro de cálculo integral, la devolvió de golpe a la realidad.

En los últimos dos días se había sentido mareada, asqueada por todo lo que estaba ocurriendo, y por eso mismo se perdía divagando en cualquier cosa, distrayéndose totalmente de sus clases.

—¿Si? —Respondió con un hilo de voz.

—¿Se siente bien, señorita? —El hombre preguntó.

—No —dijo por automático.

Su estómago parecía hacerse nudo en su sitio, era una sensación horripilante, sentía la poca comida que había ingerido intentar salir por su garganta. Era casi como si todo lo que había dentro de ella quisiera salirse.

—¿Puedo ir… —tragó saliva— a la enfermería?

—Claro —accedió el hombre—. ¿Necesitas que alguien te acompañe?

Marina se levantó temblando y con la cara perlada de sudor. Sabía que si caminaba a la puerta resistiría el trayecto, pero más allá no estaba segura de poder lograrlo siquiera. Todavía así se irguió sobre sí misma y con voz clara y profunda respondió:

—Puedo ir sola. No se preocupe.

Por fortuna, y de verdad que se sentía dichosa, Lorena no coincidía en aquella clase con ella. No quería imaginarse cómo la trataría su amiga si la viera en aquel estado.

Avanzó agarrada de la pared, lenta y firmemente sin dudar que podía lograr llegar a la enfermería. Las piernas le flaqueaban, la debilidad se extendía por todo su cuerpo, necesitaba descansar, bueno, si es que aquello era posible.

Era tonta la manera en la que se preocupaba por un chico que no era ni su amigo, a tal grado de hacerla sentir enferma y débil, más aun así, ese chico iba a necesitar ayuda si es que acababa metiéndose en un lío de los serios, y tenía la terrible percepción de que ella sería la única que podría ayudarlo.

—¿Entonces qué piensas hacer? —Inquirió Marina nuevamente en su recuerdo.

—Morirme o largarme de aquí.

—¿Morirte? ¿Sabes que es un asunto serio, no? Piensa en tu familia, en tus amigos, tu novia. ¿Sabes cuánto cuesta morirse hoy en día? —Se sentía como dando un sermón tonto, pero era cierta cada palabra que salía de su boca. Daniel no tuvo más que asentir.

—¡Mis amigos! —Exclamó después de un rato—. Esos imbéciles —su tono era de odio, de resentimiento—. Si al menos en su vida hubiese estado del otro lado de la cara de la moneda dejarían de molestar a diestra y siniestra a los demás.

No somos amigos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora