𝐈𝐕

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𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 4
Más ᑲᥱs᥆s.



La catedral, el monumento de piedra y vitral, estaba repleto de invitados ansiosos, cada uno murmurando en anticipación. Alexander se encontraba rígido en el altar, sintiendo el peso de todas las miradas sobre él. El órgano comenzó a tocar una melodía suave y solemne, señal de que la ceremonia estaba por comenzar. La música resonaba en el vasto espacio, creando una atmósfera de expectación casi tangible.

En ese instante, las enormes puertas de la catedral se abrieron lentamente, y Su-Jin apareció en el umbral. Caminaba con una gracia forzada, intentando ocultar su inseguridad bajo una fachada de elegancia. Vestido impecablemente, su rostro estaba delicadamente maquillado, aunque él no podía evitar sentir que tal vez había exagerado o, peor aún, se había quedado corto.

Cada paso que daba le parecía torpe, y la sensación de todas las miradas fijas en él casi lo paralizaba. Sentía el calor en sus mejillas, temiendo que se sonrojara visiblemente, y luchaba por recordar cómo poner un pie delante del otro.

Mientras avanzaba por el pasillo, una ola de admiración silenciosa se extendía entre los presentes. La belleza que poseía era innegable, era aquella arma peligrosa con la que había nacido. Su maldición, quizá.

Alexander observaba a su futuro esposo, su expresión aparentemente serena, pero su corazón latía con fuerza. Un temor frío se aferraba a su pecho. "No la arruines, por favor, no la arruines," se repetía mentalmente, temiendo que un error pudiera arruinar no solo la ceremonia, sino su reputación.

Para su alivio, Su-Jin, aunque claramente nervioso, mantenía una apariencia digna. Su postura era erguida, su mirada fija hacia el altar, y aunque Alexander podía ver el miedo oculto en sus ojos, Su-Jin lo disfrazaba bien.

Eso estaba bien.

Su-Jin se acercó a Alexander con las manos temblorosas, su corazón latiendo rápido. Alexander, notando su nerviosismo, lo ayudó a subir al altar. Los invitados tomaron asiento en un silencio reverente mientras las primeras palabras del oficiante resonaban por toda la catedral. La voz del clérigo era serena e imponente, llenando el espacio con una autoridad que parecía pesar sobre los hombros de Su-Jin.

El Omega no entendía ni una sola palabra de lo que decía el oficiante. Habían practicado todo antes, y él se limitaba a recitar las respuestas correctas en los momentos apropiados. Sin embargo, cualquier oído atento notaría la falta de pasión y sinceridad en sus promesas matrimoniales. Los gestos ensayados y las sonrisas forzadas apenas lograban convencer a los presentes de que todo era genuino.

La ceremonia transcurrió con la precisión y el esplendor esperados de una boda de la alta sociedad. Los votos fueron pronunciados y los anillos intercambiados, mientras los aplausos llenaban el aire. Alexander, con una amabilidad inesperada, notó la incomodidad de Su-Jin y evitó besarle en los labios, optando por un beso suave en la frente. A pesar de ello, los invitados vitorearon y aplaudieron, ajenos a la realidad.

Al salir de la catedral, los flashes de las cámaras estallaron, cegando a Su-Jin y capturando cada detalle del momento. "Sonríe," le susurró Alexander, y una débil sonrisa forzada apareció en el rostro del chico. Los fotógrafos no dejaban de disparar sus cámaras, mientras los guardaespaldas mantenían a raya a los paparazzi y a la multitud que se amontonaba.

Su Jin, abrumado por los flashes y la atención, apenas podía ver por dónde caminaba. Era la primera vez que se encontraba en una situación así, y la presión era inmensa. Alexander, tras dejarse tomar unas fotos por un tiempo breve, tomó la mano de Su-Jin y lo guió rápidamente hacia una limusina blanca decorada con flores. Un par de guardaespaldas les abrió las puertas, permitiendo que Su-Jin subiera primero. Alexander lo siguió, y los vidrios polarizados de la limusina le dieron un respiro de los flashes que casi lo habían dejado ciego.

Cautivos del Destino. (YAOI | TÓXICO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora