𝐕𝐈𝐈𝐈

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𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 8:
L̶a̶ ̶o̶f̶r̶e̶n̶d̶a̶ ̶d̶e̶l̶ ̶d̶e̶s̶t̶i̶n̶o̶.̶



Su-Jin había esperado pacientemente toda la noche, tratando de acallar la ansiedad que crecía en su pecho a medida que avanzaban las horas. La cena que había preparado hacía tiempo se había enfriado.

Las manecillas se movían lentamente; eran las once, luego las once y media, y aún no había señales del alfa. Sus dedos tamborileaban con nerviosismo sobre el sofá. El silencio de la casa se tornó insoportable. Encendió el televisor.

Algo que odiaba era el silencio.

Después de horas de espera y ocho llamadas sin respuesta, el agotamiento lo venció. Se arropó en el sofá, solo para darse cuenta de que, en algún momento, el cansancio lo había vencido. Cuando despertó con los primeros rayos de la mañana, el frío que sintió no venía de la temperatura de la casa, sino de la helada certeza de que Alekzandr no había vuelto. Se levantó pesadamente y se dirigió a la cocina, pensando en qué hacer con la cena intacta de la noche anterior. El ruido de la puerta abriéndose de repente lo sobresaltó; su corazón latía rápido mientras giraba para encontrarse con la figura del alfa entrando por la puerta.

¿Dónde se había metido él toda la noche? 

Alekzandr apenas se mantenía en pie, con el cabello húmedo, la ropa arrugada y un olor que mezclaba el tabaco con algo más agrio, alcohol.

¿Dónde había estado? La pregunta quemaba en su lengua.

Alekzandr simplemente murmuró algo sobre un contratiempo que tuvo, y eso fue todo. No le dijo más, no le debía explicaciones, y Su-Jin lo sabía. No tenía ningún derecho sobre él, ninguna autoridad para cuestionar sus acciones.

Su-Jin apenas pudo contener una mueca de disgusto. Claro que había salido a beber, y quizás había algo más, pero en su situación no podía reprocharle nada. Así que, tragándose cualquier rastro de incomodidad, sin decir palabra, se acercó a él y lo tomó por el brazo, sosteniéndolo mientras lo conducía escaleras arriba hacia la habitación. 

Después de ayudarlo a tumbarse en la cama, Su-Jin bajó a la cocina y comenzó a preparar un caldo para la resaca, algo que sabía que Alexander necesitaba. Con manos rápidas cortó y sazonó. Subió con el plato humeante, lo encontró dormido, Su-Jin dejó el plato en la mesa y se sentó junto a él, dándole un leve empujón en el hombro hasta que el alfa abrió los ojos, aún en un estado de aturdimiento. "Vamos, come un poco," le dijo. Alekzandr se negó al principio, pero Su-Jin persistió, soplando cada cucharada antes de acercarla a sus labios. El alfa obedeció, tomando un par de cucharadas. Apenas lograba enfocar la vista y parecía más un muñeco que alguien consciente de su entorno.

Alekzandr preguntó de repente, con su voz ronca, qué había pasado con la empleada. Luego le arrebató el plato de las manos.

Su-Jin tomó aire, el momento que había estado temiendo finalmente había llegado. Forzó una sonrisa, tratando de proyectar confianza. Le dijo que le contaría luego, que por ahora se centrara en comer.

Alexander lo miró en silencio. Luego se reclinó en la almohada y tras tomar las últimas cucharadas, soltó un suspiro de cansancio. "Luego hablamos," dijo el Alfa, su voz áspera y agotada, sin siquiera molestarse en mirarlo. "Quiero dormir."

Su-Jin se retiró sin decir nada, dejándolo descansar, mientras él se refugiaba en otra habitación. Dormitó unas horas, aunque el sueño le fue esquivo y pesado. Despertó a las once de la mañana. Se levantó rápidamente, consciente de que tenía una casa que atender. Dariya se había ido, y ahora era él quien debía tomar el control de las tareas.

Cautivos del Destino. (YAOI | TÓXICO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora