Especial 3: El que renació de las estrellas

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Al principio, después de que su conciencia despertó, Shesh pensó en ignorar las súplicas del mortal, como hacía cada vez que los humanos rogaban en su templo; pues, a pesar de que lo consideraban un dios, él era más consciente que nadie de que no lo era, ¿entonces por qué molestarse en actuar como uno?

La poca calidez que desarrolló alguna vez hacia la humanidad se había enfriado ante la sensación de desconocimiento por el mundo repugnante en el que despertó.

Sin embargo, recordó enseguida que el poder de Reyha no podía romperse a menos que se cumpliera la única excepción que estableció: que la sangre de la mujer que amaba fuera derramada sobre la prisión en la que había decidido morir. Después de darse cuenta de la posible identidad del joven, Shesh no tuvo más remedio que ayudarlo. No podía darle la espalda a un descendiente de su único amor.

Así que lo salvó. Desde entonces, lo acompañó en su camino hacia la venganza y el ascenso al poder; lo protegió cuando era necesario y cumplió sus deseos si no quedaba otra opción.

No obstante, aunque estaban juntos, ambos no podían estar más solos. Para G'Hässan, la piedra mágica no era más que un tesoro familiar; para Shesh, el joven era un constante recordatorio de que la mujer de la que se enamoró hace quién sabe cuánto tiempo tenía a alguien más en su corazón, alguien que nunca podría ser él.

Un semidiós cuyo poder decrecía con el tiempo y un joven solitario que no tenía un propósito claro en su vida.

Shesh pensó que, al morir G'Hässan, tal vez él podría descansar en paz al fin, porque con él, la línea de sangre de su amada desaparecería.

Entonces, cuando el susodicho pereció, Shesh perdió todas sus esperanzas improbables; estaba listo para regresar a su sueño eterno y desaparecer sin siquiera saberlo. Mas, no fue solo la esperanza lo que dejó ir: su vacío, insatisfacción e incluso la sensación de injusticia que ocultaba en su corazón se esfumaron. Por fin entendió que ni siquiera en la muerte podría tener el corazón de su amada, que no importaba cuánto lo intentara, hay destinos irrompibles y deseos imposibles de cumplir.

Con esta aceptación, le dijo adiós a su propia existencia.

Sin embargo, no esperaba que el último aliento del joven que se había transformado en viejo fuera en realidad el principio de todo.

Shesh, que en el mundo de Reyha todavía era reverenciado como la serpiente cuyo cuerpo podía rodear tres veces el mundo, pudo hacer mucho más que eso: abrazó el universo. Vio su propia alma expandirse, liberarse de la piedra que la aprisionaba para dispersarse en el cosmos, de vuelta a su génesis primordial.

Una vez, Amira, la mujer que una vez amó, le dijo que todos los seres estaban hechos de polvo de estrellas. Siempre pensó que era solo una forma romántica que los humanos inventaron para percibir sus orígenes, no obstante, lo entendió con claridad en ese momento.

A punto de morir, supo que Amira tenía razón, él iba a volver a las estrellas que le dieron a luz. Iba a descansar.

Pero, como nada ocurría nunca en favor de él, el alma de Shesh no se apagó, como pensó que debería sucederle al morir. No. Podía sentir su existencia rota flotar en la oscuridad solitaria del universo. Ni la luz ni la oscuridad podían ser distinguidos por los ojos que ya no tenía.

Creyó que permanecería así por la eternidad.

Solo.

Como toda su vida, que a pesar de estar rodeado de otros seres vivos, nadie más que Amira lo llegó a comprender; aunque al final ella también lo dejó.

Entonces, mientras se mimetizaba con las estrellas a punto de nacer o perecer y se perdía en el espacio sereno, escuchó una voz.

La última voz que le habló antes de morir como semidiós, era a quien, de forma inconsciente, consideraba su hijo adoptivo, G'Hässan.

Al principio era vaga, sus palabras indistinguibles; parecía conversar con alguien más. Conforme el sonido se hacía más claro, Shesh podía sentir que su alma fragmentada era atraída, no solo para reconstruir su ser, sino guiados en una dirección determinada.

—... sí, tal como sospeché —comentó una voz baja y ronca, un poco nasal, con algunos tonos siseantes—. Esto es de hecho un raro tesoro etéreo, pero se rompió el enlace entre el objeto y el poder que contenía. Si continúas inyectando tu esencia en él, podrás restablecerlo...

La voz cansada de G'Hässan respondió, queriendo saber cuánto tiempo tomaría, parecía que no podría aguantar mucho más haciendo lo que sea que el otro le haya instruido. El otro solo instó a que continuara todo lo que pudiera.

Después de lo que Shesh sintió como una hora, otra vez anidaba dentro de la piedra, pero se sentía mucho menos restringido que cuando Reyha lo metió ahí. Ahora la conversación entre las dos personas podía escucharse sin restricciones y también veía lo que sucedía alrededor.

Nunca imaginó que, cuando yacía en las estrellas, volvió a nacer a partir de ellas .

Shesh notó el cambio sutil en su alma y cómo el corazón que no debería sentir, ya que no tenía un cuerpo físico, palpitaba fuerte en su pecho.

Amira, tenías razón. Si yo renací de las estrellas, entonces tú deberías haberte convertido en una.

Con ese pensamiento en su corazón, Shesh supo que, si pudiera volver a verla, ya no pensaría en lo injusto que era amarla tanto y no poder decirle nada por temor a perder su amistad, en cambio, le agradecería que al menos gracias a ella tuvo mucho en lo que pensar mientras su alma se hacía polvo en el cosmos. La soledad de la muerte le hizo valorar aún más el poder tener a alguien a su lado.

Gracias, Amira. Y adiós.

Dejó ir su amor por ella, también su recuerdo.

En un lugar recóndito de su memoria, el nombre de Amira quedó sellado para siempre. Ya no tenía que sufrir por su amor unidireccional, no tenía que torturarse por su propia soledad, ni repetir los recuerdos al lado de ella una y otra vez hasta preguntarse si, de no haber nacido como un monstruo, Amira habría mostrado interés en él.

Ahora era libre para amar o no a cualquier otra persona en el futuro, y cuando veía al joven que crió como si fuera su propio hijo, no sabía de dónde venía el cariño paternal que sentía hacia él, así que solo lo consideró un afecto natural que venía con tanto tiempo que llevaban de conocerse.

—¿Esto es? —preguntó la extraña voz que conversaba con G'Hässan.

—Un conejo... Le gustaban mucho a alguien que era muy importante para mí —respondió el susodicho.

Shesh, que no había tenido tiempo de mirar con cuidado su propio cuerpo por asombrarse con el renovado aspecto joven de G'Hässan, verificó que de hecho ya no era lo que antes fue.

—Mucho gusto en conocerte. ¿Cómo debería llamarte, pequeño?

Entonces te olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora