Lo último que Lewin recordaba antes de perder el conocimiento no era el filo de la daga enterrándose en su carne, ni las palabras llenas de resentimiento que el extraño le susurró, sino la desconcertante familiaridad de la mano del hombre sobre su cintura. No sabía cómo se sentía al respecto, porque por un lado le daba escalofríos la forma con que lo retuvo, como si cualquier movimiento de escape pudiera ser contenido de esa manera, pero por el otro, la firmeza de esa mano casi transmitía la protección de un abrazo. Era desconcertante... Sin embargo, Lewin no era el único que se sentía en conflicto por lo que sucedió al final de esa prueba.
—¿En qué estás metido? —preguntó una voz con un tono desinteresado y risueño.
Al ver sus pensamientos interrumpidos, el hombre encapuchado, que hasta ese momento se escondía en las sombras mientras miraba su daga, sa acercó a una ventana, solo que a través de esta no se podía ver nada, pues una espesa niebla bloqueaba incluso los rayos de sol.
—Solo limpio la sangre sucia de los traidores —respondió de forma hosca—. La pureza de una daga no debe mancharse con esas cosas repugnantes.
—Mmm —canturreó la otra persona en la habitación—. Odias mucho a los traidores —rió.
—Los traidores deben morir —repitió como siempre lo hacía cuando se mencionaba el tema.
—Como digas —el niño que hasta ese momento no se había materializado apareció frente a él—. ¿Entonces todo resultó bien en la misión de reconocimiento?
—Está hecho.
—No es lo que pregunté.
El hombre guardó silencio, no dispuesto a hablar más con el niño.
—Eres muy irrazonable —se quejó el pequeño, pero parecía más divertido que nada—. Creo que realmente te lavaron el cerebro, eh.
Como respuesta, el hombre resopló y guardó su ahora reluciente daga. No pudo evitar notar una diminuta gota de sangre en el mango, lo que le llevó a pensar de nuevo en el joven al que pertenecía esta. Un traidor, se recordó, pero hubo un titubeo extraño en su corazón, el mismo que al final le impidió asesinar a esa persona.
—A veces, cuando te quedas así mirando a la nada, me pregunto en qué estarás pensando, porque bueno —agregó disimulando su risa—, creí que los matones de esos tipos no eran capaces de tener pensamientos propios.
—No soy un matón.
—Sabes a lo que me refiero, quiero decir, tú eres...
—No sé qué quieres decir —lo calló el hombre—. Largo, me fastidias.
El niño se rió de las palabras del encapuchado y su cuerpo comenzó a desaparecer.
–Adiós, H —dijo por última vez en su tono lleno de diversión.
H, el hombre encapuchado, frunció el ceño al aire donde antes estaba K y donde ahora solo quedaba un objeto que brilló debido a los rayos de luz que lograron colarse a través de la espesa niebla del exterior. Aunque el niño le parecía molesto, H siempre guardaba los regalos que K le dejaba. Esta vez fue un espejo.
Mirando en su reflejo la piel reseca por los ambientes inhóspitos, el ojo ciego y la cicatriz en el lado izquierdo de su cara, H volvió a pensar en el traidor con el que se encontró esa mañana. La cara del pelirrojo era muy atractiva incluso con la expresión de dolor y preocupación que tenía en su rostro.
Un impulso violento sacudió su cuerpo: rabia. No entendía hacia quién iba dirigida o de dónde venía esa emoción tan intensa, así que se lo atribuyó al hecho de que no se deshizo del traidor. Si lo volvía a ver, tenía que matarlo.
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Entonces te olvidé
FantasíaLewin tuvo una vida común hasta el momento de su muerte. Cuando volvió a abrir los ojos, estaba en un lugar extraño. Al principio creyó que se trataba del "más allá", hasta que una voz le dijo que su muerte en realidad ocurrió hace muchísimo tiempo...