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Frente a las escaleras de la estación, el Chihuahua de Melanie comenzó a ladrar, y ésta intentó callarlo. Leo logró observar como un charco de agua goteaba cuesta abajo desde la cima, sin embargo, solamente parecía ser parte del húmedo ambiente en el que se hallaban. Sergio se tambaleaba de forma lenta y tosca ante la misma, mientras que tanto Diego abrazaba a Jessica.

—¿Acaso crees que un bicho de esos nos descubra allá arriba? —preguntó Leo.

—Lamentablemente no podemos averiguarlo sino hasta que subamos. —repuso Sergio.

Leo pisó el primer escalón, y en un envión algo improvisado, decidió comenzar a tomar impulso para seguir subiendo. A sus lados lograban encontrar carteles políticos y de obras públicas, además de uno que otro panfleto de «Trabajador reparador de televisiones» y «Vende jabones Natura» El sonido del aire en la superficie se estaba volviendo más intenso acompañado de un ligero chiflido que parecía provenir de un edificio, y aquello perduró hasta que pisaron la superficie.

El teatro Broadway iluminaba con una energía hacia las oscuras calles, tanto así que hacía parecer que había gente dentro; sin embargo, toda la cuadra parecía un pueblo fantasma de alguna película post-apocalíptica, y ellos serían los protagonistas. Frente a ese edificio se hallaba un maxikiosco abierto el cual no tenía a ningún humano dentro vendiendo, y no había fila alguna como solía ocurrir normalmente.

—No hay nadie —recalcó Leo.

—Bueno, parece que es el fin del mundo. —dijo Sergio con cierta melancolía. Melanie, tanto como el resto del grupo, no tuvieron nada que decir en ese momento. Era casi como si la tierra se hubiese tragado a todo ser humano en la zona. Frente a ellos se hallaba un Chevrolet Onix estacionado con el vidrio roto, y en las calles no parecía haber ningún vehículo, a pesar que siempre ese lugar estaba lleno de gente. En una de las veredas pudieron observar el cadáver en descomposición de un perro, pero no pudieron detectar qué le había ocurrido.

—Por eso ladraba el perro. —musitó Sergio.

—¿Crees que haya esperanza para nosotros? —preguntó Leo.

—Creo que solamente nos queda vagar por la zona en busca de comida. —repuso Sergio.

—Bueno, al menos tenemos una buena vista —convino Leo. Ambos voltearon y en esa misma calle lograron apreciar el famoso obelisco que representaba al país de cierta forma para muchos extranjeros; aunque para Leo, había edificios que tenían más interés histórico, como lo sería el cabildo —que se hallaba a muchas calles de distancia, tomando la diagonal, yendo hacia el mar—.

—Creo que tendremos que seguir —agregó Leo—, quizás encontremos a alguien en el camino.

—¿Hacia donde decís que es mejor caminar? —inquirió Sergio.

—Supongo que para el obelisco es una buena opción. —repuso Leo. El grupo concordó en hacer caso a dicho consejo y todos caminaron por la avenida corrientes hacia el gran monumento que se hallaba cuando ésta cortaba con la nueve de julio. Leo sintió un nudo en la garganta cuando observó la cantidad de negocios al acercarse a la misma. Frente a ellos había un KFC abierto, sin embargo, por dentro estaba vacío. Al lado de dicho edificio había una tienda llamada «Gifts», y él dedujo que muy probablemente los extranjeros iban a comprar suvenires a ese lugar cuando visitaban la zona de San Nicolás (Microcentro). La puerta de absolutamente todas las tiendas en esa calle estaban abiertas, pero nadie se hallaba dentro haciendo negocios, y probablemente nunca más verían un escenario de ese tipo.

—¡Estamos en la mierda!—exclamó Sergio al ver el panorama.

El grupo siguió acercándose al lugar hasta que Leo notó algo en la cima del obelisco; había una tela de araña gigante la cual tenía atada un borde a la punta del monumento, otro al hotel Tierra del lado de dónde procedían, y un tercero se dirigía hacia una oficina inmobiliaria en un edificio de nueve pisos. En la misma se hallaban merodeando unas tres arañas del tamaño de una furgoneta para las mudanzas.

—Hay más de esos bichos. —dijo Leo.

—Claro que sí —repuso Sergio.

—Creo que sería mejor dar la vuelta, y volver por dónde vinimos. —opinó Leo.

Él volteó, Sergio lo imitó, y el resto del grupo, que estaba llegando, supo que debía hacer lo mismo. Otra vez volvieron a observar al lado derecho el teatro Broadway. Leo recordó que una vez fue a observar una charla en ese lugar acerca de ahorrar para casos de emergencia, y esa misma semana se le había roto una tubería de gas, por lo que tuvo que cerrarla y llamar a alguien que la repare. Le ocurrió algo similar una vez que la luz de su casa comenzó a parpadear cómo si fuese parte del set de El Exorcista. Los de la empresa Edesur decidieron no hacer nada al respecto porque era un problema interno de la casa. En ese instante era muy probable que no haya oportunidad de que algún Edesur habilite nada, y era muy probable que en varios días ocurra un apagón mundial, si es que en ninguna parte había más humanos que ellos.

Durante el camino de regreso, Leo volteó por la calle Libertad, que cortaba con Avenida corrientes. Tras un contenedor de residuos se hallaba un hombre mulato que poseía una campera deportiva Nike con una capucha y unas gafas de sol con dos patillas diferentes, una que era Glamba y la otra —quizás un repuesto después de una reparación —, tenía escrito Banana en ella. Poseía pantalones vaqueros holgados con rodilla rota, y unos zapatos de cuero marrón. El hombre esbozó una reluciente sonrisa al verlos, como si estuviese feliz de saber que había más personas pululando por el área.

—¡Hola! —Saludó el hombre—; este lugar es muy peligroso —agregó. Para Leo era una afirmación muy evidente. 

Tren sin destino © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora