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Un aroma embriagante se desprendía de aquellas máquinas de Nescafé que habían preparado dos capuchinos y un late para Melanie. Para Leo, el primer mejor aroma que algo podía tener es el de una cafetería. El favorito de Sergio era el de un Axion de la ruta al momento en el que cargaba nafta, seguido del olor a caucho que desprendían los locales Rosmi. Melanie tuvo en cierta época problemas para dormir, a lo que en el hospital le habían recetado diazepam en comprimido, sin embargo, cuando tomaba café prefería hacerlo con poco del mismo para evitar tener ansiedad. Sergio solía visitar el Starbucks de Puerto Madero con su familia, pero aquellos recuerdos serían seguramente sobre cosas que nunca más volverían a pasar, y el ardor emocional que evocaba la amarga separación, le llegaba al momento de pensar en ello. Leo echaría de menos comprar pizza en el Ugi's de Alem, con su lema «No a la droga, sí a la pizza. Siempre imitada, nunca igualada», de la calle Sarmiento 453 al que iba cuándo estaba de novio, pero que siguió concurriendo después de su separación con Karol.

Federico llegó con tres tazas de porcelana encima de una fuente de plata, haciendo equilibrio casi perfecto como un malabarista del Circus Solei. Después de llegar hacia la mesa, con una delicadeza extrema colocó las tazas en ella, frente a Leo, Sergio y Melanie. Sergio hizo un sutil gesto con la mano un momento antes de llevarse la taza en la boca, indicando un okay de su parte. Leo bebió su café después de levantar el dedo pulgar. Melanie agradeció al momento en el que colocaron la taza en la mesa.

El día transcurrió con total normalidad, el trío se relajó un poco después de beber el café, pero Leo tenía en la mira a un hombre, el cual estaba mirando a través de las persianas de una ventana del Jockey Club, y lo llamó, en su mente, Hombre paranoico. Él se levantó de su cojín de color rojo carmesí el cual poseía la suavidad de las nubes, y se dirigió lentamente hacia el hombre, mientras que Sergio y Melanie lo miraban con cierto aire de nerviosismo. Es lógico que iba a ver a alguien así, pensó Leo, después de todo, lo que vivimos no fue ni medio normal.

—¡Buen hombre! —llamó Leo, pero el hombre no contestaba. Leo extendió su brazo derecho, y lo colocó lentamente por encima del hombro del tipo paranoico. En su pensamiento esperaba que no se voltee repentinamente o lo golpee del susto, pero tampoco respondió.

—¡Señor! —insistió Leo, en ese llamado el hombre paranoico volteó lentamente su cabeza hacia él, sus ojos expresaban total temor, como si estuviese esperando a la muerte misma.

—¿Qué pasa? —inquirió el hombre paranoico.

—¿No vendrá a tomar café con nosotros? —preguntó Leo.

—¿Crees que puedo quedarme tranquilo dejando la ventana al descubierto? —repuso el hombre.

—Tu presencia es ínfima para seres tan abominables —contestó Leo— de un golpe te sacan volando. —agregó.

El hombre volteó completamente su cuerpo, dándole la espalda a la puerta después de tantas horas.

—Creo que deberíamos revisar todas las ventanas; a ver si se nos cuela una —dijo el hombre—. Ya una vez ha entrado una araña a un refugio en el que estuve.

Leo masajeó el hombro del muchacho, y poco después volvió a bajar la mano. Algo de lógica tenía, pero si ya después de un día desde el inicio de toda la situación aún no entró ninguna araña de esas, entonces era muy probable de que ese lugar sea bastante seguro como para desarrollar una colmena.

—Tranquilo, ya pasó un día desde que aparecieron esas cosas y no ocurrió nada grave en éste lugar. —explicó Leo.

Los hombros del hombre paranoico bajaron repentinamente en el momento en el que dio un suspiro, se relajó un poco, puesto a qué estaba bastante tenso, y dijo:

—¿Crees que pueda confiar en que no ocurrirá nada?

—Sí —repuso Leo.

—De acuerdo —dijo el hombre.

Ambos se sentaron en una de las almohadas color rojo que se encontraban antes. El hombre comenzó a disfrutar del delicioso café de la máquina, el cual embriagaba a cualquiera que lo huela.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Leo.

—Me llamo Eduardo —se presentó el hombre—; Eduardo Pergorinni.

—Encantado —replicó Leo.

En ese momento la charla fue interrumpida por un muchacho pelirrojo que había subido la escalera, algo exhausto, se acercó a Rodolfo y Federico.

—Señores, tenemos un problema.

—¿Cuál? —inquirió Rodolfo.

—Un hombre desesperado acaba de llegar —dijo el joven pelirrojo—; está herido...

Tren sin destino © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora