Cruzaron un par de calles desde el restaurante Petit Colón, un lugar dónde en aquellas épocas en las que el mundo estaba bien, aquellos con buena economía solían realizar cenas familiares, mientras veían el ambiente, el cual parecía sacado de una mansión y el mismo estaba relacionado al teatro homónimo. Llegaron, después de tres calles recorridas, a un supermercado Coto, el cual se encontraba en la calle Viamonte. El edificio, de afuera, parecía no emitir señales de vida dentro. Algunas de las góndolas que podían ver desde las ventanas se encontraban destruidas totalmente, pero la gran mayoría parecía no haber sido tocadas; cosa rara para Leo, ya que normalmente suelen vaciarse rápido, en especial si tenían el papel de Precios justos, un programa del gobierno el cual arruinaba la economía aún más.
—Llegamos —dijo el hombre—; por cierto. No me presenté; me llamo Federico Martínez.
—Encantado —dijo Leo—; yo soy Leonardo Cabral.
—Yo me llamo Sergio —dijo Sergio—; y ella es Melanie.
—Encantado —dijo Federico, mientras se inclinaba y levantaba su sombrero en señal de reverencia. Leo observó dentro del supermercado. El mismo le daba mala espina, pero aún así parecía enriquecedor ver tantos insumos en un solo lugar. La última vez que fue a un Coto, Leo había comprado dos almohadillas para su sofá, las cuales resultaron ser muy cómodas para sentarse a ver Netflix en su televisor Philips. En ese momento, ese lugar no se veía tan vivo, sino que parecía que todo en su interior había muerto, y a Leo no le extrañaría toparse con algún cadáver en medio de algún pasillo. De arañas no parecía haber señal alguna, pero aun así, el lugar le daba mala espina. Sin duda, el Coto de la calle Vialmonte no era el mismo al que Leo iba a comprar en Alem, pero él podía imaginarse las largas filas que solía de esperar en el caso de que haya mucha gente, o el sonido de los juegos mecánicos para los niños cuando tomaba la puerta de salida y se quedaba para acomodar las bolsas. Melanie parecía igual de sorprendida por el aspecto vacío que tenía el lugar, y desprendía un ademán de nervios al resto del grupo.
—¿Se atreverían tan siquiera a entrar en éste lugar? —inquirió Federico.
—Parece que será complicado decidir. —repuso Sergio, algo pálido. Leo sabía que entrar a ese sitio equivaldría a sentirse como un Neandertal buscando comida en el medio de un mundo salvaje; debía elegir si salir de su zona confort o simplemente regresar para no correr riesgo a cambio de comida.
—Es arriesgarse —dijo Leo—, como en el amor...
—O en la guerra. —interrumpió Sergio.
—Leo tiene razón —asintió Federico—, sin duda alguna, es arriesgarse o regresar sin nada. —agregó.
El grupo comenzó a darle la razón a Leo, la mejor idea era arriesgarse para salir con algún insumo; lo necesario para poder comer, o quizás robar algún generador del supermercado con el objetivo de tener electricidad en la colmena. Algo ocurriría, en algún momento, tarde o temprano.
—Entonces solamente nos queda entrar. —dijo Leo.
Las puertas del coto se abrieron, y el cuarteto entró hacia la sala principal. A lo lejos se podía presenciar el montón de estanterías que albergaban todo el lugar. No había rastro visible de algún bicho, o algo que pudiese atacarlos, pero Leo seguía sintiendo que debía ponerse a la defensiva. Sergio se hallaba más pálido que nunca, perdiendo el color rojizo de su cara regordeta. Mientras tanto Melanie avanzaba paso por paso, con algo de precaución —por no decir temor— hacia las arañas.
Leo volteó en una de las primeras hileras, y después se detuvo, para observar detenidamente al resto.
—Es demasiado para llevarlo todo —dijo—. Supongo que deberíamos sacar algunas cosas, y avisarle al resto de la colmena sobre éste lugar.
—Igualmente, dudo que no sepan de su existencia. —agregó Sergio.
—Creo que podemos usar los changuitos para las compras —dijo Federico—, y así podremos llevar más en menos tiempo; aprovechando la situación. —agregó. El resto del grupo asintió sin dudar, y regresaron a la entrada para encontrar los carros desparramados por el suelo. Leo agarró uno, y lo levantó, colocándolo recto en el mismo. Coto se podía leer en la inscripción del mismo.
—¿Vamos? —inquirió Leo, tomando el manubrio del carrito con fuerza. El resto del grupo asintió.
Caminaron nuevamente hasta el primer pasillo y doblaron hacia la izquierda. Las estanterías mostraban cubiertos, y muchas herramientas para servir la comida (platos, tenedores, cuchillos, cucharas, etc). El pasillo era extenso, e interconectaba con otro pasillo que era de bebidas alcohólicas. Quizás a nuestros hermanos les guste esto, pensó Leo, pero debe ser algo de suma necesidad lo que llevemos. Pero después recordó: «Un buen vino es importante, dijo Osvaldo». Leo tomó dos botellas de vino, y prosiguió hasta el pasillo de los lácteos, donde repentinamente comenzó a sentir un olor pútrido como a carnicería. Él volteó, y ahí estaba; cinco filetes de lomo, dos costillas de cerdo, siete empaques de pollo, y abajo un cadáver humano. Leo abrió la boca de la sorpresa. El resto del grupo siguió su camino hasta llegar al mismo lugar. Federico había tomado en los pasillos anteriores una cajetilla de Philip Morris y un encendedor verde que parecía un lanzallamas, para comenzar a fumar, pero quedó tan impactado al ver el escenario, que casi se le cae el cigarrillo de la boca.
—Leo —llamó Sergio—; ¿Ves lo mismo que yo? —agregó.
Un ademán de incertidumbre y confusión se apoderó del grupo, ¿Acaso había otros bichos de esos ahí? Se preguntaban. Rastros no había, pero ¿Quién sabe?
![](https://img.wattpad.com/cover/320405781-288-k512927.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Tren sin destino © ✔️
HororAlgo acecha a los pasajeros del tren desde las penumbras tras las ventanillas, y poco a poco ellos observarán a la muerte a los ojos. En el subterráneo de Buenos Aires, Leo volvía a su casa después de una larga jornada de trabajo, cuando por algún m...