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—¡Mierda! —exclamó Federico—. ¿Eso de dónde vino?

—¡Coño! —maldijo Melanie.

Leo observó el amplio panorama que le ofrecía su posición en el área; un cadáver de una mujer, la cual parecía tener un agujero dónde debería estar su cara. La sangre inundaba los alrededores del mismo, y parecía haber un rastro de ella; como si la mujer antes de morir hubiese sido arrastrada por algo. El solamente ver aquello, hacía sentir nauseas a Melanie, quien recordó aquello que ocurrió con el niño de las Doritos en el metro. «Mantén la compostura —pensó» Sentía que estaba a punto de desmayarse.

—¿Acaso habrá uno de esos bichos por acá? —preguntó Sergio.

—Ni idea. —repuso Leo.

—¡Esto sí da miedo! —exclamó Melanie. Retrocedió un poco, y golpeó su espalda contra algo que la hizo voltear inmediatamente. Tras ella había un maniquí con figura de un hombre elegante extendiéndose como en una reverencia, y en ese mismo lugar iniciaba el pasillo de la ropa.

—Tenemos que dejar de distraernos —dijo Sergio—. Si seguimos así, y hay de esos bichos; nos van a atrapar.

—Cierto —contestó Leo—, si seguimos perdiendo el tiempo, y uno de esos bichos ronda por acá; nos comerán.

—¿Pero qué tenemos por hacer? —inquirió Melanie.

—Creo que lo primero es conseguir insumos —dijo Leo—, y después, si hacemos tiempo, podemos llevarnos el generador de energía para el momento en el que se apaguen las luces de toda la ciudad; de esa manera haremos funcionar los frigoríficos. No nos queda más remedio que hacerlo, o perecer.

El grupo, después de ponerse de acuerdo, se separó. Mientras Sergio y Federico caminaban llenando su carro de artículos comestibles, Leo y Melanie entraron al almacén del supermercado. Tras las persianas lograron comenzar a sentir el frío de los frigoríficos, mientras que el olor a carne fresca se extendía por el ambiente. Leo observó que Melanie comenzó a tiritar, a lo que se detuvo para sacarse la campera. La misma parecía engancharse a su cuerpo, dificultando el proceso, pero logró quitársela para que Melanie pueda usarla.

—G-gracias —dijo Melanie—, en serio.

—No hay de qué, Mel —contestó Leo—. Creo que por acá cerca debe estar el generador eléctrico.

Caminaron por todo el pasillo del almacén, viendo trozos de carne colgando de ganchos, hasta que se detuvieron en otra puerta. Tras la misma se hallaba el generador.

—Creo que es ese. —dijo Leo.

—El asunto ahora es llevarlo —replicó Melanie. Ambos se miraron la cara—. Éste lugar está horrible, así que mientras antes, mejor. —agregó. La cámara estaba tan fría como un glaciar, y el olor de la carne cruda se volvía totalmente nauseabundo cuando rato atrás habían visto un cadáver en mal estado.

Los carritos llenos de cajas abundaban el almacén del supermercado; algunos tenían cajas de leche La Serenísima o Casanto dentro. La más barata y con buena calidad sería Armonía, mientras que la más cara, pero con un sabor tremendo era Las tres niñas, la cual Leo solía tomar a menudo. Las leches que no tenían en el envase las palabras Larga vida debían de refrigerarse para evitar su putrefacción, así que los que dirigían el supermercado las colocaban en el frío. Había veces que los supermercados como Coto hacían ofertas que eran una ganga universal, ya que tan solo comprando tres te llevabas el precio de dos de ellas. Las leches que sí tenían dichas palabras, podían estar fuera siempre en cuando no hayan sido abiertas. Para Leo, la leche sabía bien si la comía con cereales, primero colocando los cereales, aunque Melanie colocaba la leche primero.

—Muy bien —dijo Leo—, lo tenemos. —agregó. Estaba tomando el generador, y lo desenchufó. En ese momento las luces hicieron un ruido mecánico, y se apagaron, dejando a oscuras al dúo. El frío aún permanecía, pero todo bajo las penumbras de aquel cuarto. Leo abrió su típico morral, el cual llevaba a casi todo lugar al que iba, y lo abrió, sacando su linterna laser. Encendió la linterna, y apuntó hacia la puerta.

—Mel —llamó Leo—, creo que es mejor salir de acá.

—Creo que sí —replicó Melanie—, éste lugar me da mala espina.

—Lo mismo digo. —convino Leo.

Leo salió hasta la cámara principal, y escuchó un ruido, el cual lo hizo voltear, pero no había nada, solamente parecía provenir de la ventilación del lugar.

—¿Qué fue eso? —inquirió Melanie.

—Nada —repuso Leo—, solamente es la ventilación; parece algo oxidada. —agregó. La ventilación consistía en un tubo con unas pequeñas hélices que giraban, las cuales al apagar la energía, se detuvieron—. Creo que sería buena idea aprovechar la situación y llevarnos algo de carne de éste lugar. —continuó.

—Yo creo que sí. —convino Melanie.

Leo tomó un carrito de los que había esparcidos en la cámara. Él se acercó a uno de los churrascos colgantes y lo colocó dentro del mismo. Melanie comenzó a imitarlo. Hasta que ya no hubo más carne colgada.

—Muy bien —dijo Leo—, creo que ya es hora de irnos. 

Tren sin destino © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora