48

10 1 1
                                    


El amanecer regresó después de una noche de lluvia, el sol volvía a relucir, mientras que los miembros de La Colmena se despertaban. Leo se sentía cansado, y algo aturdido, sin embargo, entre quejidos logró levantarse. Sergio estaba en una situación peor ya que tenía dolor en la espalda crónico por su edad, algo que sabía que a la mayoría les llegaría. Melanie aún seguía durmiendo, así que Leo aprovechó y pidió un café para ella, usando los tokens que él había ganado al ir a buscar las espadas. Quizás sea un lindo gesto de su parte para aquella chica a la que en ese momento amaba, mientras que se olvidó completamente de la existencia de Luz; en especial después de la pelea. ¿Qué la habría motivado a golpear a Melanie? Leo sabía que Luz estaba algo trastornada, y aunque usara la excusa de «Tuve una infancia difícil, mis padres me reprochaban todo lo que hacía», él no era su psicólogo. Lidiar los problemas con la violencia era una forma infantil de hacerlo, sin embargo, había mucha gente en el mundo que se dejaba llevar por ese tipo de vicios. Leo tenía dentro de su filosofía el hecho de no hacer lo mismo que la multitud hace, y destacar siendo diferente, pero justo; sobre todo en los momentos apocalípticos, dónde la humanidad debía estar más unida que nunca.

Leo buscó a Sergio mientras preparaban los dos cafés, y lo encontró hablando con Cristian Fernández, un antiguo hijo de un juez, el cual cayó ahí desde el primer día. Sergio volvió hacia Leo.

—¡Sergio! —llamó Leo.

—Espéreme un ratito, que Leo me llama. —dijo Sergio.

Sergio se acercó a Leo, en una pose firme pero amistosa, y le preguntó:

—¿Pasó algo?

—Se me ocurrió. ¿Y si nos llevamos un avión militar y bombardeamos el lugar dónde se encuentra la niña araña?

—Pero ¿Y si ella se movió a otro lugar? —preguntó Sergio.

—Oh —exclamó Leo—, no lo había pensado.

El café que Leo había pedido ya estaba listo; dos mokachinos, uno para él y otro para Melanie, quien se esmeró mucho en su vida para verlo bien a Leo, y él se lo debía a ella. Leo se acercó al bar con sus monedas en mano, y las canjeó por ambas tazas. Porcelana tan fría como la muerte, para un café tan amargo como la vida misma. Él se acercó a Melanie, y la sacudió levemente.

—¡Mel! —dijo Leo—, ¡Despierta!

Melanie abrió un ojo, algo cansada y bostezando se sentó encima de su saco para dormir. Se frotó los ojos con cierta fuerza.

—Hola, amor. —saludó Melanie con un ademán adormilado.

—¿Amor? —observó Sergio—, ¿Ahora son pareja? —agregó en una tonada algo picara pero a su vez curiosa. Él no sabía lo que ocurría entre ellos dos, pero en ese momento se enteró.

—Amor, te pedí un café. —dijo Leo.

—Me hubieses comprado uno a mí, y no me quejaba. —musitó Sergio.

—Tranquilo. —convino Leo. 

Tren sin destino © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora