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El veloz amagó contra Leo, y éste lo golpeó con su espada, tumbándolo a unos dos metros de distancia desde donde estaban parados. Volvió a levantarse, y a amagar, lanzándose encima de Leo. Otro golpe se le dio a la araña. Melanie le había dado un espadazo por atrás.

—¡Ya no te tengo miedo, araña, cabeza de huevo! —espetó Melanie.

La araña se retorció en el suelo cuándo Sergio le clavó la espada, contrayendo sus patas hacia su torso de una manera retorcida y fatal, muriendo al instante. Sergio volvió a sacar la espada del torso del bicho, la cual se hallaba cubierta de un líquido viscoso y blanco; el cual resultó ser su sangre. El arácnido ya no estaba en ese mundo.

—Lo lamento, pero tuvimos que hacerlo. —dijo Sergio.

—¿Estás bien? —preguntó Leo mientras se dirigía al hombre

—Bien herido —bromeó el hombre, con un ademán adolorido, sin embargo, con un tono un tanto irónico.

—Tranquilo —lo tranquilizó Leo—, en nuestra base de supervivientes quizás te encontraremos algún médico.

—¿Crees que sea tan grave? —inquirió el hombre.

—Estás sobre un charco de sangre; así que supongo que sí, lo es. —afirmó Leo.

Leo ayudó al hombre a levantarse, mientras Sergio le hizo un torniquete improvisado con su camisa en la herida para parar la hemorragia.

—Llámame Francisco —dijo el hombre—. Quizás sí puedas encontrar a alguien que me ayude allá.

—Está bien —musitó Leo—, pero está tranquilo. No quiero que te desesperes, o tu presión subirá. —alertó.

—Estaré tranquilo —dijo Francisco—, ahora, ¿a dónde me llevarán?

—A un grupo de supervivientes que tenemos. Se llama La Colmena.

—Me alegra encontrar supervivientes —dijo Francisco—, estuve vagando solo por algunos días, y pensé que nadie más había sobrevivido.

—Tranquilo, somos bastantes en nuestra colmena.

—¿Así que hay otras? —preguntó Francisco.

—Sí, las hay. Son doce las que ahora mismo conocemos. No sabemos si en otra localidad hay más. —replicó Leo.

El grupo ayudó a Francisco a cruzar la calle Libertad hasta Avenida Corrientes, y ahí fue cuando Francisco logró verlo. La gran estructura formada por los arácnidos en el obelisco, era como un castillo pero aún más tétrico que cualquier castillo de novela gótica que cualquiera pudiese imaginar, una tela de araña gigante, completamente de seda, tan enorme que daba hasta vértigo de tan solo mirarlo.

—Sí que estamos perdidos. —dijo Francisco.

—Uh, no es nada —dijo Leo—, creemos que ya lo tenemos solucionado.

—¿Los militares no hicieron nada?

—No, supongo que también fueron transformados.

—Al igual que las personas que estaban conmigo. —repuso Francisco.

Siguieron caminando hasta la calle Cangallo, y ahí regresaron por la misma hasta llegar al café de Marco...

Tren sin destino © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora