El grupo, poco a poco, caminando hacia atrás con los carritos, se fue alejando de la araña mientras observaba que ésta de pronto no ataque. La araña parecía viscosa, y a medida que se acercaba, se podía notar detalles de ella que les helaba la sangre. En su mandíbula colgaba carne humana, un brazo que claramente podían distinguir y un pedazo de ojo, el cual dedujeron que era de la mujer sin cara. La araña, de pronto, dio un salto hacia delante, levantando sus quelíceros mientras parecía retorcer su cuerpo. En ese instante, todos comenzaron a correr hacia la salida. Leo tiró una estantería para impedir el paso del bicho, pero éste pasó sin problemas por encima. Leo aprovechó dicho tiempo para correr y alcanzar a sus amigos.
Todos giraron hacia la izquierda, y vieron la salida frente a ellos. Pasaron bajo el detector y escaparon del lugar con el carrito —sorprendentemente—, sin embargo, por la calle Libertad se veía caminando un arácnido de casi el tamaño de una casa. Ellos huyeron hacia el otro lado. Corrieron hacia la derecha por la calle Paraná. Prosiguieron hasta la Avenida Córdoba, y de ahí continuaron hasta la calle Uruguay, una cuadra después, yendo hacia la izquierda, por el norte.
—¡Esas mierdas están por todas partes! —chilló Melanie.
—No grites —chistó Sergio—, es probable que te escuchen.
—No tengo pruebas, pero tampoco dudas. —bromeó Leo.
—Mucho estrés como para bromear. —espetó Sergio.
—Al menos el veneno de esas cosas no es tan fuerte como el de mi ex. —dijo Leo.
—Te doy la razón —concordó Melanie—, yo me la crucé, y comenzó a decirme que era mejor que yo, y esas vainas, la cabeza de huevo. —agregó. Leo no se sorprendió por la respuesta, pues aquella chica tenía un aire de superioridad, y parecía creer que todos a su alrededor eran menos que ella; herirle el ego era como cortarle el corazón, ya que parecía sacro. Pasaron justo al lado de una librería, la cual se hallaba totalmente abierta y con libros desparramados. A pesar de la dificultad que tenían para correr con los carritos, de alguna forma se la habían arreglado para llevárselos.
—¿Quieren que llevemos algunos libros de Mario Puzo acá dentro —dijo Federico.
—Yo me llevaría un par de tomos de One Piece. —replicó Leo.
Siguieron caminando hasta chocar con la calle Juncal. Se detuvieron cerca de una intersección de diagonales.
—Yo conozco un lugar dónde podríamos refugiarnos por un rato. —dijo Fede
—Si es una discoteca yo paso, después acabo despertando en la playa encima de vómito. —dijo Sergio.
—Un lugar llamado Jockey Club...
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Tren sin destino © ✔️
HorrorAlgo acecha a los pasajeros del tren desde las penumbras tras las ventanillas, y poco a poco ellos observarán a la muerte a los ojos. En el subterráneo de Buenos Aires, Leo volvía a su casa después de una larga jornada de trabajo, cuando por algún m...