Por qué hace Dios que los niños enfermen?

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16 de enero.

Hoy, el colegio fue en casa de Félix, para que mamá pudiese ir a pasar el día con una de sus amigas. Félix vive en el otro extremo de Middlesbrough en una pequeña casa adosada que siempre huele a perro. Tienen una perra gorda y sosa que se llama Maisy. Es del color de un felpudo y siempre tiene una expresión de atontada y sorprendida en la cara. La cama de Félix siempre está llena de pelos de perro, pero a él no le importa.

La señora Willis nos dejó jugar a Top Trumps en lugar de hacer clase. Dijo que, si alguien preguntaba, eran mates.

También nos ocupamos de mi nueva pregunta. Haciendo una lista.

La empezó la señora Willis.

—Bueno —dijo cuando le enseñé mi pregunta—. ¿Por qué hace Dios que los niños enfermen? ¿Qué os parece? A ver cuántas soluciones se os ocurren antes de las doce.

—Que Dios no existe —dijo Félix—. Es obvio. Ése es el motivo. —¡Eso no es un motivo! —protesté yo.

—Por supuesto que lo es —insistió Félix—. Igual no existe. Vamos. Escríbelo. Lo escribí.

1. Dios no existe.

—Número dos... —empiezo, pero Félix se me adelanta.

—Número dos —repitió, inclinándose—. Número dos... Sí que existe, pero es secretamente malvado. Le gusta torturar a niños pequeños para divertirse.

—¡No pienso escribir eso!

—¿Por qué no? —preguntó Félix—. Podría ser cierto. Y no me digas que nunca lo has pensado.

No contesté.

—Ahí lo tienes—concluyó Félix—. Numerados... vamos...

2. Dios es realmente malvado.

—Ahora sólo vamos a poner cosas buenas —dije con firmeza.

—No hay cosas buenas —contestó Félix—. ¿Cómo va a haberlas? Alguien hace que los niños tengan cáncer, y no lo hace para ser bueno. —Me miró, furioso, como si fuese culpa mía.

Pensé durante unos instantes, y luego escribí:

3. Dios es como un gran médico. Hace que las personas enfermen para que se vuelvan mejores, del mismo modo que los médicos le dan quimioterapia a la gente para que se ponga mejor. A Dios no le importa que te mueras, porque simplemente te vas al cielo, que de todas formas es donde él vive.

—¡Eso es una chorrada! —resopló Félix leyendo lo que había escrito por encima del hombro.

—Es lo que cree mi madre —dije, a la defensiva. —¿Cómo vas a volverte mejor por tener cáncer? —Bueno... —titubeé—. Te enseña cosas. —¿Por ejemplo?

—Bueno... por ejemplo... Por ejemplo, qué es importante en la vida. No sé. Te emocionas un montón porque puedes montar en bicicleta. Y... y entonces te das cuenta de lo importante que es para ti tu familia. Esa clase de cosas.

—Eso es la estupidez más grande que he oído en mi vida. ¿Dios hace que tengas cáncer para enseñarte lo bueno que es montar en bici? ¡No puedes escribir eso!

—Pues ya lo he escrito —dije. Levanté la vista—. Vamos, piensa tú en otra razón. —No hay ninguna razón —dijo Félix—. Simplemente pasa.

4. No hay ninguna razón.

—La quinta —añadí—: «Sí hay una razón, pero somos demasiado estúpidos para comprenderla». —Le dirigí una mirada significativa a Félix, y él se echó a reír.

—Tú libro no es lo que se dice muy educativo, ¿eh? —comentó. Pero lo estaba pasando bien. Se le notaba. Entonces añadió—: Es un castigo por ser malo.

—¡No, no lo es! —protesté.

—¿Por qué no? —Félix se inclinó hacia mí—. Eso es lo que dicen los budistas. Creen que todo lo que pasa en esta vida es el karma por lo que hiciste en todas tus otras vidas. Así que igual éramos

los dos ladrones de bancos o algo así en otra vida, y esto es nuestro merecido. ¡Tienes que escribirlo! ¿Y si publicas tu libro? Te encontrarás con que lo leen un montón de niños budistas, ¡y a todos les fastidiará saber por qué estás enfermo y que no aparezca ahí! ¡Eso es discriminación!

—Los budistas no tienen nada que ver con Dios —dije—. Los budistas no creen en Dios. Creen en... Buda.

—Los ateos tampoco creen en Dios —replicó Félix—. Y no dan su brazo a torcer.

Titubeé. Yo no pienso que estemos enfermos porque hayamos hecho algo malo, no más de lo que creo que Hitler fuera líder de Alemania como recompensa por haber hecho algo bueno. Pero Félix tiene razón. No puedo dejar de ponerlo.

6. Hicimos algo espantoso en una vida anterior y éste es nuestro castigo. —¡Eso es! —exclamó Félix con satisfacción—. ¿Qué más?

No dije nada. Estaba pensando en lo que había dicho Félix sobre los niños budistas. ¿Y si realmente escribo un libro entero? Si lo hago, no quiero que los niños lo lean y acaben pensando que es culpa suya estar enfermos, porque han hecho algo malo.

—Número siete —dije—: «Ya somos perfectos. No necesitamos aprender nada más. Estar enfermo es un regalo. Algo así como... un pase gratis para entrar al cielo».

—¡Un pase gratis para entrar al cielo! —exclamó Félix.

—No es tan estúpido como parece —le expliqué—. En los viejos tiempos, cuando los niños morían constantemente, la gente solía

pensar eso. «Era demasiado bueno para esta tierra.» Eso se solía decir. O «Dios lo amaba tanto que lo quería junto a él en el cielo».

—Eso es una chorrada —contestó Félix—. Yo no soy perfecto. —Negó con la cabeza—. Cualquiera que lea tu libro va a pensar que estás como una cabra. Primera les dices que es un castigo, ¡y luego que es un regalo por ser bueno!

—¡No es más que una lista! —exclamé—. ¡Todas las cosas no son ciertas al mismo tiempo!

Félix hizo una carota. —Idiota —rezongué.

Esto no es justo - Sally NichollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora