Primavera

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1 de abril

Cuando me desperté hoy, el sol brillaba a través de las ventanas. Me quedé tumbado de costado observando cómo bailaba el sol en la pared. El aire era brillante y estaba lleno de luz.

Me levanté y fui a la salita, caminando muy despacio y con cuidado. Me sentía extraño y la cabeza me daba vueltas. El mundo parecía distinto, como te pasa esas veces en que te das cuenta de que eres una persona mirando el mundo y piensas de pronto que es muy extraño. Eso es un sofá, ése es el viejo elefante de Ella, eso es un portasueros: es como sí lo vieras todo en una pantalla de televisión por primera vez y te dieras cuenta de lo extraño que es que estés en el mundo, mirando esas cosas brillantes que están ahí, y tú estás también ahí, pero al mismo tiempo es como si no estuvieras; estás separado de ellas y las ves desde otro sitio.

Quizá no sepan a qué me refiero. Pero es así como me siento.

Mi hermana Ella estaba sentada en el sofá, viendo dibujos en pijama. Mis padres y la abuelita compartían el gran periódico del domingo en la mesa del comedor. Alzaron la vista cuando entré.

-Mira -dijo mamá tendiéndome la mano-. Ha llegado la primavera.

Miré por la ventana. El sol brillaba, el cielo estaba azul de punta a punta y se veían por primera vez las hojitas brotando en los árboles.

Me senté al lado de papá. Todavía me sentía raro. Como si no acabara de estar conectado al resto del mundo.

-Annie va a venir dentro de un ratito -anunció mamá.

-¿Podemos invitar también a la señora Willis? -pregunté. La miré de manera significativa. Me entendió al instante.

-Por supuesto. Podríamos salir todos a sentarnos en el jardín.

Hacía un poquito de frío para estar sentado en el jardín, pero a nadie le importó. Mamá no paraba de ir de aquí para allá preparando té y ofreciéndole galletas a la gente, y yo no paraba de decirle «Mamá, va, mamá», hasta que por fin dejó la tetera y dijo:

-Sam tiene algo para vosotros.

Les gustaron sus regalos. A papá le gustó tanto el búho que dijo que iba a comprarse un poco de brillantina para hacerse esos mechones en las orejas y asustar a toda la gente que trabaja para él. La señora Willis dijo que nunca había recibido un regalo tan bonito y que era incluso mejor que el de un niño al que le dio clases una vez y que le regaló sus piedras del riñón. Todos los adultos se quedaron sentados hablando durante siglos. Mi hermana

se aburrió y se fue a jugar con la raqueta, pero yo no tenía ganas. Sentado, estuve observándolos, tratando de conservarlos bien guardados y seguros en mi memoria, hasta que me quedé dormido.

Esto no es justo - Sally NichollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora