Una decisión

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7 de marzo

A la mañana siguiente de volver a casa, Annie vino a vernos. Dos veces; la primera para extraerme sangre y la segunda para hacerme una transfusión de plaquetas.

La segunda vez se sentó en el suelo para hablar conmigo. Después de contarle todo lo del dirigible y la cabaña en la que dormimos, le enseñé las fotos en la cámara de papá.

-Suena maravilloso -comentó.

-Lo fue. Fue increíble. Lo mejor que he hecho nunca.

-Eso es realmente genial, Sam. Pero dime una cosa. ¿Cómo te sientes? Yo no quería hablar de eso. -Estoy bien.

-Oh, Sam -terció mamá. Miró a Annie-. Precisamente quería hablar contigo de eso. Sam ha estado muy cansado, y se queda dormido durante el día... Pensaba que podía ser por la morfina, pero...

-No me quedé dormido en el dirigible -le recordé, enfadado. No veo por qué tiene mamá que contarle todo eso a Annie. Pero supongo que Annie ya lo sabe. Mamá sigue hablando de todas formas.

-También ha tenido más dolores de huesos, aunque ahora tenemos eso bajo control. Me pregunto si... -se detuvo-. Las cosas que le han estado dando del hospital no parecen estar haciendo mucho efecto. ¿Deberíamos hablar con Bill, probar otra cosa?

Durante un buen rato, Annie no contestó. Entonces dijo:

-Si la quimioterapia no está funcionando, no hay mucho más que podamos hacer en esta fase.

Se me hizo un nudo en el estómago. Sabía que Annie iba a decir eso. Mamá se puso tensa.

-Pero pensaba... Bill dijo que tendríamos un año.

-Un año como mucho -corrigió Annie. Me miró-. Lo siento. -Se miraba compungida".

-Pero... -La voz de mamá sonó asustada-. ¿Se supone que tenemos que interrumpir el tratamiento, simplemente?

Yo no quería escuchar. Apoyé la cabeza contra el pecho de mamá. Ella me rodeó con el brazo.

-Nadie va a obligaros a hacer algo que no queráis hacer -estaba diciendo Annie-. Pero...

«¿Obligaros? -pensé-. ¡Si soy yo quien tiene que tomar esas cosas!» Sentí que la cara me ardía de rabia. Pensé en todo eso, en las pastillas y las inyecciones y las salas de espera del hospital; todo eso que no hace que me ponga mejor. Son cosas demasiado estúpidas para pasarse el tiempo preocupándose por ellas.

-Quiero parar-dije-. Annie dice que ya no surte efecto. Creo que deberíais dejar de darle más vueltas.

Annie guardó silencio. Ella y mamá me miraron. -¿Estás seguro? -preguntó Annie.

-Sí -contesté. Lo estoy-. Es mi vida. No quiero pasarla tomando cosas estúpidas que no hacen nada.

Mis músculos se tensaron, esperando a que mamá se opusiera. No lo hizo. Tan sólo asintió varias veces con la cabeza y soltó una risita temblorosa.

-Bueno -dijo-. Bueno. Bien. -Inspiró profundamente-. ¿Cómo...? Quiero decir... ¿cuánto...? ¿cuánto tiempo tenemos si deja de tomar lo que sea?

Annie le cogió la mano a mamá.

-Podrían ser hasta dos meses. O podrían ser sólo un par de semanas. Mamá asintió con la cabeza.

-Dos meses -repitió, y le brotaron lágrimas de los ojos-. Maldita sea, se suponía que teníamos un año.

Enterré la cabeza en su hombro.

-No llores -le dije-. Por favor. Le diré a Dios que con eso no nos basta -añadí para hacerla sonreír-. Cuando lo vea.

Mamá me apretó el hombro.

-Sí, díselo. -Volvió a reír quedamente-. Dile que queremos que nos devuelva el dinero.

Más tarde, a solas, me senté con el gato en el regazo, mirando por la ventana. Columbus me empujó la muñeca con la cabeza, pidiendo

que lo acariciara. Me sentí desanimado y triste. «Dos meses -pensé. Y luego-: ¡Dos semanas!»

Hubiera deseado que Félix estuviese conmigo. Me pregunté qué diría. Lo imaginé ahí, arrellanado en su silla, con el viejo Fedora calado sobre los ojos.

-¡Dos semanas! -le dije.

-Oh, bueno -contestó alegremente el Félix imaginario-. Sácales todo el partido que puedas. Yo lo haría. ¡Piensa nada más que nunca van a volver a decirte que no a nada!

Parpadeé. ¿De verdad diría Félix algo así? Quizá. Lo pensé detenidamente.

-Ya no quiero nada más -le dije. Es verdad. Nada que mis padres puedan darme, al menos.

Félix meneó la cabeza.

-Pensaba que ibas a ver la Tierra desde el espacio. Eso nunca lo hiciste, ¿no? Me incorporé un poco.

-Eso no era real. No era algo que había que hacer realmente.

Pero Félix no va a dejar que me salga con la mía. Hemos batido un récord del mundo. Hemos visto un fantasma. Más o menos. Ni siquiera un Félix imaginario va a dejar que me salga con la mía.

-Tontaina -me dijo-. Vamos. -Sonríe-. Te desafío a que lo consigas.

Esto no es justo - Sally NichollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora