La historia de las pisadas del abuelo

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Ésta es otra historia verdadera. Al menos, la abuelita dice que es cierta, y ella no miente. Casi nunca.

La abuela y el abuelo se conocieron durante la guerra. Él era un objetar de conciencia, lo que significa que se negó a alistarse en el ejército y a matar gente. En cambio, encontró trabajo en una granja. La abuelita tenía catorce años y vivía en la granja por culpa de los bombardeos, y fue así como se conocieron. No me acuerdo de él, pero he visto fotografías. La abuelita dice que era igual que mamá, aparte de la barba gris y la pipa.

Murió muy de repente de un ataque al corazón, justo después de que mi hermana Ella naciera. Se levantó por la mañana sintiéndose bien y por la noche estaba muerto.

Todo el mundo se llevó una gran impresión. Durante todo el día siguiente, cuenta la abuela, hubo gente en casa; mamá y papá y nosotros, y el tío Douglas y los vecinos y todo el mundo, pendientes

de la abuela y preparando tazas de té y charlando. Fue sólo por la noche que la dejaron sola, sola en la enorme cama en la que ella y el abuelo habían dormido juntos todas las noches, o casi, desde que la abuela tenía dieciséis años.

Pensó que no iba a poder dormir, pero debió de hacerlo porque tuvo un sueño. Sólo que no está segura de que fuera un sueño, porque le pareció muy real. Dice que el abuelo entró en la habitación y se sentó en el borde de la cama y habló con ella. Dijo que lo sentía muchísimo y que no quería dejarla, pero que tenía que irse, y que ella no debía asustarse ni estar triste ni nada porque él estaba bien. La abuela cuenta que ella lloró y le pidió que se quedara, pero él no paraba de decirle que tenía que marcharse, y al final se fue.

La abuelita aún estaba triste, por supuesto. Y no le gustaba vivir sola. Pero dice que, siempre que se sentía muy desgraciada, era capaz de oler el humo de la pipa del abuelo, como si él siguiera allí, velando por ella.

—¿Lo viste alguna vez? —le pregunté en cierta ocasión a la abuela.

—No. Pero una vez que vosotros dos os quedasteis a dormir en casa, Ella se volvió hacia mí (puedo verla ahora, con absoluta claridad) y preguntó: «¿Quién es el hombre de la barba?» No debía de tener más de dos o tres años.

—¿Y había alguien ahí? —quise saber.

—No —contestó la abuela—. Sólo el olor de la pipa de tu abuelo, eso es todo.

Así pues, mi hermana Ella había visto un fantasma. Sólo que no se acordaba. Y mamá también ha oído a un fantasma. Porque cuando yo estuve enfermo la segunda vez, cuando todo el mundo estaba tan preocupado por mí, la abuelita solía oír pisadas en el pasillo. Al principio pensó que serían ladrones, pero cuando iba a mirar no había nadie. Así que pensó que quizá lo estaba imaginando todo, pero entonces mamá se quedó a dormir allí una noche y también las oyó. O sea que ahora la abuelita cree que era el abuelo, que le hacía saber que él estaba allí cuando ella estaba tan preocupada por mí.

Los científicos dirían que nada de eso prueba que los fantasmas existan. Son «pruebas circunstanciales», que significa que son pruebas que hacen más probable que algo sea cierto, pero no lo prueban. La historia de la abuelita es exactamente así. Lo que quiero decir es que mi hermana sólo tenía dos años. El hombre de la barba pudo haber sido una fotografía, o una marca rara en el papel pintado de la pared. Y el humo de pipa pudo haber sido fruto de la imaginación de la abuelita o que oliera a humo de alguien en la calle. Y quizá las pisadas no eran más que tablones del suelo que crujían. Pero cuando pones todas esas cosas juntas, empiezas a pensar que los fantasmas a lo mejor sí existen.

Le pregunté a la abuelita si había vuelto a oír las pisadas del abuelo cuando me puse enfermo esta última vez, pero dijo que llevaba mucho tiempo sin oírlas.

—Es probable que piense que ya soy mayorcita para sobrellevarlo —explicó—. O quizá ha pasado página. Dudo que quiera pasarse toda su otra vida haciéndole de canguro a una tipa vieja como yo.

Así pues, ya no sé qué creer. Yo tampoco querría pasarme toda mi otra vida como un fantasma. Pero la cosa me da que pensar. Y lo que pienso es que, si yo fuera el abuelo, también querría venir de visita.

Esto no es justo - Sally NichollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora