11 | HORA DE FLOTAR

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Las calles de Derry eran un borrón por el rabillo del ojo de Daxton. Estaba demasiado concentrado en la carretera por la que iba a toda velocidad, cada pisada de los pedales le provocaba un nuevo dolor en los músculos de las piernas.

Derry se volvía más y más oscuro a medida que avanzan en sus bicicletas por el camino que los llevaba a la casa. Bill ya estaba allí cuando llegaron a la valla que mantenía cerrada la Casa del Pozo, subiendo los escalones y a centímetros de la puerta.

—¡Bill! —gritó Beverly desesperada—. Bill, no puedes entrar ahí. Es una locura.

El resto se unió a ella e hicieron lo mismo cuando Beverly empujó más allá de la valla de la puerta hasta que cada uno de ellos, se encontró de pie en el césped seco.

La casa Neibolt era inquietante, tan vieja que la madera, podrida, apenas la mantenía unida, habiéndose vuelto más negra que la ceniza. La puerta a la que Bill se había acercado apenas se sostenía, pero él se apartó del pomo para quedar frente a ellos.

—No tienen que venir conmigo —dijo Bill—. Pero, ¿qué pasará cuando falte otro Georgie? ¿U otra Betty? ¿U otro Ed Corcoran? ¿O uno de nosotros? ¿Harán de cuenta que no pasa nada como todos en este pueblo? Porque yo no puedo. Voy a casa y lo único que veo es que Georgie no está ahí. Su ropa, sus juguetes, sus estúpidos animales de peluche sí, pero él no está. Así que entrar en esta casa, para mí... es más fácil que entrar a la mía.

Nadie se atrevió a decir una palabra para interrumpir el discurso que Bill pronunció. Daxton nunca había experimentado una pérdida o un duelo, y nunca había extrañado tanto a nadie como Bill. Pero esta debía ser la segunda oportunidad de Bill para hacer las cosas bien, para encontrar respuestas que lo habían estado carcomiendo, y Daxton sería el idiota más grande del mundo si se interpusiera en su camino.

Richie dejó escapar un largo suspiro que los devolvió a todos a la realidad cuando Bill se volvió hacia la puerta nuevamente—. Vaya.

—¿Qué? —preguntó Ben.

—No tartamudeó ni una vez.

—¡Espera! —exclamó Stan—. ¿No deberíamos dejar un centinela afuera? ¿Por si pasa algo malo?

Bill asintió—. ¿Quién q-quiere quedarse a-aquí afuera?

La mano de todos, excepto Beverly y Bill, se levantaron en el aire.

Richie miró a su alrededor mientras las manos de todos bajaban tímidamente a sus costados—. Maldición.

Y Daxton sintió la misma frustración cuando Bill decidió que la única forma de elegir quién entraba era elegir entre un puñado de palitos, porque, por supuesto, su suerte se acabó cuando eligió uno que más pequeño que su dedo meñique. Charlie tiró decididamente su palito después de declarar que no era más grande que el de Daxton, dejando que Bill, Richie, Eddie y los hermanos adoptivos se aventuraran a entrar.

Bill empujó la puerta principal para abrirla y Daxton se preparó para ser atacado allí mismo en el porche y perder una extremidad, pero no pasó nada. Estaba extrañamente silencioso mientras seguía sus amigos adentro.

La mugre cubierta de polvo pintaba las paredes en descomposición. Plantas de malas hierbas y enredaderas trepaban por las paredes desde donde brotaban del suelo. Las ventanas rotas estaban tapiadas con madera que comenzaba a romperse y se filtraban rayos de luz. El hedor era lo peor. Daxton ni siquiera podía inhalar sin oler el hedor que le quemaba las fosas nasales, se extendía por sus pulmones y danzaba por sus papilas gustativas. Sabía sin lugar a dudas que no quería saber qué lo estaba causando.

Richie negó con la cabeza—. No puedo creer que saqué el palito corto. Tuvieron suerte de que no midiéramos penes.

—Cállate, Richie —dijo Eddie, sus ojos se posaron en una mecedora polvorienta. Luego miró hacia otro lado, los hombros encorvados mientras los músculos de su cuerpo se tensan—. Puedo olerlo.

DEAD BOY | Richie TozierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora