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Me encontraba observando el hermoso jardín de la mansión a través de la ventana de mi habitación, era hermoso y tenía rosas rojas de las que tanto me gustaban. Por un pequeño momento me imaginé sentada en el pasto, admirando lo bello de las flores mientras el sol golpeaba mi rostro con su calidez.

Recuerdo que cuando vivía en la mansión de mis padres en Londres, el jardín estaba repleto de flores rojas ya que eran las favoritas de mi madre y las mías también, era una mansión alejada de la ciudad, se encontraba escondida entre un denso bosque y la única forma de llegar para cualquier persona era caminando, a menos que supieras del atajo secreto que se encontraba por un camino de terracería que te hacia llegar por la parte trasera de la mansión.

En invierno, el bosque se cubría de una gruesa capa de nieve, haciendo que todo el jardín de la mansión se mirara de color blanco. Me gustaba salir a pescar copos de nieve mientras el viento chocaba contra mi rostro, era la única parte de mi cuerpo que quedaba expuesta al frío debido a que mi madre me abrigaba tanto que ni siquiera podía moverme.

Pasaba todos los días estudiando en casa, comiendo las deliciosas galletas de mi madre junto con una taza de chocolate caliente y malvaviscos, acompañada de mis padres y de Noah, que cada vez que podía nos visitaba y incluso me traía regalos, él siempre fue buena persona conmigo y cuando mis padres murieron llegue a considerarlo como mi segundo papá y la única familia que me quedaba. Así eran mis días en el invierno en Londres, cálidos y llenos de regalos por la navidad.

—¿Katia?

Ian se encontraba en la habitación con la puerta levemente abierta y asomándose para poder verme, sonreí sin ánimos y le hice una seña con la mano para que pasara.

—¿Cómo estás?

Su expresión de preocupación como los días anteriores, me hizo hacerme la misma pregunta que me hacía siempre desde hace una semana, ¿Esa expresión de preocupación era de verdad o solo estaba fingiendo?

Agarre con lentitud la libreta que estaba en el buró junto con el bolígrafo, escribí la respuesta de siempre y después se la mostré.

Bien y tú ¿Cómo estás?

—Bien, te traje un vaso de agua.

Ian camino hacía a mi dándome el vaso de agua para después acariciar mi rostro con su mano y es aquí donde me preguntaba a mi misma ¿Por qué era tan bueno conmigo?

Gracias.—Escribí en una nueva hoja cuando acabé de tomarme el agua.

—De nada, ahora descansa.

Ian acomodo mis almohadas y después me ayudó a recostarme en la cama para arroparme con la sábana y agarrar mi mano entre sus manos para sostenerla con firmeza haciéndome sentir lo calido que era su agarre.

Desde hace una semana que hacía esa acción que por más pequeña que fuera me servía a no sentirme sola, el era la única persona que venía a atenderme, ya que después de aquel día dónde Bill me obligó a estar con el hasta el anochecer lo había golpeado en la entre pierna para intentar escapar de la habitación, cosa que no funcionó y que solo logro que me diera una paliza que me dejó inconsciente y provocó que me quedara sin comer por dos semanas, así que para que no muriera de hambre ordenó solo darme de beber agua.

—Prometo que cuando despiertes seguiré aquí.

Ian llevo mi mano hasta sus labios depositando un beso en el dorso y después volviendo a dejarla en la cama pero sin sontarla en ningún momento.

Cerré los ojos dejándome ganar por el inmenso cansancio que tenía y conciliando el sueño de inmediato.

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La Mujer Del Diablo - Bill Skarsgård [Book#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora