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Playa Copacabana, Río de Janeiro.
Viernes 1:30 p.m.

Cuando despertó los rayos del sol ya entraban por la puerta corrediza de cristal del porche, está estaba abierta y se podía escuchar a la perfección los pájaros cantar así como el aire fresco entrar por esta misma.

Se sentó en la cama rascando su nunca, en ese momento se percató de que Katia ya no se encontraba en la cama junto a el, aún algo adormilado se puso de pie y camino hacia la puerta del baño para tocar dos veces, pero cuando no hubo respuesta de nadie entro, encontrándose con que no había nadie adentro.

Asustado por que había recordado que no había puesto llave a la puerta del penthouse, salió de la habitación corriendo solo para que su calma volviera a su cuerpo cuando olió a comida.

Sus pies lo llevaron a la cocina donde encontró a la pelinegra de espaldas hacia el, cocinando algo en la estufa, con un delantal puesto, aún en pijama y el cabello recogido en una coleta alta.

—No sabía que sabías cocinar.

Katia salto del susto al escuchar de repente la voz de Bill detrás de ella, de inmediato se giro para mirarlo.

—Buenos días...bueno, tardes ya.
—Bill miro el reloj colgado al lado de la alacena, ya pasaba de la una y media de la tarde, está era la primera vez en tanto tiempo que se despertaba tan tarde.

—¿Qué haces?

El rubio camino hasta ponerse detrás de Katia y rodear su cintura con sus brazos solo para atraerla a su torso desnudo.

—P-Pollo.

—Huele rico.—Bill comenzó a besar el cuello de la pelinegra, succionando y dando mordidas, le encantaba como se estremecía bajo su tacto.—Tu también hueles bien.

—N-No Bill.

—¿Por qué no?—Bill atrapó la pálida piel de su cuello entre sus dientes y la mordió con fuerza, no sé detendría hasta dejarle marcas para demostrarle de quién era. Cuando se separó de su cuello, la giro para tenerla de frente.—Eres mi esposa tienes que cumplirme en todo lo que quiera.

—Pero n-no q-quiero.

Katia se estremeció nuevamente cuando Bill volvió a morder su cuello, estaba segura que esas mordidas se pondrían tan rojas que dejarían marcas por días

—Deja el pollo vamos a la habitación.

—No Bill, estoy embara...

—Lo sé, pero haremos otra cosa.—Bill soltó a Katia de la cintura para tomarla por la muñeca y comenzar a arrastrarla a la habitación por la fuerza.

—Pero el pollo se quemara.

El rubio rodó los con fastidio y se regresó para apagar la estufa, después volvió al lado de la pelinegra otra vez y la cargo como costal de papas para llevarla a la habitación.

—¡No quiero, ya suéltame!

—Una esposa siempre tiene que cumplirle a su marido.

Cuando entraron a la habitación Bill cerro la puerta y después dejó caer a la pelinegra en la cama.

—Quítate la ropa, te quiero solo en bragas.

—No.

—Si no lo haces tu, lo haré yo por las malas y sabes bien que no seré gentil.

No le quedó de otra más que obedecer y prepararse para lo que pasaría.

Comenzó con la blusa de tirantes de su pijama, después el shorts y al final solo se quedó con el sostén y las bragas.

La Mujer Del Diablo - Bill Skarsgård [Book#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora