Capítulo Dos

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Entro cuando logro calmar mis nervios. Hago un gesto a Colen para que se levante del sillón en el mismo instante que me dedica una mirada. Parece tan cansado que la preocupación de Priscila no tardaría en asomar, y eso solo aumentaría los males de esta. Se pone en pie dejando escapar un ligero suspiro casi derrotado.

—Beisy ha preparado algo para cenar —señalo cuando se para a mi lado—. Ve a comer algo, entre tanto me quedo con ella. No quiero que te vea decaído y comience a hacer preguntas.

Colen no se mueve, clavando los ojos en mi cara como si se debatiera en decir algo o no. A pesar de ser unos centímetros más bajo que yo, y no estar mirándole de frente, le veo el rostro con claridad.

—¿Estás seguro de quedarte solo aquí, coronel? —pregunta con cautela—. Supongo que no debe ser fácil rememorar ciertos episodios.

Ya sabía que Priscila le contó mi pasado, no sin antes pedirme permiso para ello, pero jamás había hecho un comentario al respecto. Era algo que no me quitaba de la cabeza en ninguna ocasión, sin embargo, esta situación era diferente. Se trata de mi hermana, la única familia que me queda. No me atrevo a decir en voz alta que retrasé su pedida de mano por conservar a mi hermana más tiempo conmigo. Estar solo en esta enorme casa sería algo a lo que no podría hacer frente, me aterraba. Cada pasillo tenía una conexión con ella. Allí la enseñé a patinar, corríamos para llegar al despacho de papá, situado al final del mismo, o huíamos de Beisy cuando preparaba salteado de verduras para comer. Sonrio con nostalgia.

—Estaré todo lo bien que se puede en un momento como este. —Colen asiente poco convencido.

—¿Comerás algo después?

—Sí, descuida. —Miento para que vaya más tranquilo. Al darse la vuelta me da unas palmaditas en el brazo en un gesto de empatía y me agrada comprobar que cada vez me cae mejor.

No me molesto en aproximar el sillón a la cama, sino que me siento con cuidado en el borde de esta, en el pequeño espacio que deja el cuerpo de Priscila. Beisy le ha recogido el pelo en un moño alto y le ha lavado la cara. Acaricio su pelo casi rojizo, igual que el de mi madre, y recuerdo con una sonrisa lo que mi padre siempre decía. Ambos éramos la combinación perfecta de ellos: Priscila por tener el pelo de mi madre y los ojos verde oscuro de mi padre, y yo por tener los ojos negros de mi madre y el pelo como mi padre.

Observo por la ventana la noche que ha caído sobre la casa. Pequeñas nubes decoran el cielo sin llegar a engullir por completo a la luna. Es una de esas noches perfectas para sentarse en la terraza a tomar el postre.

—Es la noche ideal para cenar fuera, ¿no crees? —Doy un respingo ante la suave voz de Priscila, asombrado de que diga lo mismo que rondaba por mi cabeza. Al mirarla encuentro cierto brillo en sus ojos y no puedo evitar que una sonrisa se apodere de mis labios.

—Un buen solomillo con salsa de queso y de postre tarta de chocolate.

—Um, se me hace la boca agua. —Al moverse noto que la picadura está envuelta en una venda blanca.

—¿Quieres comer algo? Seguro que Colen estará encantado de traerte una porción.

—Si como algo a estas horas tardaré muchísimo en conciliar el sueño. —A pesar de su débil tono aún tiene ganas de recalcar sus rutinas alimentarias y su cuidado del sueño.

—Por supuesto. Le pediré a Beisy que te prepare un té un poco más adelante.

—¿Se saben ya los resultados?

—No. Creo que le llevará al menos un par de horas.

—Oye, Bremar. —Me acomodo mejor en el pequeño hueco para mirarla de frente—. Me gustaría que la foto que nos hicimos los tres el día de mi compromiso descanse al lado de la foto que tenemos con papá y mamá. Ya sabes, para que estemos todos juntos.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora