Capítulo Quince

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Estoy tan estresado con las llamadas y los emails que parece que se ha terminado el permiso que pedí. Sin contar que hoy es festivo y se suponía que no debería estar atendiendo a nadie. Son las once de la mañana y el nivel de saturación es infinito. Ni siquiera voy a poder ir a dejarle las flores a Marilen como cada año.

Doy un gran sorbo al café cuando suena el teléfono por enésima vez, pero con la diferencia de que se trata del fijo. Solo los superiores tiene el número de mi casa. Descuelgo con el mejor tono que puedo fingir de atención y paciencia mientras espero que no sea una orden de reincorporación inmediata. Para mi sorpresa la voz que sale del otro lado es la de una de mujer.

—¿Coronel Silva?

—¿Sí?

—Soy India Bienal. —El estómago reacciona con un leve pinchazo—. Le llamo desde la tienda de la señora Sulvin. Me dijo que conocía su número y tenía que contactarle cuanto antes. Necesito hablar con usted, es urgente.

—¿Qué ocurre?

—¿Puede reunirse conmigo en la entrada de la tienda? Seguro que queda más cerca de su casa que el bosque.

—Sí, ahora voy.

Me siento extraño al volver a ponerme frente al volante. Las últimas semanas casi siempre me he movido a caballo, y para ser sincero lo prefiero frente al coche. Pero no puedo negar que este es más práctico y rápido que el animal.

El cielo está cubierto de densas nubes grises. Tengo que subir la temperatura en el interior para evitar que me castañeteen los dientes. Tras cuarenta y cinco minutos atravieso el umbral invisible que da acceso a la ciudad. La tienda de la señora Sulvin se ubica en una de las calles comerciales de la zona más nueva, lo que me permite aparcar casi en la misma puerta.

India está de pie a unos pasos de la entrada. Encogida dentro de un largo abrigo de paño de lana rosa claro sujetando un gran vaso de café, seguramente para mantener las manos y el estómago calientes. Me rehúso a bajar del coche y congelarme en el intento. El invierno ha llegado de  golpe y sin avisar.

Bajo la ventanilla y me inclino sobre el asiento del acompañante para hablarle. Ella se agacha hacia esta al reconocerme.

—¿Le importa que hablemos dentro?

—Como quiera.

Al subir el coche se impregna del olor del café mezclado con el aroma característico de India. Se acomoda en el asiento y parece contener un escalofrío.

—Siento haberle hecho venir de este modo. —Deja el vaso en la alfombrilla y abre el bolso sin sacar nada—. Los niños me contaron que vieron a su caballo atado junto a los matorrales que conducen a la cabaña. Nicolás fue el único que se aproximó, pero esto le hizo detenerse.

Extrae unos ramilletes de diminutas hojas puntiagudas con manchas rojas y blancas. Las sostiene con cuidado y me doy cuenta de que tiene puesto un guante.

—¿Qué es?

—¿Las ha visto alguna vez?

—No. Yo no las llevaba. —India asiente.

—Estaban en la alforja de su caballo. Sé que no fue usted quien las cogió, sino que fue obra de quién se llevó al caballo.

—¿Qué quiere decir?

—Son plantas venenosas, de absorción lenta. Nicolás lo supo enseguida. Fueron a buscarme para llevarme a donde crecen, pero no esperaban encontrarse con usted. —Sonríe divertida ante lo que va a soltar—: Se ha convertido en el protagonista de sus juegos.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora