Capítulo Tres

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Beisy se ha encargado de poner algo de comida caliente en las alforjas del caballo junto a un diminuto pan que horneó esta misma mañana. La idea de que me vaya a Lagos Verdes pasadas las doce de la noche no le agrada para nada. Al despedirme he sentido como si mi propia madre fuera la encargada de recordarme que debía comer, descansar y mantenerme a salvo. Los Lagos Verdes no eran famosos por su ambiente tranquilo y seguro, pero sabía que intentar convencerme para no ir era como pedirme que me sentara al lado de Priscila y le dijera que tenía en las manos la posibilidad de ayudarla y sin embargo me negaba a dársela.

Los primeros kilómetros cabalgo a un ritmo casi desesperado hasta que el caballo ralentiza sus trotes y me hace darme cuenta de la imprudencia cometida contra él. Aun así me alivia comprobar que estoy muy cerca de la entrada del bosque tras dos horas a lomos de Negro. Freno un poco el avance cuando atravieso junto a los primeros árboles. Veo el estrecho sendero que se adentra en la mayor de las oscuridades, tanto que el caballo relincha y duda en su avance. Acaricio el lateral de su cabeza mientras le hablo en voz baja y extraigo la linterna creando un haz de luz amarillenta sobre un camino de tierra húmeda.

Tras unos minutos vislumbro la silueta de la primera choza que conforman el paraje de Lagos Verdes. Al pasar delante de ella lo hago observando la fachada de la misma que se alza a unos metros. Una fachada desgastada y de aspecto pobre a pesar de la poca luz que emana de la luna mientras hago un esfuerzo por no posar la linterna sobre ella ya que no hay ni un ápice de iluminación en sus ventanas. De repente me siento realmente afortunado por tener una vida tan diferente a los pobres habitantes del paraje a la vez que pienso en la valentía de estos por levantarse cada día para plantar cara a una vida que nunca les dio una oportunidad.

Recuerdo las palabras de Colen en las que asegura que la cabaña de la maga o sanadora se ubica en el corazón de Lagos Verdes, por lo que todavía debo recorrer la totalidad del bosque y dejar atrás el paraje que erigen las chabolas. Mi reloj de muñeca marcan las cuatro y dos de la madrugada en el instante en que desciendo del caballo de un salto. Si Beisy supiera que no he hecho ningún alto en el camino me caería una pequeña reprimenda.

—Qué gran camino has hecho, Negro —le digo al tiempo en que ato las riendas a una rama robusta y acaricio el suave pelaje que le da nombre—. El último tramo he de ir solo.

Inspecciono con fastidio el camino que se abre a mi izquierda. Está tan lleno de rocas y desniveles que el acceso con el caballo es impensable. Dejarle solo en mitad de la nada rodeado de oscuridad no me hacia gracia en absoluto. Negro era el amigo más antiguo que tenía, mis padres me lo regalaron el día que cumplí dieciocho años y ya contaba con algo de práctica gracias al ejército.

Me encamino hacia la senda valiéndome de la linterna para esquivar los baches y las rocas. Al termino del largo sendero me encuentro con una cabaña de un piso. Esta era cuadrada con un tejado a pico recubierto por hojas en varias tonalidades que se podía apreciar aun con la tenue luz. Las ventanas, una a cada lado de la puerta, yacen medio ocultas por las enredaderas que parecen querer hacer desaparecer la pequeña edificación bajo sus ramas. Sin embargo, la cabaña no daba señales de estar abandonada. Con cuidado me acerco a la puerta dispuesto a despertar a quien sea que viva aquí.

Tras asestar varios golpes a la puerta percibo un resquicio de luz en la primera planta, justo por encima de la puerta y soy consciente entonces de la existencia de la tercera ventana engullida por las hojas de la enredadera. Me sorprende que una cabaña perdida en el corazón del bosque posea electricidad en su interior. Es entonces cuando se abre la puerta sin dejarme ver a quien se esconde tras ella.

—¿Es usted la maga de Lagos Verdes? —empiezo en tono bajo temiendo que mi voz pueda romper el silencio de la noche, como si no lo hubiese interrumpido unos segundos antes—. ¿Es la sanadora Bienal?

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora