Capítulo Dieciocho

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Cuando la certeza de realizar algo te asalta es tan apremiante e impaciente como los problemas que no permiten conciliar el sueño. Paso la noche en vela y el día siguiente armando un plan en mi cabeza que me ayude a declararle a India todo lo que le he confesado a Priscila. Sin embargo, también me invade el miedo de que las cosas se tuerzan, que deba arriesgar y sufrir para al final no conseguir más que un rechazo o incluso la burla.

El domingo salgo temprano para llevar a cabo las fases del plan. Primero hago una parada en la librería de la ciudad donde dejé encargado la tarde anterior un libro sobre las ciencias de los herbolarios. No he visto demasiados libros en la cabaña, pero me da la impresión de que le gustará este tipo de lectura. Después me desplazo hasta una pastelería en la que compro cruasanes recién hechos y café de tueste suave, ya que desconozco cómo le gusta tomarlo. Y por último, acudo a la tienda de animales que me prometieron me recibirían al mencionar una buena propina.

Mi idea es regalarle su animal favorito en una inmensa jaula decorada con golondrinas de plástico pegadas en los barrotes de esta. La golondrina representa la belleza y la protección, además del significado de lealtad por vivir eternamente con la misma pareja. Y eso es lo que me gustaría que fuera ella para mí, mi compañera de por vida.

La chica, que parece haber captado el motivo de la compra, la ha decorado con un globo rojo en el asa de la jaula. En el interior yace un inquieto pájaro de plumas anaranjadas y pico negro. Nunca he estado tan complacido a la hora de entregar una buena propina, pero la chica ha hecho un gran trabajo.

Llego a la cabaña cerca de las doce de la mañana, cagado de las bolsas, la jaula y con un calor impropio de principios de noviembre. No obstante, todo tiene su recompensa cuando India abre la puerta y en su cara aparece una sonrisa tan radiante que le iluminan los ojos por completo.

—Pero qué... —Se queda muda al asaltarle una suave risa al mirar la jaula que he dejado un momento en el suelo. Se agacha delante de esta para contemplar encantada al animal que pía en su interior—. ¿De dónde ha sacado esta preciosidad?

—¿Le gusta? —pregunto con cierto alivio. India se incorpora al tiempo en que asiente—. Es suyo.

—¿Mío? ¿Por qué?

—Le importa si pasamos. Me gustaría soltar todo esto —digo señalando la bandeja de cruasanes, los vasos desechables de café y el paquete bajo el brazo.

—Adelante.

Ella alza la jaula con ambas manos hasta la altura de su rostro. Sonrío tan ilusionado como ella por ver la expresión en su cara.

—Supongo que es un poco tarde para desayunar y se ha quedado un poco frío...  —No me da tiempo a terminar cuando desenvuelve la bandeja y le da un mordisco al extremo del cruasán.

—Hace años que no comía uno, gracias.

—De nada.

Me encanta que no tenga la timidez de otras mujeres a comer delante de mí como si pensaran que voy a tacharlas de glotonas o mal educadas por ello. Sin duda India es una mujer especial. Sus ojos se cruzan con los míos y se conectan durante unos segundos en los que ninguno hace por romper el silencio. Al final es ella quien baja la mirada con timidez.

—¿A qué se debe este detalle?

—Oh, me dejaba uno.

Le entrego el paquete que acepta con el ceño fruncido debido a la incertidumbre y la sorpresa. Me deleito de nuevo en las expresiones de su rostro cuando descubre lo que es.

—No es que vaya a encontrar nada nuevo ahí, pero quería regalarle algo que le gustara y le sirviera a partes iguales.

—Es perfecto, gracias. ¿Por qué lo hace? No era necesaria tanta molestia.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora