Capítulo Seis

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El cielo yace demasiado plomizo incluso para mi gusto. No me gusta ver los cielos amenazando con su oscuridad y al final que no se desprenda de él ni una sola gota de agua. Me dirijo a la cabaña sintiendo un escalofrío por el ambiente destemplado. Contemplo una de las ventanas abiertas en un pequeño resquicio permitiendo que unas cuantas hojas de la enredadera se cuelen hacia el interior.

Llamo un par de veces en la puerta y mientras espero me dedico a escudriñar los alrededores. Me doy la vuelta en un rápido movimiento al escuchar el leve chirrido que emite la robusta madera y me sorprendo porque el aspecto de la maga me impresiona una vez más. Está claro que había olvidado la intensidad de sus ojos.

—Adelante —invita echándose a un lado para que pueda entrar.

—Buenas tardes.

Ella asiente como respuesta a mi saludo, cierra la puerta y se encamina a la chimenea donde comienza a elaborar el brebaje para Priscila.

—Siento no tenerlo listo, coronel, pero me he habituado a prepararlo cuando sé que van a recogerlo. Más de una vez he tenido que desechar el preparado de las plantas.

—Lo comprendo, no se preocupe.

Cuando se gira hacia el fuego me fijo que lleva el pelo suelto, pero lo que más llama mi atención es su vestimenta. Lleva un chaleco de pana color caramelo sobre una camisa blanca de manga larga. Los vaqueros desgastados se ajustan a sus caderas y caen en campana por sus piernas. Me pregunto cuántos años tienen las prendas. Saco un diminuto sobre que dejo sobre la mesa.

—Sé que dijo que no aceptaba dinero, pero deseo pagarle. —Ella mira hacia atrás por encima de su hombro.

—Puede guardarlo.

—¿No tiene ningún tipo de gastos que cubrir? Tal vez la leña y las plantas le resulten económicas, pero ¿qué me dice del agua y de la electricidad? —Me sostiene la mirada durante tanto tiempo que siento que me está leyendo el alma.

—¿Sabe lo que es aceptar algunos céntimos de otras familias solo por el hecho de que no noten que tienen una deuda con usted? —Niego y ella se pone en pie. A la luz del día parece más joven—. Eso es lo que hacen las pocas familias que viven en el paraje. Me dan un poco de lo que tienen a cambio de que les deje ducharse con agua caliente o lavar su ropa. Vivir en medio de la nada es bastante complicado. Unos me regalan pan recién horneado, otros algunas de las verduras que logran cultivar en estas tierras. No necesito ese dinero, coronel, pero si quiere pagarme repártalo entre ellos.

Sonríe sin malicia y me doy cuenta de la bondad que esconde la maga de Lagos Verdes y del aprecio que siente por sus vecinos, casi como si fuera su familia. Entonces entendiendo de lo bien que me cae la mujer que se encuentra delante de mí. Sonrió en respuesta.

—Entonces déselo a ellos.

—Coronel Silva —Se aproxima hasta quedar con las manos apoyadas en la mesa—, a pesar de que lleva mucho tiempo renegando de la existencia de la curación a base de medicina natural, pensando que el amor no cuenta con un final feliz y que la suerte de poder tener algún tipo de dicha, si no es a base de sufrimiento y lucha, no es posible, le diré que se equivoca en esos aspectos.

Intento fingir que sus palabras no me afectan en absoluto, pese a que en realidad estoy inquieto porque conozca parte de mis pensamientos. Empiezo a pensar que la magia está realmente presente en su interior y que la usa en su beneficio. Como exponer lo que piensas y que aun así sea imposible que la chica te caiga mal porque usa la magia para causar ese efecto.

—Tiene usted un buen corazón —continúa con un tono bajo y dulce—. No sé qué le ha llevado a dichas conclusiones, pues no atisbo el pasado o el futuro, pero puedo percibir que se culpa así mismo de cosas que no son consecuencias de sus actos.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora