Capítulo Diez

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Vuelvo a encender el móvil al levantarme de la cama pasadas las ocho de mañana. Casi ni me creo que haya sido capaz de dormir durante tantas horas seguidas. Miro la espiga de lavanda que dejé en la mesita de noche sin creer que algo tan pequeño tenga tan importantes efectos.

Contesto algunos correos en el teléfono de camino a la cocina, aunque tengo unos días de permiso parece que nunca se llega a desconectar del todo del trabajo cuando tienes un puesto importante. Y en cierto modo me viene bien seguir manteniendo el contacto con mi mundo. Cruzo la puerta mirando la pantalla y estoy a punto de arrollar a Beisy y la cafetera que lleva en las manos.

—Perdona —digo cuando doy un salto hacia atrás para evitar el choque, ella suelta una carcajada.

—No pasa nada. ¿Quieres que te sirva el desayuno aquí?

—Por favor.

Beisy continúa hasta la mesa situada al lado del enorme ventanal y me percato de la presencia de Priscila sentada en ella.

—¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Colen? —pregunto tomando asiento frente a ella. Beisy llena la taza y se retira para traer la mía.

—Tenía temas que tratar.

—Te dejé los brebajes en el mismo lugar, ¿lo has bebido? —Alza la botella a la mitad indicando que ya lo ha ingerido—. Bien.

—¿Mañana es la última dosis, verdad? El médico dijo que debía seguir tomándola durante este mes y esta es la penúltima.

—Se lo preguntaré a la señorita Bienal cuando la vea esta tarde. —Priscila se inclina sobre la mesa sin apartar la vista de mi cara.

—¿Señorita Bienal? ¿Esta tarde? Pensaba que tenías que veros cada cinco días, ¿por qué ese cambio?

Beisy trae una taza de buen tamaño y la llena hasta arriba, siempre me ha gustado beber una buena cantidad de café por la mañana. También deposita en el centro de la mesa una bandeja de magdalenas recién hechas que me hacen la boca agua. Las cuento rápidamente antes de hablar.

—Envuelve unas cinco, Beisy.

—Claro.

—¿Vas a comer esto en el camino? ¿Por qué vas a ir hoy? —De repente su cara se vuelve pálida—. ¿Ha pasado algo? ¿Va a peor?

—No. Voy a recoger algo para mí, y las magdalenas son solo un presente para ella.

—¿Te encuentras mal?

—No —repito—. Es algo que me aconsejó tras una pequeña charla.

—Me gustaría conocerla —informa más tranquila, reposando la espalda en la silla. Espero a que continúe hablando mientras cojo una magdalena que me abrasa los dedos—. Según tus palabras parece una chica exótica y encantadora. Y además le debo más que un simple agradecimiento. ¿Le llevaste el dinero?

—Sí, pero no lo aceptó. Lo dejó para los niños del paraje. —De nuevo abre los ojos realmente asombrada.

—¿Los niños del paraje? ¿Hay niños viviendo en las proximidades de los bosques? Tenemos que hacer algo para ayudarles, Bremar.

Separo la solapa de la chaqueta para que pueda distinguir la punta del sobre que asoma por el bolsillo interior de esta. Su cara se ilumina al ser consciente de lo que llevó y esa luz llega a sus verdes ojos.

—No conozco a nadie más generoso que tú —asegura apretando con cariño mi antebrazo.

—No me había percatado de la pobreza de esa gente hasta que pasé por allí. Y si una de ellas nos está ayudando, ¿por qué no echarles nosotros también una mano?

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora