Capítulo Catorce

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Cenamos cerca de las nueve, mucho más temprano de lo que estoy habituado. Tras insistir un par de veces ha accedido a que la ayude a traer las pocas cosas que vamos a usar en la cena. La cocina es otro espacio lleno de encanto en esa cabaña. Cuenta con una larga encimera de madera que va a parar a una pequeña nevera, frente a la puerta hay suspendidas por la pared varias ollas y sartenes tan viejas que podrían haber pertenecido a su abuela. No hay ventanas, pero si un rectángulo que sirve de respiradero e imagino que ha sido hecho por alguna de ellas. Algunos manojos de hierbas y especias yacen enganchadas de finas cuerdas para ser secadas. El antiguo horno de leña descansa en un rincón y proporciona un ambiente cálido y acogedor. Cada vez me encanta más la casa de India.

Mientras comemos veo la sencillez a la que se refería. Le sobra con unos cuantos trozos de queso blanco, uvas, unas rebanadas de pan y una jarra de agua. Salvo que en esta ocasión dispone de unas pequeñas porciones de empanada que ha servido para ambos. Compartimos una agradable conversación antes de retirarse a la cocina para recoger e ir a dormir.

Me encuentro estirando las mantas en el sofá cuando India entra tras llamar con suavidad en la puerta y se apoya en el marco de la misma. Sonríe con cansancio.

—¿Precisa de algo más? He puesto unos troncos más para que se caliente el suelo, así se caldea también la habitación.

—Todo en orden, gracias. Vaya a dormir, parece cansada.

—Sí, suelo madrugar. —Se incorpora y deja escapar un suspiro—. Siento no disponer de un teléfono para que se comunique con su hermana, pero no tenemos cobertura por lo que es inútil tenerlo.

—De verdad, India, no importa. —Termino de acomodar la que será mi cama por una noche y doy unos pasos hacia ella—. ¿Qué significa el nombre de India?

—Río de gran caudal —responde riendo—. Es griego.

—Es precioso —afirmo convencido.

—Gracias. Le despertaré mañana cuando vengan a por usted. Buenas noches.

—Que descanse.

En un principio es imposible conciliar el sueño porque tengo los pies congelados. Los días continúan siendo calurosos, pero las noches son las propicias para el penúltimo día de octubre. Me tapo hasta la barbilla con la manta que huele a comida frita y polvo. La oigo moverse en su habitación a través de la pared, por el sonido sé que sus pies están desnudos. 

Distingo una especie de aleteo en el estómago por encontrarme en una situación a la que siempre me he negado. Desde hace diez años no me he permitido conocer gente nueva que no tuviera relación con el trabajo, ni salir a tomar algo, ni volver a quedar con mis amigos a los cuales he perdido con el paso del tiempo. Al ver a Nuria, al percibir cierta atención por mi parte, sentí que estaba traicionando a Marilen. Pero con India es diferente. No hay culpabilidad, resentimiento o sentimiento de soledad. Aquí, perdido en medio del bosque, me siento relajado y tranquilo. Al poder escucharla con una pared de por medio noto seguridad, la esencia del hogar. 

Con una sonrisa dibujada en la cara me tumbo sobre un costado llevándome la manta hasta cubrir todo lo posible la cabeza esperando que el calor que desprende el suelo y mi propio cuerpo me ayude a conciliar el sueño.

El sonido tan repentino y brusco hace que me despierte con una enorme sacudida. Al principio me mantengo inmóvil para comprobar qué es ese ruido al tiempo que examino el reloj: las ocho y media de la mañana.

Un chirrido indica que ha abierto la puerta y unos gritos ascienden por la escalera. Los niños del paraje no paran de llamar a India dando voces, entusiasmados. Me incorporo, me pongo la chaqueta y bajo en busca del baño.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora