Capítulo Cuatro

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Solo me permito unos minutos, mientras Negro bebe del cuenco de la maga, para respirar con la mente en blanco. Acabo de pasar una hora en compañía de una chica que lejos de parecer una maga o sanadora tiene una apariencia de lo más agradable. Sin mencionar sus ojos. Unos ojos que ven el alma de los demás.

Esta vez permito que su trayecto sea normal, sin llegar a pedir su mayor rendimiento. Aunque aún no sea considerado un caballo viejo prefiero cuidarlo. Cruzo el umbral de la puerta cerca de las ocho y media de la mañana. Atravieso el vestíbulo camino de las escaleras cuando Colen sale a mi encuentro desde la sala de estar y una taza de café en la mano.

—Coronel, me alegro de que hayas vuelto. ¿Cómo ha ido? —No detengo mis pasos obligándole a acelerar para colocarse detrás de mí.

—Bien. Creo que hemos ganado algo de tiempo. Me ha dado un brebaje —Le oigo soltar un suspiro de alivio—. ¿Cómo está ella?

—Ha dormido casi toda la noche. Ha preguntado por ti cuando despertó hace casi una hora. Coronel —dice casi con temor—, ¿puedo estar presente cuándo se lo des?

Me vuelvo para observarlo por encima del hombro sin entender por qué me pregunta eso. Es su prometido y comprendo que desee estar ahí.

—Por supuesto.

Priscila yace acomodada contra las almohadas. Permanece con los ojos cerrados, como si terminara de hacer un esfuerzo que la ha dejado debilitada. Beisy está a su lado sosteniendo un plato con fruta. Al oírnos eleva la mirada y sonríe al cruzar sus ojos con los míos.

—Bremar, buenos días. —Priscila entreabre los ojos al escuchar mi nombre.

—Buenos días, Beisy.

—No quiere comer —comenta en voz baja cuando me pongo a su lado. Tomo el plato de sus manos, asintiendo.

—Probaré yo. ¿Has dormido algo?

—¿Eso qué importa, hijo? ¿Qué tal tu viaje? ¿Estás bien?

—En perfecto estado. Y por supuesto que importa. Ve a descansar al menos una hora. Si tú no estás en plenas condiciones nosotros tampoco. —Beisy sonríe y me da un beso en la mejilla. Por segunda vez siento que es mi madre quien lo hace y me percato de lo mucho que la echo en falta.

—Gracias.

Nos quedamos solos Colen y yo junto a Priscila. Dejo el plato en la mesita de noche y saco la botella.

—Al final viene bien que no hayas comido nada. Bebe esto y después quiero que comas por lo menos la mitad del plato.

—Estoy cansada, quiero dormir.

—En tu mano está alargar o no ese momento.

—Vamos, Priscila —suplica Colen desde los pies de la cama. Ella esboza un sonrisa en su dirección y me alegro de poder contar con la carta del prometido. Bebe con dificultad antes de hacer una mueca.

—¿De dónde has sacado esto? Es asqueroso.

—Mañana tomarás otro poco.

—¿No lo dirás en serio?

—Sabes que en estas cosas no bromeo, Priscila. —Guardo de nuevo la botella en mi chaleco y señalo el plato con la cabeza—. ¿Prefieres que te lo dé yo o Colen?

—No te preocupes yo me ocupo —ofrece él cogiendo el plato—. Ve a dormir.

Agradezco su gesto mientras me pongo en pie. Colen ocupa mi lugar en la cama y me alejo hacia la puerta. Antes de salir contemplo la escena: Colen aproxima un trozo de fruta a la boca de Priscila al tiempo en que hace un puchero frente a ella, quien ríe ante su ocurrencia para un segundo después aceptar la fruta. Algo se retuerce en mi estómago al recordar las últimas semanas que pasé en compañía de Marilen haciendo las mismas cosas que ellos. En silencio me escapó hacia mi habitación.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora