Capítulo Once

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—Esto es realmente acogedor —comenta Amanda cuando Priscila las lleva a la terraza cubierta, al otro lado de la cocina. A pesar de ser octubre el ambiente es cálido y agradable.

Yo las sigo sin mucho entusiasmo, pero al fin al cabo la idea de invitarlas a tomar el café fue mía. La terraza está cerrada por dos partes de la fachada trasera de la finca mientras que las restantes yacen bordeadas por maderas que permiten ver la extensión del jardín. Beisy ya ha dejado la mesa preparada con el café, bombones de coco, pastas de té y tortas de anís. Amanda halaga una vez más lo que encuentra a su paso y toma asiento junto a Priscila. La silla que me corresponde está situada frente a Amanda con Nuria a mi derecha.

—Servios lo que queráis —ofrece Priscila al tiempo en que se abanica frenéticamente—. Hace un calor horroroso.

La miro directamente notando la palidez en su cara. Según recuerdo lo ha hecho todo como cada mañana, incluso estaba contenta tras la comida porque vendrían a tomar el café con ella. Sin embargo, Colen no se ha pasado esta mañana y tampoco lo hizo ayer. Imagino que habrán tenido una pelea. Pongo varios bombones de coco, sus favoritos, en un plato y lo deslizo hacia ella.

—Gracias. La verdad es que me apetece mucho comer algo dulce.

Amanda coge una torta de anís y le ofrece una a Nuria, que niega con lentitud.

—¿Prefieres comer algo de lo que no haya en la mesa?

—No se preocupe, coronel. —Se incorpora para tomar la cafetera—. De momento solo beberé una taza.

De nuevo parece que estoy en medio de una escena de una novela de regencia pese a que ninguna lleva un vestido, ni yo el uniforme de coronel, ni han venido en calesa. También los móviles de las más jóvenes sobre la mesa me recuerdan que estamos en pleno siglo XXI, pero por lo demás podría jurar que he viajado en el tiempo.

—Nuria no sabe cómo pedirle que le muestre sus caballos. —La mencionada se retira de golpe la taza de la boca y fulmina a su hermana con la mirada. Queda claro que Nuria es la más reservada de todas y esa frase solo sirve para sacar un leve sonrojo en sus mejillas.

—Amanda, cierra la boca.

—No tiene nada de malo decir lo que a uno le apetece hacer —dice Priscila con suavidad—. Daremos una vuelta por el establo antes de que se ponga el sol.

—Lo mejor es que tú te quedes aquí para descansar.

—¿Continúas enferma? —pregunta Nuria ignorando por completo a Amanda que intenta persuadirla a través de la mirada.

—Yo diría que no, pero a veces sigo un poco cansada. Tal vez se deba al calor que hace hoy.

—Iremos nosotros —aclaro sin dirigirme a nadie en concreto.

—No me parece correcto ir sin Priscila —replica Nuria—. Puede salir con Amanda y yo me quedo aquí con ella.

—¿Quiere ir, coronel? —Amanda parece tan entusiasmada que no me atrevo a negarme. Asiento viendo cómo se ilumina su cara.

Unos minutos más tarde Amanda y yo emprendemos el camino hacia el establo. El sol comienza a perder fuerza y el frío hace acto de presencia. Ella agradece el aumento de temperatura al entrar, a pesar de que trata de disimular el escalofrío que le recorre el cuerpo.

—Podemos echar un vistazo rápido. Sé que no te gustan los caballos.

—Tiene una visión equivocada de mí. Me gustan los caballos, más cuidarlos que montar, pero salgo en algunas ocasiones por los campos de mi padre. No soy tan superficial como piensa. Sé que sus favoritas son Duna y Nuria. Sobre todo Nuria porque es la que más se parece a Marilen.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora