Nueve años después.
India.
Miro por la ventana al cielo que comienza a perder el brillo de la tarde. El final del verano está próximo y con él volverá a traer el silencio del otoño al paraje. Los niños han dado paso a unos jóvenes con ganas de salir del bosque en busca de unas vidas mejores para ellos y sus familias.
Nicolás, al cumplir los catorce años, venía de vez en cuando a la finca para ayudar a Bremar con los caballos. Allí descubrió que era su gran pasión y él, con el permiso de sus padres, le ofreció un "trabajo" que le enseñara a Nicolás la cría de caballos y proporcionara algo de dinero a su familia.
El mayor de los cinco ha traído al mundo, hace cuestión de meses, al primer niño de la nueva generación del paraje. Todavía le veo como uno de los críos que venían a mi casa dando gritos rodeado de sus amigos. Una punzada de nostalgia me invade cuando soy consciente de que hace meses que no veo ni a Nicolás ni a la más pequeña de ellos.
—Mamá, esto no lo entiendo —comenta Elia ofuscada. Al volverme hacia ella la encuentro señalando el libro que me regaló Bremar años atrás.
Suspiro cansada, pues llevamos toda la tarde tratando de que aprenda algunas de las cosas que le servirán en un futuro. A pesar de que solo tiene ocho años ya ha mostrado las mismas facultades que poseía yo a su edad. Me inclino a ver dónde se ha quedado.
—¿Te parece si lo dejamos para mañana? —sugiero cuando me doy cuenta de que no tengo fuerzas para explicárselo—. Aún tenemos unos días antes de que se acaben las vacaciones.
Elia sonríe agradecida por la idea de dejar los estudios por hoy. Trato de hacerle horarios poco cargados, pero se aburre en seguida.
—¿Puedo bajar a la sala? Quiero salir de esta habitación.
Recorro las paredes con la vista y añado:
—Pues a tu padre le encantaba esta habitación. Dormía aquí cuando venía desde la finca a buscar los brebajes para tía Priscila.
Elia se lleva las manos a la espalda al tiempo en que se balancea delante y atrás sobre sus talones. No dice nada, pero sé que desea salir de aquí.
—Sí, puedes irte.
Pongo el libro en la estantería, recojo las cosas que ha dejado desperdigadas por la mesa y me acurruco en el sofá bajo la ventana. Ha sido un día más ajetreado de lo esperado. Me permito cerrar los ojos un instante mientras me relajo ahí tumbada. Sé que Elia no hará nada malo, pero... Como si solo el pensarlo lo hubiera vuelto realidad me sobresalto al escuchar la puerta y las voces de ellos apoderándose de toda la cabaña.
—Fin del descanso. —Me pongo en pie directa a las escaleras. En cuanto la sala se abre en mi campo de visión veo a Elia sentada a la mesa recibiendo un beso en la cabeza de parte de su padre. Eso me hace sonreír.
—¡Mamá! —gritan al unísono los dos pequeños a la vez que se abrazan a mis piernas, haciéndome tambalear en el peldaño.
—Hola, pequeños —saludo a ambos terremotos con la alegría de tenerlos de vuelta. Bremar sube también los pocos peldaños que me quedan por bajar y me sonríe antes de darme un beso.
—¿Habéis avanzado en la clase de hoy? Siento no haber podido retenerlos más tiempo fuera.
—Es raro que hayan querido regresar tan pronto. Elia está algo cansada —comento mientras la señalo con la cabeza. Bremar da una palmada y se dirige a ella.
—Ya nos vamos a casa.
Ella sonríe a su padre mientras yo bajo de la mano a los gemelos. Brandon y Lucas se suben en las sillas saltando para llamar la atención de su hermana que resopla perdiendo la paciencia.
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La magia que busca el coronel
RomanceBremar Silva ha pasado toda su vida renegando de la existencia de la magia, el amor con un final feliz y la suerte de poder tener algún tipo de dicha si no es a base de sufrimiento y lucha. Todo ello dejó de tener valor cuando su prometida enfermó y...