Últimamente tengo la impresión de hacerlo todo a la carrera. La paz que respiraba las veces que venía a la finca se ha esfumado desde que ocurrió lo de Priscila y las cosas parecen que no van a mejorar nunca.
Atravieso el vestíbulo, asciendo las escaleras de dos en dos y entro al cuarto de ella sin llamar. En estos días suelen pasar el tiempo en su habitación para que Priscila pueda estar en la cama durante más tiempo. Y no me equivoco al buscarlo aquí de primeras. Cruzó la estancia hasta el balcón, lo agarro por la pechera y lo mando al otro extremo con todas mis fuerzas mientras exclamo:
—Aparta de ahí no vaya a ser que te caigas.
Tropieza con la alfombra, pero no llega a caer, lo que es una lástima. Me mira confundido y algo temeroso, los pocos centímetros que le saco, la corpulencia y la ira que siento en estos momentos me hacen parecer un peligro para él. Ella se coloca a mi costado lista para replicar, elevo un dedo sin mirarla.
—Quédate quieta. ¿Quién tuvo la idea de lo de las plantas?
—¿Qué? ¿De qué hablas, coronel?
—¿Fue tuya o de tu padre?
—Mi padre vive en el extranjero. —Chasqueo la lengua y él sabe que eso es mala señal. Doy un paso hacia delante y él retrocede.
—¿Vive solo o está acompañado de tu hermano, Walter?
Al pronunciar su verdadero nombre sus facciones de terror se desvanecen dejando ver unas de desprecio. Contempla a Priscila unos segundos, tal vez pensando si puede jugar la carta de la inocencia con ella o soltar la verdad. Descubro en sus gestos la intención de huir, pero antes de que pueda ganar la puerta soy yo quien se apoya contra esta bloqueando su única vía de escape. A no ser que piense en saltar por el balcón, lo que dudo mucho que vaya a hacer. Me cruzo de brazos con autosuficiencia, sabedor de que tengo el control de la situación.
—Vamos, Walter, estamos esperando que hables. Ya sé que fue tu padre quien robó el caballo, quien recogía las plantas venenosas y el que le provocó los ataques al pincharle la mezcla en las venas creyendo que iría mucho más rápido.
—¿De qué va todo esto? —inquiere ella, indignada. Colen la sostiene del brazo con la súplica reflejada en la cara.
—Ya te dije que tu hermano estaba perdiendo los papeles. ¿Qué razón hay para que me ataque así?
—Suéltala. —Hace días que no uso el tono de coronel, pero me aferro a utilizar solo la voz—. El señor Colen Raston, es en realidad Walter Doarte, hijo del doctor Doarte. —Me sitúo al lado de ella y frente a él, retiro su despreciable mano y coloco a mi hermana tras de mí—. O me dices ahora quién empezó todo esto o te cuelgo cabeza abajo en el balcón.
—Tú lo empezaste, despiadado militar. Tú con tus aires de hombre intachable, respetado y poderoso miembro del ejército.
—Ni siquiera te tenía en mi regimiento —comento perdido por el giro de la conversación.
—A mí no, a mi hermano.
—¿Tienes un hermano? —pregunta ella a mi espalda. Colen pone los ojos en blanco para ignorarla después.
—Zaret estaba a tu cargo, tú eras su superior y no tuviste la decencia de detener aquella pelea.
—¿Te refieres a la paliza?
—¡Qué no detuviste! —Propina un empujón que no veo venir. Priscila chilla al chocar contra mí y la desplazo hacia la izquierda cuando Colen alza el puño en mi dirección—. Solo eres un cobarde. Eras el teniente de su regimiento, alguien que debía ayudarle y enseñarle el camino del servicio militar. Sin embargo, presenciaste todo sin mover ni un dedo.
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La magia que busca el coronel
RomanceBremar Silva ha pasado toda su vida renegando de la existencia de la magia, el amor con un final feliz y la suerte de poder tener algún tipo de dicha si no es a base de sufrimiento y lucha. Todo ello dejó de tener valor cuando su prometida enfermó y...