Despierto sobresaltado por el impacto que oigo al otro lado del pasillo. Permanezco quieto tumbado boca arriba haciendo oído. Al cabo de unos minutos escucho un grito que se entremezcla con un lamento. Desenredo las mantas de las piernas tan deprisa para levantarme que tropiezo con ellas al caerse a un lado de la cama. Salgo de la habitación palpando la pared en busca del interruptor, pero todo yace tan oscuro que es en vano a pesar de saber donde se encuentra. Dirijo los pasos hasta las escaleras guiándome por los sollozos que se perciben en el completo silencio de la noche. Trago saliva, nervioso, y giro a la derecha para iniciar el descenso a la planta baja.
Los ojos se habitúan a la tenue luz, observando la larga escalera de madera que es casi engullida por la oscuridad del vestíbulo, y es ahí donde me detengo al poner el pie en el primer peldaño. Justo en la mitad hay una figura sentada con la cabeza agachada. La reconozco por su pijama de seda azul turquesa. La melena rojiza está alborotada, como si se la hubiera despeinado en un arrebato. Llego hasta ella notando la fría madera en la planta de los pies.
—¿Priscila?
Sube la cabeza guiada por el sonido de mi voz y lo que veo en su mirada no me gusta ni un ápice. Sus ojos están apagados y desenfocados, perdidos. El rastro que dejan las lágrimas en las mejillas no ayuda a mejorar la visión que tengo delante.
—Priscila, ¿qué ocurre? —Me arrodillo frente a ella mientras intento atusar un poco el pelo. Aquel roce hace que su vista me enfoque realmente y su rostro se vuelve una máscara de terror.
—Por fin has venido —suelta, aferrando mis manos—. Estaba tan asustada.
—No he ido a ninguna parte, estaba en mi habitación. ¿Me buscabas?
—Cuando me he despertado no me encontraba en mi cuarto —afirma con el pánico adornando su voz. Las manos le tiemblan y las cubro con las mías para impedirlo—. He salido de esa sala para buscarte y tampoco tú estabas en tu cuarto. No estaba en casa, Bremar, no estaba en casa.
—Tranquila. Mira —Muevo con cuidado su cara para que sea capaz de distinguir lo que la rodea—, estás aquí, estás en casa. Y ahora vamos a volver a tu cuarto, vas a quedarte helada.
La levanto sin dificultad colocando las manos bajo sus brazos. Mientras avanzamos examina cada parte del camino visiblemente alterada. Se mete en la cama poco convencida, inquieta. Tomo asiento en el borde de la cama cuando le doy un puntapié a algo de cristal. Alargo la mano para hacerme con el objeto.
—¿Cómo me explicas esto? —Pongo la botella a la altura de sus ojos al tiempo en que el alma se me cae a los pies—. Solo tenías que hacer una cosa. Puede que sepa mal, pero ya has visto lo que ocurre cuando no lo bebes.
Ella frunce los labios con cara de disculpa.
—Lo olvidé. Estaba atareada con la visita de Nuria y Amanda. Tal vez se cayera bajo la cama cuando iba y venía y no lo vi al ir a acostarme. Te prometo que es la única dosis que no he tomado.
—Es una medicina. Si la dejas no vas a limpiarte. —Entierro la cara en las manos pensando en lo iluso que he sido al creer que lo peor ha pasado—. No debería haber dejado de buscar un médico.
—Ha sido culpa mía. Ya sabes que con la ayuda de la sanadora he mejorado muchísimo.
—Sí. La idea era que la vieras hoy para saber cómo seguir con los brebajes. Bébetelo —ordeno.
Hace una mueca de repulsión aceptando la botella de mi mano. Desaparezco unos segundos para coger el aceite de lavanda de mi habitación. Tras masajear su frente se queda dormida y sus manos dejan de temblar.
Al amanecer Beisy hace acto de presencia con varias toallas limpias en los brazos. Los pasos me obligan a regresar de mis pensamientos y el cuello se resiente tras pasar más de dos horas en la misma posición.
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La magia que busca el coronel
RomanceBremar Silva ha pasado toda su vida renegando de la existencia de la magia, el amor con un final feliz y la suerte de poder tener algún tipo de dicha si no es a base de sufrimiento y lucha. Todo ello dejó de tener valor cuando su prometida enfermó y...