Capítulo Siete

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El día de la cena es mucho más agobiante de lo que imaginaba. Beisy ha pasado toda la mañana corriendo de la cocina a la sala principal y de la sala principal a la cocina. Aldon ha arreglado la entrada para los pocos invitados que van a venir. Ha quitado las hojas caídas, barrido el alquitrán desde la verja de la entrada hasta el porche de la finca y colgado dos enormes globos de papel con todos los  colores posibles. Priscila es la encargada de idear el menú y escoger la mantelería y vajilla. Y he de reconocer que esta actividad le está sentando de maravilla. Esta mañana bebió la última dosis que le preparó la sanadora Bienal y se levantó de la cama llena de energía.

Entro a la sala principal cuando dejo de ver a Beisy de un lado para otro y el olor de la carne macerada con tomillo y jugo de limón inicia su viaje por las estancias contiguas a la cocina. Colen yace sentado en un sillón con una corbata en cada mano. Al oír los pasos alza la cabeza y me lanza una mirada de socorro.

—No tengo ni idea de cómo combinarlas. Priscila me ha pedido que lo haga lo más elegante posible, pero —Eleva las manos para que pueda verlas mejor y añade—: son del mismo color. ¿Cómo sé con cuál de mis chaquetas va a ir mejor?

—No son del mismo color —comento con una sonrisa al comprender su confusión. Después de haberme criado con mi madre, una apasionada de la moda, y más tarde con Priscila me acostumbré a reconocer ciertas cosas—. Esta es verde oliva y la otra es verde militar.

—¿Qué? —pregunta como si le hubiera hablado en otro idioma. Suelto una leve carcajada y cojo las corbatas de sus manos.

—A lo que Priscila se refiere es que uses el blanco, el negro o incluso el dorado si vas a ponerte la verde oliva. Y que utilices el marrón o el gris si te decantas por el militar.

—Ya —dice poco convencido.

—Ve por el lado clásico. Un traje negro es el más elegante. Aunque es una cena informal, no entiendo tanto nerviosismo y etiqueta —me quejo ahora que ni ella ni Beisy pueden escucharme. Colen suelta un suspiro.

—Yo tampoco, pero Priscila está realmente emocionada. Pienso que debería sentarse y tomarse una tila. Todavía no está recuperada del todo.

—Mañana nos aseguraremos de que pase todo el día en la cama, dejemos que hoy disfrute. Por cierto, Colen, nada de salir al jardín de los árboles.

—Por supuesto que no. Ni loco la dejo ir allí. Además hoy el tiempo es un poco más fresco y soy consciente de lo frágil que están ahora las defensas de Priscila. —Asiento complacido por su resolución.

Últimamente pasa mucho tiempo en la finca y parece que se ha acostumbrado a moverse por ella. Al principio hacía comentarios de lo grande que era, de las innumerables estancias que poseen las dos plantas de arriba y de lo amplio que era todo en la planta baja.

—He traído un traje para no tener que volver a casa a cambiarme antes de la cena —informa sin ganas—, pero dudo que sea del gusto de tu hermana.

—¿Es negro?

—Gris claro.

—Entonces el verde militar. —Alargo la corbata en su dirección y me quedo con la otra—. ¿De dónde ha sacado ambas corbatas?

—Creo que las compró por medio de Beisy con la intención de que lleváramos una cada uno. —Me da una palmada en el hombro como si quisiera darme ánimos en un gesto de complicidad—. Es una lástima que no uses tú el verde militar, coronel.

Correspondo su sonrisa al tiempo en que cuelgo la corbata restante en su hombro.

—No pienso ponerme ninguna, ya tengo el vestuario escogido. Tienes el privilegio de quedarte las dos. —Frunce un poco el ceño con mis palabras, me encojo de hombros y salgo de la sala principal camino a mi habitación para prepararme.

La magia que busca el coronelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora