xii.

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—¿Y a tí que mierda te pasa? ¿Estás así porque el chico que espiabas está aquí?

—Los dos sabemos que eso no te importa, así que no me molestes, bicho asqueroso. —gruñó Rin, mirando su cámara y haciendo todo lo posible para ignorar a Shidou, aguantandose las ganas de golpearlo y demostrar que el imbécil tenía razón.

—¡Bebé, tu hermano me está maltratando! —Se quejó el rubio de mechones rosas.

—Vuelves a llamarme "bebé" y juro que quedarás en abstinencia, maldito demonio. —respondió Sae, moviendo con elegancia su copa de vino blanco. Las mejillas de Ryusei se sonrojaron, mientras que una sonrisa torcida se apareció en su labios.

—Tus deseos, son órdenes, mi amor. —El de ojos rosas hizo una reverencia divertida, ganándose un bufido molesto de su pareja y una mueca de asco por el menor de los tres.

—Si mis deseos son órdenes, entonces, tráeme una copa de Montblanc. —Sae habló y su novio solo asintió, caminado en dirección al pequeño bar donde se pedían las bebidas a gusto de los invitados.

Rin no era tonto, y sabía que su hermano le pidió aquello al bicho de antenas largas para que tuvieran tiempo a solas. Ahora los ojos turquesa del mayor estaban sobre él, y por más que lo odie, no puede escapar.

—Habla de una vez. ¿Qué pasa? ¿Estás así porque el chico de las fotografías está aquí?

—No...

—Mentiroso.

—¿Para qué me preguntas si no vas a creer en mi respuesta? —bufó Rin.

—Creería en tí, si no me estuvieras mintiendo. —acusó Sae.

—No voy a discutir contigo.

—No deberías discutir conmigo, solo tienes que admitirlo. —comentó el de cabello rojizo, acercándose a su hermano. —¿Qué es lo que te molesta tanto? ¿Acaso el chico no te recuerda? ¿O acaso te está molestando?

—Deja lo paranoico, Sae. No es nada malo. —Rin le restó importancia, moviendo su mano de un lado al otro. El menor vió el ceño fruncido de su hermano y suspiró, porque sabía que no se quedaría tranquilo. —Relájate de una maldita vez, carajo. Lo que pasa es que...

La voz de Rin se cortó, dándose cuenta de que Isagi caminaba en su dirección de nuevo. Bufó, pensando en lo insistente que podía ser.

Sus palabras le generaban rechazo, porque no le creía en lo más mínimo, sintiendo que no eran más que falsas ilusiones. En un día no podías enamorarte, pero sí empezar a sentir un capricho.

Y eso es, lo que era, lo que sentían el uno por el otro.

Un simple capricho.

Monocromático. |RinSagi|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora