xix.

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Llegó a casa, quitándose la chaqueta de su traje con un suspiro, por suerte está vez llevó su propio auto y no tuvo que esperar hasta que a Sae y al insecto se les ocurriera aparecer de quién sabe dónde.

No le importaba dónde estaban esos dos, y prefería (por su estabilidad mental) no saber y no pensar en qué demonios hacían esos dos en el baño del museo.

Quitó el nudo de su corbata, y la dejó por ahí sin ningún cuidado, mientras arrastraba los pies hasta su cama.

El apartamento siempre lo recibía en silencio y en completa oscuridad, lo cual no era nada fuera de lo común.

Su apartamento era un lugar enteramente estético y simétrico de pies a cabeza, era esa clase de lugares que cualquiera veía en las fotografías de internet y soñaba con algún día vivir en un lugar así.

Pues, según su propia filosofía, cualquier lugar era ideal para ser fotografiado, solo se necesitaba el ángulo perfecto.

Pero en sí mismo, el ángulo perfecto era algo que solo podía encontrarse en la suerte misma, en tener la oportunidad de tomar la fotografía y no perderla.

Rin tenía el talento, la técnica, y la habilidad, solo le faltaba la oportunidad, porque aunque cualquier momento y cualquier lugar podría ser fotografiado, no todos los momentos eran propicios y no todos los lugares eran dignos de ser retratados.

Muchas personas desestimaban a la fotografía, diciendo que era demasiado sencillo para ser considerado un arte. ¡Ja! Si ser fotógrafo fuera tan sencillo, cualquiera podría serlo de forma profesional pero no, una cosa era tomar fotografías para que luego fueran sometidas a un montón de filtros y correcciones digitales, y otra cosa muy distinta era tomar una fotografía, para que así, tal cual como fue tomada, fuera mostrada al mundo, para luego conseguir que innumerables personas creyeran que era hermosa.

Conseguir una fotografía perfecta, era un trabajo difícil, porque de cincuenta tomas, a veces ninguna terminaba de funcionar. Lo cual llegaba a ser frustrante, especialmente para una persona tan perfeccionista como lo era Rin.

Pero el Itoshi menor era obstinado y terco, tenía la visión, y no le importaba pasar horas, horas y horas hasta conseguir el resultado que deseaba.

Rin se sentó a la orilla de su cama y levantó la cámara que aún traía colgada del cuello. La encendió, empezando a revisar una tras otra las fotografías que tomó ese día, eran en su mayoría de Sae, de espaldas, de frente, posando, con una sonrisa cordial cuando brindaba con algunos de los ancianos influyentes, y otras sonrisas más sinceras cuando miraba a Shidou (aunque Rin, deliberadamente tomó la fotografía en un ángulo que era imposible saber qué era lo que Sae miraba) también habían fotos de algunas esculturas, de algunas pinturas y luego...

Luego estaban las fotografías del chico de ojos bonitos, que al fin tenía nombre, dejando de ser una sombra en su memoria.

En una Isagi se veía avergonzado con las mejillas sonrosadas, junto a una mueca de sorpresa. Rin pensó que esa era una perfecta representación de que, sin importar la edad, o lo mucho que queramos negarlo, nunca dejamos de ser unos niños en nuestro interior, que se avergüenzan y se sonrojan dependiendo de las situaciones. Ser adulto, no significa dejar de sentir vergüenza.

En la siguiente, estaba la foto de Yoichi, quien se encontraba frente al grabado en madera del "Taj Mahal" obra de Hiroshi Yoshida. En esa (de nuevo) se mostraba sorprendido, aunque no sonrojado, lucía más bien impresionado, lo cual también le encantó al Itoshi menor. Ese chico de ojos azules era muy transparente, y hoy en día, era muy difícil encontrar personas (sobretodo adultas) tan genuinas al momento de mostrar sus emociones.

Con Isagi era fácil saber lo que sentía, su rostro lo mostraba todo, podía ver la mirada llena de determinación cuando le regresaba los comentarios sarcásticos con el doble de ironía, la forma tan ligera en la que su boca formaba un pequeñísimo puchero al perderse en sus pensamientos, sus mejillas sonrosadas, el golpe que daba con su pie cuando se enojaba junto a sus puños apretados, sus cejas que se movían dependiendo de la situación.

¡Joder! Era redundante el hecho de decirlo tantas veces, pero su rostro era tan expresivo, que era incluso un placer visual.

Isagi era como un oasis en medio de un gran desierto.

Era el sueño de cualquier fotógrafo, ver expresiones tan genuinas y verdaderas, porque aunque el resultado de una gran fotografía dependía mucho del fotógrafo, de sus técnicas y de su habilidad, también dependía en cierta parte del modelo, de su forma de actuar, de posar y de mostrar las emociones que le pedían.

Su hermano Sae, era uno de los modelos más cotizados de la industria, porque era un gran actor, fácilmente podía fingir una mirada destruida de tristeza o rebosante de alegría, su cuerpo estaba entrenado para hacerles creer a cualquiera que sus poses y sentimientos eran reales, pero no dejaba de ser eso, puras mentiras. Porque Sae no era alguien expresivo, era un actor.

Pero Isagi, era tan genuino, que no tenía intenciones de dejarle ir aún.

Monocromático. |RinSagi|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora