VIII. Rosie

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<<Do Fa Do Sol Fa Do>>

Son las mismas notas en su cabeza.

Estaba parada en medio de su habitación que estaba hecha un asco. Una expresión de disgustó se apoderó de su rostro ante eso. Usualmente siempre intentaba no ser tan desordenada con sus cosas. Había tenido incluso varias discusiones con Lisa cuando una vez les tocó compartir literas en sus antiguas habitaciones del dormitorio de aprendices. Antes de eso habían estado durmiendo al ras del suelo, en colchonetas bastante endurecidas, en cuartos con paredes mohosas. A diferencia del resto que dormía como troncos con facilidad, Rosie tuvo que lidiar con severos dolores de espalda. No estaba tan acostumbrada a ese tipo de comodidades. Había crecido plenamente como una chica neozelandesa y australiana, donde no era necesario dormir en el suelo. Donde dormían colchones suaves y blandos, que hundían su cuerpo entre un millar de sabanas color crema. No es algo de lo que estaba tan orgullosa, de hecho se sentía avergonzada ante su reacción al ver las colchonetas amontonadas en donde hubiera espacio. Era deprimente, las condiciones precarias donde estuvo viviendo. ¿Si ser aprendiz no era vivir en una trinchera en plena guerra entonces que era?, las porciones limitadas de comida, el esfuerzo sobre extremo, el grito de sus superiores corroyendo sus oídos. Pensó que incluso los estertores de los hambrientos por debutar hacían proliferar la crueldad en sus instructores. Recordó muy bien, las voces haciendo ecos en sus tímpanos rotos por la misma música en repetición. El mismo ritmo, una y otra vez. Incluso metido en la oscuridad, cuando se arrinconaba entre un sinfín de cuerpos que fingían no tener miedo. Cuando sus sabanas temblaban ante el sonido de sus lamentos silenciosos. No, no iba a pensar en eso, iba a concentrarse en terminar las cosas que tenía por hacer, que eran muchas cosas. Por ejemplo, dejar de quedarse mirando como una estúpida la caja estampada en corazones que parecían haberse trazado con rotuladores, naranjas, rosas y rojos; bajo un fondo blanco. Era pequeña y cubría parte de su palma. El moño era rosado y tenía una tarjeta con una dedicatoria; reconoció la caligrafía pulcra de su madre, la forma inclinada en que escribía anglosajón.

Twinkle, Twinkle, Little Star, How I wonder what you are?

-Mamá.

Lo miró incrédula desde que el paquete llegó en conjunto con los regalos que las marcas que patrocinaban habían enviado. Era pequeño y fácil de perderse, era cero elegante con el papel arrugado y los vestigios de la cinta adhesiva en las esquinas. Se le encogió el estómago ante la letra de su madre.

Nunca tuvo una mala relación con ella, siempre fue una constante fuerza de apoyo, sobre todo en los momentos más difíciles. La niñez dificultosa. Llena de por mayores que instaron en sacar su lado más fuerte. Su madre navegó entre olas de más de diez metros, intentó cruzar parte del océano con solo su brazos, sólo para hacer que Rosie aprendiera, aprendiera vivir, aprendiera a tener una vida que gozara de dignificación. A pesar de eso habían pasado por diferentes altibajos, pero, siempre estuvo ahí, para ponerla sobre sus rodillas cuando se estaba acicalando en el tocador. Para colocarle sus pendientes cuando miraba el brillo dorado que se intensificaba por los rayos del sol. Su madre, que le tomaba de la mano cuando se sentaban en esa fría sala de espera, con otros niños. Esperando a que los dejaran pasar. Su madre que se peleaba con los profesores que solían atosigarla con sus insultos.

—Tal vez te quiere pedir perdón.

Lisa está sentada en la orilla de la cama. Tiene los ojos cansados inyectados en sangre por el desvelo. Inusualmente tiene una lata de cerveza que lanza espuma desde el orificio de arriba. Ha estado mirándola empacar, mientras se queja por haberse levantado a las 3 AM. Ha hecho todo ese viaje al apartamento de su mejor amiga, sólo para ser recibida por una bola energizante de ansiedad. Ahora están sentadas, después de haber espantado su pereza para llevarla a correr un par de kilómetros, para desgastarla.

Cuando las noches son de té y los días de lluvía| Suzé o SuséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora