XI. Giselle Savage.

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Anger Without Honor

Por Giselle Savage.

La nieve cayó sobre todas y The Desolate Hole estaba casi estaba frente a sus narices.

El viento crujía y los equinos trotaban con dificultad en medio de la nieve espesa y abultada. Lo que sea que hubiera debajo de sus patas, ya estaba sepultado del ojo humano. La nevada era brutal, las malditas nubes se desangraban como si le hubieran cortado la arteria del cuello. Y cuando más se acercaban los extraños al Hole, la tormenta se ponía más implacable y los caballos eran más difícil de controlar. Asustados relinchaban intentando desobedecer el empujón de los talones para echarse andar. Los exploradores antes que ellas lo habían dicho, los viejos bardos los anunciaban, los ancianos, los septos, los maestres, todos murmuraban sobre el Hole, como un lugar maldito. Uno donde todo el que pisaba no salía de ahí vivo. Ahí estaban, marchando todos en una fila india. Recubiertas en pieles y temblorosas. Desde la distancia se erguían las fauces de la cueva y esos cuatro pares de ojos lo miraban con absoluta impresión. Una corriente helada pasó entre todas ellas, haciendo estremecer a más de una, poniéndoles la piel de gallina.

Sólo daba más indicio, de que quien sea habite en esas tierras, no estaba muy contento con los extraños.

La única cuyos dientes no chirriaron eran los de Brienne "Bi" Baestark. Sólo se dedicó a sacudir de mala gana las partículas de hielo húmedo que se resbalaba por sus hebras negras. Su rostro era tan imperturbable como cualquier Baestark del Norte. Su nariz comenzó arrugarse, mientras más Javen, su caballo se acercaba, hacía la cueva. El hedor que transmitía el Hole, hizo que su boca se contrajera en una mueca; una extraña y asquerosa mezcla entre varías sustancias conocidas por su volatilidad, como también a azufre, oxido y carne quemada. Había pequeños hilachos exhalados del Hole, como si fuera algo vivo, la nariz de un gigante dormido en el que estaban parados. Eso le recordó a los viejos cuentos, sobre Ymir y el resto de los bestias descomunalmente grandes. Bi, también pensaría en las piras funerarias en Aguasdulces, las que presenció desde la orilla, con la mano de su padre sobre hombro obligándola a ver a ella y su hermana menor, como incineraban el cadáver de su vieja amiga Aline Tully envuelto en tela y preparado para navegar por una diafana corriente veraniega. Era demasiado joven y se esperaba de ella muchas cosas, sobre todo se esperaba la firmeza y la honorabilidad de un Baestark.

En cambio no era más que una niña rota que quiso cerrar los ojos apoyándose contra el estómago de su padre, que la enderezó duramente para que siguiera observando. "No apartes la mirada, Brienne" exigió de manera mesurada, pero estricta. Es lo mismo que había pasado la primera vez que vio a su padre sentenciar a alguien, su tío estaba a su lado montando en su caballo y le había dicho lo mismo, sólo que más suave. El recuerdo de la sangre siendo expulsada sobre tacón de abeto, mientras la cabeza rodaba hasta sus pies. Sólo tenía ocho años en ese momento y sentía que no sabía nada. No había un mundo más extenso fuera de las murallas del castillo donde creció, como la hija de un Lord Baestark y la futura cabecilla de una dinastía más antigua que Poniente. Incluso eso le hizo entorpecer un poco el movimiento de las riendas. Recordó entonces la carreta paja, donde Lord Nestar Mormont había traído los cadáveres calcinados de su padre y de su hermano menor —quién al nacer varón vieron más apto para gobernar el Norte—. La idiotez Harlick Baestark lo había llevado a la hoguera a él y Lord Freddar Baestark en Desembarco del Rey. Recuerda el grito estremecedor de su madre y la forma en que su estómago se revolvió a ver la carne chamuscada casi carbonizada que ocultó supuso el horror de sus expresiones.

Fueron puestos en la cripta familiar en los ductos subterráneos del castillo. Y su padre fue erguido en las estatuas como otros gobernantes del Norte, al lado de su padre Lord Erner Baestark, el tercero con el nombre. La idea de que los señores del Norte enterraran a sus muertos dentro de una criptica húmeda y llena de goteras en el techo, era bastante inquietante. "Un incentivo para no olvidar las huellas del resto de la manada", había dicho su padre cuando Aline murió y ella estaba desconcertada por los ritos funerarios de Aguasdulces. Que no quemaran a sus muertos era simple: A los Baestark no les gustaba el fuego, era repulsivo, voluble y peligroso. Era diferente al invierno, el invierno templado y abnegado, que era justo con todos, nobles y campesinos. Todos encontraban la morada de la muerte sin importar qué. Ellos eran el frío, eran el invierno. Y aunque llegaba tardío siempre llegaba implacable, por eso el lema de su casa: "Se acerca el invierno".

Cuando las noches son de té y los días de lluvía| Suzé o SuséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora