XIII. Suzy.

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A su parecer la cena está yendo de puta madre.

La sonrisa que rezuma en su rostro es prueba primigenia de ello; tanto que sus cachetes se han adormecido. Hace mucho que ella no se sentía así de contenta. Y era verdad, no ha parado de sonreír desde que la tía Yeol puso a todos a configurar la mesa y mientras con ayuda del tío Jin terminaba de preparar la variedad de platillos que sin duda terminarán comiendo por el resto de la semana como sobras. Las proteínas estrellas del día eran el pollo y la ternera — este último se agregó después de que Hyun ya no tolerará ni el sabor, ni la textura del pollo, su tía había decidido buscar siempre alternativas para que Hyun se sintiera cómoda en la cenas —, además en el centro estaba una pequeña torre de pasteles de arroz que eran hechos a partir de la mítica receta de la abuela Sun-hee. Una forma de homenajear su vida.

Esta navidad en particular no se siente como las anteriores, piensa. Se siente como si después de una larga jornada trabajando a diestra y siniestra, sin dormir, ni comer adecuadamente pudiera volver a casa a descansar por un par de horas, para despertar fresca la mañana siguiente.

Nadie en esta mesa parece triste, y desolado. A pesar de que en la mañana fuera de ese modo. Ahora todos ríen de ocurrencias alrededor de los platos con guarniciones. Y la risa, la risa se envuelve en Ji-ji como una llovizna; recorre su extremidades, cae por su frente, brinda en sus ojos, pasa por su labios que saborean la frescura de las nubes, recorre sus pómulos, delinea su mandíbula y baja por su cuello hasta escurrirse dentro de su ropa o filtrarse por su suéter, hasta que traspasa toda capa de ropa y le deja a ella sola y la suciedad que mancha su desnudes. La risa es como la llovizna que limpia el rastro de mugre de las aceras de su antiguo vecindario en Gwangju. Desprende la mugre que deja la aflicción y hace que se sienta impoluta, tanto como si hubiera fregado sus brazos con una fibra áspera hasta dejar su piel en carne viva.

Se sorprende, es lo que piensa mientras revuelve el arroz con aceite de sésamo y pasta de chile. Es asombroso como una comida casera, una mesa llena de gente que ama, un poco de licor de arroz añejado por seis meses y un montón de rastros anecdóticos del pasado hagan que vivir se sienta tan simple como parpadear.

Los copos invernales no han vuelto a tropezar lejos del cielo. Ni siquiera la oscuridad de la noche ha sido empañada por una capa de bruma grisácea. Hasta ve pequeños orificios brillantes que muy pocas veces son posibles de captar por los altos grados de contaminación lumínica que hay en las ciudades sobrepobladas. Daegu es una de las metrópolis más grandes de Corea del Sur. Aun así puede verse las estrellas destilarse por las ventanas. No es tan horrible como Seúl, piensa mientras deja escapar un pequeño resuello, uno casi inadvertido para la mesa, nada es tan horrible como Seúl.

Al menos en su antigua ciudad natal, las proezas astronómicas incluso se manifestaban como si algún tipo de deidad las desparramaba con torpeza, como quien derramaba por accidente un vaso de agua sobre la mesa.

— Ten, toma un poco más de arroz sobrina y no olvides los vegetales —, la voz de la tía Yeol le sacó del estupor. Ve su arroz con una apariencia marrón. Su tía está dirigiéndose hacía Jangmi, sentada a su lado mientras rellena el tazón y le pone algunas verduras encurtidas.

Su corazón se hincha como un sapo cuando ve cómo las mejillas de Jangmi están atestadas de comida. Sus ojos lagrimean de vez en cuando, pero, ha aprendido que las lágrimas no resuenan en tristeza, ni amargura. Las lágrimas parecen conectarse con su paladar. Sobre todo cuando el tío Jin comenzó a servirles a todos — excepto Hyun — el pollo frito bañado en salsa de mango, esa era la especialidad de la casa. La receta en sí la había conseguido su abuelo en su juventud, de un comerciante chino llamado Fang Hui. De ahí no se saben muchos detalles. El tío Jin siempre habla con demasiadas generalidades sobre el tema. Hoy ha vuelto a contarla para que Jangmi lo sepa. Ella no ha parado de abrir los ojos con sorpresa mientras engulle el pollo que el tío Jin pone amablemente en su plato. Él siempre dramatiza con el final y Ji-ji siempre rodaba los ojos de la misma manera en que Hyun lo hacía cuando comenzaba a recitar: << El resto es todo un misterio sin duda>>.

Cuando las noches son de té y los días de lluvía| Suzé o SuséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora