XXIII. Rosie.

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— Creo en Seúl. He vivido gran parte de mi vida aquí. Aquí hice mi nombre. Y me he habituado a la forma de vivir tan... aislada. Por lo demás, tuve una novia, coreana hasta la médula. Viví mi romance al mero estilo en que se viven los romances sáficos o 'homosexuales' en este país. Oculto bajo un candado, sin dar ningún indicio de nada más que una querida amistad. No protesté. No vi las señales de alerta de ningún tipo, a pesar de que estaban ahí. En fin, salí de eso. Deje el mundo de las relaciones, me conforme por un par de citas poco casuales, algún momento de diversión fuera del país. Todo clandestino. Lo usual para personas como nosotras. Y ahora, estoy nerviosa, puede que ni siquiera sepa, ¿Qué demonios estoy haciendo?, pero, ahora hay una mujer, muy bonita, una mujer hermosa....

Rosie se toma su momento para continuar. Se siente un poco perturbada. Le comienzan a temblar los dedos. Siempre que eso pasa siente la necesidad de pellizcarse las cutículas. Allie siempre la reñía por lo mismo. Así que en cambio se pone a jugar con los dobladillos de las mangas de esa chaqueta de mezclilla que lleva encima. La luz está bañando tenuemente su rostro haciendo que los lugares donde la sombra se asienta se vean más densos y que los bordes suaves de su rostro se con viertan en estructuras filosas. Son como pequeñas manchas de una tonalidad marrón, tirando a negro, entre medios colores anaranjados que emulan uno de esos momentos especiales cuando el alba toca por la ventana panorámica que mira al río Hank y hace que las paredes adquieran un color asalmonado. El discurso suena bastante ridículo a su parecer. Pero, lo estuvo ensayando en su apartamento hasta sentir que era creíble, que su propia lengua se había coordinado con su cabeza de forma natural. En cambio, tiene que aguantarse las ganas de flexionar sus cejas hacía abajo ante una Lisa que está siendo especialmente molesta.

Lego suelta una especie de quejido ante un pellizco que Lisa le proporciona. El sonido es similar al splash de una bolsa de plástico llena de aire aplastada por alguna llanta. Hay una especie de hedor en el apartamento de Lisa, que hace que su nariz se recienta. Es algo felino, terroso, casi como sucio. Supuso que los gatos aun no recibían su baño mensual. No dice nada para quejarse. La tailandesa siempre ha sido sensible con sus gatos; cualquier comentario puede ser contraproducente. Y después de una noche de no poder dormir stalkeando activamente la cuenta de IG de Suzie, prefiere evitarse contratiempos. Ahora que lo piensa, estuvo abrazando su almohada con los labios en vueltos en una especie de puchero. No había nada, ninguna actualización desde hace dos meses. Ninguna autofoto graciosa con boca de pato, alguna pose extraña detrás de un atardecer, algún vídeo donde demuestre su progreso con la guitarra, alguna sesión de fotos con sus patrocinadores. Nada, sólo silencio.

Sabe de cierta forma puede enviarle un mensaje a Suzie. A veces no los responde al instante porque su teléfono no está siempre en sus manos cuando tiene un horario. Pero, siempre los contesta. No hay forma en que la deje con dos palomitas encendidas en un azul eléctrico. Rosie intenta siempre enviarle un mensaje de buenos días y de buenas noches. A veces le gusta enviarle una foto sobre algo que encontró. Puede ser una rara formación nubosa, alguna hoja atrapada entre las patas de Hank, alguna extraña bebida que Loren allá llevado al estudio; incluso, algún panecillo que siempre traía para sobornar a Teddy por dejarla más tiempo en la cabina intentando alcanzar algunas notas fuera de su registro, sólo dejando que su cabeza y su voz exploren nuevos mundos. La idea de la música fluyendo como un rio despavorido sobre sus venas hace que algo en se asiente en sus hombros. Una sensación de alivio, casi de consuelo, apaga el fuego en la boca de su estómago y la hace pensar en que: Lisa es una idiota y Suzie hace que su cuerpo vibre, como las ondas que chocan contra sus oídos ante las percusiones que se propagan por los audífonos y que hacen que las paredes insonorizadas de la cabina se vuelvan estridentes.

El carraspeo de Lisa la hace volver de regreso a ella. Vuelve emerger de las profundidades más subterráneas de su cabeza. La nota reflexiva, sentada en fondo de la mesa rectangular del comedor, con Lego en su regazo, soltando ronroneo y jugueteando de forma casi violenta. No hay signo de preocupación en Lisa, sólo tiene la misma mirada aterradora con la que supervisa a las Trainees cuando la empresa le pide que vaya a las evaluaciones mensuales o a dar una simple clase 'especial' para las mejores de la lista habitual. Un privilegio que Rosie no recuerda tuvieron nunca, con alguna sunbaenim. Es raro saber que nadie estuvo ahí para cuidarla, más que ellas mismas. Incluso, los superiores masculinos estaban un poco más interesados en sus propios negocios, en lidiar con sus propias carreras que en ese cuarteto de novatas que entró como pantalla de humo, sin esperanza alguna de triunfar; << un lastre >> como había denominado el señor Yang.

Cuando las noches son de té y los días de lluvía| Suzé o SuséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora