VII. Suzy

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Ji-ji se comía las uñas mientras más caía la nieve sobre ella, mientras más se escuchaba el rumor de los copos contra las aceras, más se transportaba a ese recuerdo que le revolvía las entrañas. Era como si la bilis se le hubiera atorado dentro de la boca de su estómago, esperando que saliera estrangulando su garganta. No había nada más triste que el invierno. Eso decía mucho de ella, eso decía mucho de lo que pasaba por su cabeza. Nadie lo entendería, ni siquiera Jimin, y si se lo tratara de contar sería como arruinarle la cruel inocencia que se denotaba en las grandes extensiones de nieve que cubrían su alrededor, era como mancharlo con pisadas de sus propias suelas, sucias, manchadas de barro. Así que sólo le quedó atisbar el recuerdo mientras desde el balcón, a Seúl se le blanqueaba las banquetas, las calles, los techos delos edificios, mientras la escarcha se mezclaba con los barandales oxidados. A su parece no había nada más deprimente que pensar en ese invierno, donde las paredes del hospital era azules y los contornos de los ojos de la abuela Sun-hee se tornaban violáceos mientras los labios se agrietaban como lagos congelados cuando el peso de los años se cernía contra ella. Ese recuerdo, ese terror pasmante la dejó entumecida, con los dedos apretujando en el barandal, sin nada que la detuviera de verlos convertirse en el color de las petunias que insistían con poner sobre un jarrón, al lado de su camilla.

Los había olvidado a todos, sus labios se comprimieron ante ese pensar.

Su cuerpo comenzó a sacudirse ante el frío. La ventisca la hizo recordar que estaba viva, que odiaba el frío y que no era más que una joven débil, con las pupilas sin brillo. Se sintió como volver a la época en donde los gritos, los insultos la hacían actuar en piloto automático mientras le exigían una y otra vez que fuera perfecta; hasta que sus tobillos sangraron, sus pies se llenaban de costras por lo apretados que eran los zapatos y no se sintió más que un títere al que se le había dibujado una sonrisa con rotulador.

Hacía frío. Y no estaba vestida para el invierno.

Hacía frío; la época en que la abuela Sun-hee había olvidado respirar.

El calor momentáneo la hizo espabilar. Sus ojos volvieron a brillar vivos y pudo sentir la resequedad que le causaba el frío, como una quemadura por aceite. El abrigo largo y acolchado le llegaba hasta los tobillos desnudos y un par de brazos, fuertes, pero delgados se apretaron contra su estómago atrayéndola a la calidez que le faltaba.

—Te estás helando—, la voz de Chaeyoung sofocó el silencio furibundo y le hizo cerrar sus ojos. Su aliento calentó su nuca y sintió como se removía hasta posar su mentón contra su hombro.

—Lo siento—, dejó escapar como si fuera un fuelle aplastado.

Chaeyoung tarareó par de notas musicales y la mezcla de los sonidos le fue descascarando el entumecimiento.

—Hice té—, dice llevándola de regresó hacía adentro, sin dejar abrazarla por la espalda.

—No tenías que hacerlo.

—Lo hice—, la sonrisa bondadosa causó una agitación dentro de ella y sólo asintió.

—Odio el invierno.

Dijo sentándose en el sofá, mientras Chaeyoung la cubría con una frazada afelpada. Sus labios seguían comprimidos en una mueca de malestar, mientras la rubia le pasaba una taza humeante de Earl Grey, que le calentó los dedos al instante. El olor amargo y cítrico le llegó hasta el paladar.

— ¿Quieres hablar de eso?

— ¿Del invierno?

—Supongo—, se encogió de hombros. — Hay cosas que me gustaría conocer de ti, ¿Si me lo permitieras?

Cuando las noches son de té y los días de lluvía| Suzé o SuséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora