IX. Rosie

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Al tomar consciencia Rosie se encontró con raudales de luces blancas haciendo revolotear sus pestañas, como si fueran las alas de una colibrí listo para succionar el polen de una flor. Estaba tan desconcertada que apenas estaba volviendo a procesar todo lo que había sucedido antes de que la oscuridad le cegara por completo la consciencia. Lo único que pasaba por su mente fue el afilar sus sentidos, fue el sentir el sabor a vomito en la boca, sentir la garganta reseca y con una profunda necesidad de agua que hizo que sus pies se agitaran. Mientras más batía la pestañas, más deformaba sus labios en muecas de disgusto, más notaba la calidez de algún radiador, el olor a lejía y desinfectante que era increíblemente angustiante. Cuando pudo darse cuenta de su posición, alejada de la ingravidez de la inconciencia, fue que notó la figura de Su-ji, sentada en un angosto banco al lado de la camilla donde estaba acostada. Estaba encorvada hacía el frente con sus dedos aferrados a su mano. Dedos sudorosos, contra los suyos dedos. Le vino la pestilencia a vómito y entonces recordó todo como si una estela luminosa se encendiera en las nubes grises un campo abierto, antes de que el sonido estridente de un rayo se estampara sin piedad.

No es por demás decir lo avergonzada que se encontraba. Había vomitado en sus zapatos como si fuera una chiquilla patética. Pensar en ese concepto le hizo indagar en algún recuerdo al azar de su infancia. Pensó en aquellos días en que tuvo problemas para entender operaciones matemáticas simples y su padre siendo el hombre pragmático el cual era, se tomó la molestia de indicarle que la mejor forma de aprender algo es simplemente haciéndolo. Fue así quizá como logró instarla a audicionar para ver si de alguna manera la música tendría algún camino para ella. Sin embargo, también vino a ella el recuerdo de esa vez en que él le hizo añicos el pecho; cuando en la última navidad que pasaron juntos como familia; lo encontró desecho sobre el sofá en una oscuridad tan repulsiva que le hizo sentir lastima. Sí cierra los ojos lo puede ver ebrio apestando a soju, dándose cuenta de la presencia de la menor de sus hijas: <<No sabes cuánto me arrepiento contigo, no sabes cuánto me arrepiento de haberte abandonado. Pude haber hecho más>>. Recuerda el nudo que se le formó en la lengua imposibilitándole el habla. ¿Qué podía decir que aliviara la aflicción de un hombre de mediana edad que había hecho todo lo posible para que Rosie volara?, se acuerda que sus talones se juntaron y se enderezó como si fuera un muñeco inflable conectado a una bomba de aire encendida. La televisión estaba prendida con la grabación del Gran Premio de Sakhir ocurrida a comienzos del mes. Iban en la vuelta ochenta cinco cuando Checo Pérez está a nueve segundos de Esteban Ocon. Era el momento crucial de la carrera, cuando el ex piloto del Racing Point Force India, estaba a nueve segundos de empaparse de gloria y gotas de champaña. El gruñido de los monoplazas sobre el asfalto y la narración incrédula de los comentaristas hizo que le pusieran de punta los bellos de la nuca. Pero, su rostro cambia, pasa de la enorme plasma hasta su padre, que tiene la expresión deformada en un aparente amago de llanto. Sus gafas están deslizadas contra su pecho vapuleado. No, no supo qué hacer. Sólo asintió de manera mecánica y muy dolorosa. ¿Cómo le podía explicar que en realidad estaba teniendo un apremio interno muy fuerte con ella misma?, ¿Cómo decirle que se sintió como Isaac listo para ser sacrificado por su padre Abraham?, él la llevó hasta ese lugar, pero en vez de ser salvada por algún tipo de divinidad fue apuñalada mientras el balido del cordero resonaba en todo lo alto. A él el estado de liviandad que le provocó el alcohol termina por desmayar y ella, ella pálida como un fantasma, con la bilis en la garganta, hace un gesto de ternura —que le evoca a todas esa madrugadas en que amablemente la regresó a su cama y le arropó con delicadeza después de verificar la inexistencia de monstruos en su armario y debajo de la cama—, quita sus gafas del pecho y los pone sobre la mesita frente al sofá. El televisor anuncia la victoria de Checo Perez en Sakhir cuando ella apaga el televisor. Se dejó caer en el suelo a su lado con las rodillas presionadas contra su pecho, abrazándose a sí misma. Y sobre todo recordando, recordando ese día, el día cuando él no se giró para verla.

Cuando las noches son de té y los días de lluvía| Suzé o SuséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora