XXI. Suzy.

359 23 3
                                    

— Vengo a mi cita con la doctora An.

Frente al mostrador de madera, Su-ji espera intentando ser paciente. Para matar el tiempo emula tocar el piano sobre el borde filoso. Solía hacerlo mucho cuando era pequeña, se creía que era un prodigio de la música, como una especie de Mozart, que podía tocar cualquier cosa. Veía videos musicales en TV, donde había personas diminutas corroídas por la mala recepción tocando con meticuloso cuidado; de forma tan suave que parecía que tenían un pavor nacido del respeto ante la idea de presionar tan fuerte la pieza de marfil, como si pudieran llegar a herirlo. Así que sí... Lo hacía demasiado.

Una vez acompañó a su madre al mercado, junto a Bin. No recuerda cuantos años tenía. Tal vez aun ni siquiera podía decir gracias correctamente sin que sonara gracioso. Tal vez ni siquiera podía distinguir << perro >> o << cangrejo >>. Ji-ji recuerda las escamas desfilando sobre el suelo, las mesas de madera enlonadas, con los pescados muertos, con el iris amarillento y otros con el iris rojo. Todos de un tono perlado. Recuerda la sangre, la pestilencia. Se recuerda a sí misma, poco consciente de lo que pasaba. Regocijándose en su mente infantil. Fingiendo tocar una canción de piano, notas musicales ululando en sus dedos lánguidos; mientras mantenía los ojos presionados sintiendo el calor del verano golpeando su nuca. Sintiendo cerca la presencia reconfortante de Bin, el sonido de su madre dudosa que luchaba contra una de las vendedoras, una vieja ajumma que todo mundo conocía y cuyo hijo estaba trabajando un taller mecánico local. La mujer había abierto muchos los ojos, según Bin le contaría después, y le preguntó a su madre sí Ji-ji era capaz de tocar el piano. Como si Ji-ji hubiera nacido para entender el sonido y todos los secretos que se guardan dentro de las partituras. Su madre sólo puso los ojos en blanco y le daba un fuerte manotazo que la hizo sisear, mientras le decía que dejara de ser una mentirosa. << No eres más que una molestia >>, la escuchó lamentarse. Tan pronto como lo oyó se le aguaron los ojos y bajó la mirada hacía el suelo cubierto de agua aceitosa. Esa vez se mordía el labio mientras Bin la sujetaba suavemente de la muñeca, arrastrándola lejos. No tenía que ser tan cruel... No tenía que mirarla de la forma en que lo hacía, como si Ji-ji arrastrara con ella un cadáver, como si fuera la culpable de todas las desgracias familiares.

Con el paso de los años aprendió a ignorar ese pequeño dolor insólito que se acrecentaba sobre su pecho. No tenía caso que se pusiera a llorar, debería dejar los sentimentalismos estúpidos. Prefirió dejar de fingir tocar el piano como si pudiera hacerlo de verdad. Decidió guardar sus fantasías para sí misma y quizás un poco para Bin que la miró por años con la incredulidad goteando como la luz grasosa de la pequeña lámpara en su escritorio, cuando burlonamente le decía: << Ji-ji cuando seas una estrella y ganes mucho dinero tienes que mantenerme. Yo tu pobre hermana mayor y autonombrada tu segunda madre >>.

Lo hizo.

Bin podía tratarla como si fuera una pequeña mierda la mayor parte del tiempo, pero, creía en ella. Siempre había demostrado que pasara lo que pasara, estaba dispuesta a testificar a su favor. << Incluso si cometes un asesinato, le diré a la policía: ella estaba conmigo >>.

Para su madre, por otro lado... Que Ji-ji quisiera ser un idol, como los de la televisión, como Boa, fue como si una desgracia cayera sobre ella. ¿Qué hizo en la otra vida para que tuviera que pagar con una hija como Ji-ji?, ¿Por qué no podía aspirar a sacar un maldito título universitario y casarse con un chico con dinero?, ¿Por qué tenía que causarle tantas molestias?, su madre pensó que a ese paso terminaría teniendo alguna enfermedad crónica por su culpa, como hipertensión o diabetes. Por semanas no dejó de repetir cada vez que Ji-ji aparecía cerca de ella: << ¡Oh pobre de mí, que tengo que lidiar con una mocosa haragana que no sirve para los estudios! >>.

Cuando las noches son de té y los días de lluvía| Suzé o SuséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora