Capítulo 3

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Mary le subió a la música, llenaba el lugar con su lista de reproducción. Aun cuando seguía ofuscada por la indiferencia de Ángel, decidió hacerse un emparedado y relajarse un poco.

Todavía no olvidaba el tema del gato, pero intentaba adaptarse a la situación. Escuchó un sonido afuera.  Bajo el sonido a la música, y se acercó a la ventana con disimulo. Se sentó en el marco, mientras observaba a Ángel acercarse a su buzón.

Miraba hacia los lados constantemente, pero nunca dirigió su mirada hacia Mary. Mientras observaba a Ángel acercarse, juntó su pelo rubio para recogerlo en una coleta. Dejo algunos mechones sueltos para parecer casual y se acomodó las mangas del pijama.

Ángel abrió el buzón y metió un sobre adentro. Mary le llamó la atención.

— ¡Hey!

Ángel volteó a mirar a Mary y abrió los ojos con sorpresa.

— ¿Qué metiste ahí?—preguntó Mary con curiosidad.

Ángel seguía en conmoción. Observó a su alrededor y cerró el buzón, recostándose de forma tranquila en él.

—Creo que el cartero confundió las direcciones—respondió rascándose la nuca.

Mary asintió con lentitud.

— ¿Por qué me ignoraste hace un rato?—preguntó Mary.

Ángel agarró su gorro y se lo puso encima de la cabeza, observando a los lados.

— ¿Para qué debía ponerte cuidado?—interrogó con los brazos cruzados y mirando su alrededor— ¿Para qué negaras lo innegable?

Mary frunció el ceño y enrojeció. Bajo la mirada y observó el pasto de su jardín.

—Bueno, me retiró. Un gusto hablar contigo, doncella—terminó, para luego retirarse del jardín. Mary se golpeó la cabeza con el vidrio. ¿Por qué no había negado la declaración de Ángel? Aunque el parecía bastante seguro de lo que había dicho.

Regresó adentro y caminó hacia las escaleras, lista para ir a su cama a dormir. El teléfono resonó en la instancia, quitando cualquier esperanza de descanso de la mente  de Mary. Contestó el teléfono con desgano.

— ¿Alo?

—Hola, hija. —La voz vieja y ronca de su madre sonó al otro lado—. ¿Cómo has estado?

La voz de su madre le quitó cualquier preocupación de encima, por lo menos por ese momento.

—Bien—respondió con felicidad—. ¿Qué te ha dicho el doctor?

La madre de Mary suspiró. Parecía cansada y exasperada.

—Dice que necesitó una mascota —declaró con tristeza—. Que estoy sola y tus visitas de fin de semana no son suficientes. ¿No me regalas tu gato?

Mary se mordió el labio con fuerza, conteniendo las ganas de confesar toda la verdad a su madre.

—No, está enfermo. No creo que quieras un gato enfermo—mintió.

«No creo que quieras un gato muerto»

—Oh, pobre—se lamentó. Mary sintió sus ojos llenarse de lágrimas, pero se contuvo.

—Sí. ¿Recibiste mi carta?—cambió de tema con rapidez.

—No. De seguro me llega esta noche. El cartero debe estar atrasado.

Mary empezó a caminar por la sala, desesperada de estar parada en ese lugar. ¿Por qué sentía que estaba haciendo mal, cuando simplemente protegía su secreto?

—Sí. Igual, no creo que dijera nada importante—comentó sentándose en el sofá—. ¿Y si te compró un gato?

Su madre se rió al otro lado.

—Oh no, querida. Ya me has comprado muchas cosas.

—No me importaría—insistió mientras agarraba una galleta del tarro de la mesa.

—No creo que necesite una mascota—confesó su madre. Mary brincaba en la silla, sintiendo la culpabilidad en su conciencia—. Ese doctor está loco. Yo estoy bien.

Mary no lo soportó más y se levantó, caminó por el lugar, enloquecida. ¿A dónde se había ido toda la tranquilidad que su madre le traía?

—Me alegra—dijo con sinceridad—. ¿Te parece si hablamos luego?

—Claro—aceptó su madre—. Te quiero, hija.

Mary sonrió, dejando de caminar por un momento.

—Yo también, mamá.

Y dicho esto, colgó el teléfono, dejándolo en su posición inicial. Su ansiedad desapareció casi por completo. El sueño se había ido a otro lugar lejano, y no volvería hasta la noche. Ese era el  efecto que su madre causaba en ella: Lograba quitarle el sueño con solo decirle una palabra.

Caminó hacia la puerta y la abrió, dando paso a  los rayos del sol que alumbraban la mañana. Mary se preguntaba cómo habían podido pasar tantas cosas en tan solo unas horas. Y como podían afectarle tanto.

Caminó hacia el buzón, lista para saber que había puesto Ángel adentro. El buzón estaba decorado con su apellido, con una flor pasando debajo de la palabra. Lo abrió. Como esperaba, solo estaba la carta que Ángel  había dejado. No acostumbraba recibir demasiadas cartas. A duras penas si le llegaban los recibos de los servicios cada mes.

Abrió la carta, observando a su alrededor. No había nadie en la calle. Sacó la carta e intentó no arrugar la hoja, mientras leía el inicio.

El contenido de la carta no era demasiado importante. Le parecía una mala jugada de parte de un gracioso queriendo asustarla. Eso, hasta que llegó a la parte de la firma. Al leerla, sintió su corazón acelerarse.

¿Por qué había empezado a palpitar rápido tan de repente?

¿Acaso creía, en el fondo, que su gato tomaría venganza?

Cuando los gatos van al cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora