Ángel camino hacia su casa apenas todas las personas en el parque se dispersaron. Aun cuando tenía unas inmensas ganas de matar a su vecina, resistió la tentación y simplemente llegó a su casa con la sangre hirviéndole de rabia. Había dejado el gato tirado en cualquier bote de basura, para que pudiera ser encontrado por las autoridades y llevado a investigación.
Al llegar al portón de su casa, metió la mano en el bolsillo para poder sacar las llaves y abrir la puerta. Su enojo aumento aún más al ver que no se encontraban en su bolsillo. Hizo un repaso en su mente para ver donde las había dejado, y recordó que las había dejado en el jardín cuando salió a ver el amanecer.
Rodeó la casa, hasta llegar al lateral izquierdo de su hogar. Había una ventana en el segundo piso, que daba a su habitación. Observó la ventana y empezó a subir por la pared, poniendo los pies en los ladrillos semi-salidos y con cuidado de no dar un paso en falso.
— ¿Allanando tu propia casa?—escuchó detrás de él—.Creo que ya lo he visto todo.
Ángel giró la cabeza para encontrarse con Mary, quien lo miraba con una ceja enarcada. Se había puesto el pijama y parecía realmente sorprendida. Pero aun mayor fue la sorpresa de Ángel al verla ahí.
—Me he olvidado las llaves—respondió con tranquilidad, aun cuando en su interior tenía ganas de gritarle que se largara.
Mary asintió con la cabeza, y aguardó en silencio a que Ángel terminará de subir.
Trepó una pierna encima del alfeizar y paso al otro lado apoyándose en la ventana. Puso los codos en el marco de la ventana, apoyando su cabeza en la palma de las manos, y observó a Mary, esperando que hablara.
— ¿Por qué me acusaste de matar a mi propio gato?—soltó Mary apenas tuvo la oportunidad—. ¿Me crees esa clase de persona?
Ángel se rio sin gracia. Cruzó los brazos, aun apoyado en el marco, mientras observaba los ojos azules de Mary.
— ¿Quien más podría matar a tu gato, si no eres tú?—contraatacó, pronunciando las palabras con suavidad.
—Cualquier persona—respondió con los brazos cruzados.
Ángel se separó de la ventana y agarró el marco de esta.
—Ambos sabemos que tus lágrimas eran falsas—dijo Ángel—. Puedes fingir con ellos, pero yo reconozco cuando alguien está mintiendo.
Cerró las ventanas antes de que Mary lo contradijera o hablara siquiera para refutar lo dicho. Se giró de nuevo, retirando la mirada de la ventana.
Observó su hogar con añoranza. Desde hace unos años, había aprendido a atacar a los delincuentes que en su casa entraban, por lo cual dejaba la ventana abierta siempre. No tenía temor a los ladrones, pues ya todos en el barrio le conocían.
O eso creían ellos.
Bajo las escaleras con premura, y se sentó en uno de los sillones de la sala de estar. Agarró una de las botellas de whisky de encima de la mesa y empezó a tomar de ella, mientras escuchaba como Mary golpeaba la puerta de su casa.
— ¡Quiero hablar contigo!—gritó Mary desde afuera— ¿Tan difícil te es escucharme?
Siguió escuchando los golpes mientras tomaba de la botella. No fue hasta que dejo de escuchar el sonido de la puerta, que dejo de beber de la botella y se levantó de su lugar. Entró en la cocina en busca de un bolígrafo y sacó una hoja de la resma de papel que su madre le había regalado en navidad.
Se sentó en una silla del comedor, y pensó en que podía escribir. Esa era su costumbre: Escribir cuando se sentía triste o enojado era la solución. Si no lo hiciera, seguramente la casa de su vecina ardería en llamas en ese momento.
Cerró los ojos. No tenía inspiración. En lo único que podía pensar era en las mentiras que había dicho Mary, y como quedó como un mentiroso ante su vecindario.
Entonces, una idea paso por su mente. Pensó en todas las cartas que su madre le había envido fingiendo ser su perro cuando era niño, para tranquilizarle y hacer que dejara de llorar. Él podría hacer lo mismo con Mary. Enviaría cartas que tuvieran como emisor a Lemir, pero no necesariamente para tranquilizarla. Sino para atormentarla, y hacerle creer que había revivido.
Para que viera cuán grande había sido su equivocación.
Ángel escribió sosteniendo con fuerza el bolígrafo, escuchando la música que provenía de la casa de al lado. Cuando llegó a la parte de la firma, vaciló un momento antes de escribirla.
Se decidió, por fin, a escribir aquella cosa que siempre había querido poner en una carta, pero que nunca tuvo la oportunidad.
«Atentamente, la más grande víctima de tu locura, Lemir»
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Cuando los gatos van al cielo
Mistero / ThrillerCuando Mary Morgan mata a su gato a sangre fría y lo entierra en el patio de su vecino; este decidirá enviarle cartas que tienen como emisor a la mascota. Pero las cosas cambian cuando Ángel empieza a recibir cartas enviadas por el animal. Y aunque...