Capítulo 18

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Ángel despertó con un calambre en la espalda y un dolor de cabeza terrible. Había decidido quedarse a descansar un poco en la banca, pero terminó quedándose dormido sin querer, lo cual acarreó consecuencias en sus músculos.

Sin embargo, el dolor era poco a comparación con todo lo que había tenido que pasar en aquellos días, pues su plan salió peor de lo que pensaba. No pudo enviar mas de dos cartas antes de que otra le llegara, y se preguntó si Mary sentiría la mismo ¿Tendría ella la misma paranoia?

El sol dio directo en su cara apenas abrió los ojos. La mañana se mostraba cálida  y el silencio la llenaba de tranquidad y paz, pero fue rota por el sonido del timbre, el cual rebotó en lo oídos de Ángel y quedó como un eco lejano. No tenía ganas de abrir la puerta en esos momentos, no tenía ganas de nada, solo quería evitar lo hechos y una realidad cercana, pero se obligó a si mismo a enderezarse en la silla para levantarse.

—¡Ángel!—No pasaron más de unos segundos antes de que una voz femenina gritara desde la puerta con impaciencia. Los golpes no se hicieron esperar —. ¿Estás ahí? ¡Abre!

¿Quien sería? Pocas veces en su vida había escuchado golpes y gritos con esa desesperación en el portón de su casa, y fue por esa misma razón que se apresuró a llegar a la entrada y abrir la puerta.

Esperaba encontrar a alguien a punto de desplomarse, con cara de ser perseguido o con una herida en alguna parte del cuerpo, pero lo único que encontró fue a Diana con una sonrisa de oreja a oreja parada en uno de los escalones.

—¿Qué haces aquí?—pregunto de manera involuntaria, aunque esa no era la pregunta que quería formular.

—Es sobre Mary. —Ángel abrió los ojos con sorpresa y la curiosidad reemplazó la desconfianza inicial—. Han encontrado algo.

Ángel supo que ese algo no le beneficiaba del todo y un mal presentimiento se acrecentó en él.

—¿Qué han encontrado?

La sonrisa de Diana empezó a flaquear, su expresión temblaba y de vez en cuando parpadeaba de manera extraña. Algo la ponía nerviosa, pero él, aunque quería saber que era, no podía adivinar el porque de su actitud.

—Ella enterró el gato en tu patio ¿no es así?—Las tres últimas palabras salieron en un susurro—. Pues un video muestra como ella... lo mata.

No hubo necesidad de más palabras para que Ángel entendiera el punto de aquella conversación. Mary había sido descubierta culpable y Diana solo estaba ahí para avisarle. Pero ¿por qué estaba tan desesperada para que abriera la puerta?

—Gracias por el aviso. —Ángel tragó saliva y evito decir lo que tenía en mente. Diana torció el gesto y miró hacia arriba lanzando un suspiro—. ¿Quieres decir algo más?

—Pensé que estarías alegre por el arresto de Mary.

—Lo estoy. —Ángel se abstuvo de decir algo más y espero una respuesta de parte de ella.

—Te vi con tantas ansias de que fuera arrestada que pensé que querías verlo.

Ángel entrecerró los ojos y mostró una sonrisa ladeada. No imaginaba que estuviera invitado a verlo, y menos cuando parecía que se había ganado el odio de la policía.

—Y yo pensé que estabas de parte de Mary.

—Yo no. —Diana tenía la cabeza gacha y movía el pie con impaciencia. Su voz sonaba firme, pero cualquiera que la viera pensaría que hablaba entre murmullos—. Era el señor Sánchez el que me obligaba a ponerme de parte de él. Y él estaba de parte de Mary. O por lo menos en un principio, hasta hace unos días.

Ángel adivinó la razón del cambio de opinión y casi mostró una sonrisa de victoria al saberla. Después de todo alguna parte de su plan no había salido mal.

—¿Vendrás?

No fue necesario que la respuesta fuera expresada en palabras. Ángel bajo los escalones y Diana le siguió detrás, aun con la mirada en el piso y las manos en los bolsillos.

Llegaron al auto en unos segundos y apenas entraron, música clasica lleno el ambiente, regresando un poco la paz y la tranquilidad.

—A él le gusta la música clásica—confesó Diana mientras encendía el automóvil—. Dice que cualquier situación es maravillosa si de fondo suena Mozart o Bach.

Ángel dedujo de quien se trataba, aunque no estaba del todo seguro. Enlazó el contexto con su conversación anterior y dedujo que se trataba del ayudante.

—Su instrumento favorito es el violín. De hecho creo que no hay ser en la tierra a quien le guste escuchar una melodía en violín  más que a él. Cierra los ojos mientras lo escucha tocar y disfruta, parece un ángel.

Los minutos pasaron entre divagaciones acerca de música clásica y demás. No estaba seguro de quien hablaba, pero quien fuera amaba observar a las personas y cada cosa lo hacía parecer un ángel.

—Solo estuve una noche con él. —Ángel se quedó paralizado en su asiento y entrecerró los ojos con gesto confundido. ¿Quien era si no la persona que él creía?—. Pero me contó tantas cosas, todas tan hermosas. Es una lastima que no lo vaya a volver a ver.

Ángel reconoció la carretera principal hacia el parque. Casi no habían autos por el hecho de que no era el mejor día de la semana, pero reconocería aquella carretera incluso desde un avión.

—¿Recuerdas aquel tiempo en el que jugabas con aquel gato en tu jardín cuando eras apenas un niño?

La respiración se le cortó en aquel momento. Dejo de concentrarse en la carretera y miró a través del espejo la expresión de Diana, pero no había rastros de duda en ella.

Se alejaban cada vez más del parque central. Las calles ahora eran más peligrosas y el cielo empezaba a anunciar que una gran tormenta se aproximaba.

—Solo quería recordarte el propósito de todo esto: venganza. —Las palabras de Diana eran extrañamente conocidas. Sintió un deja vu al darse cuenta de que eran las mismas palabras que leyó aquella mañana, pronunciadas por ella—. Quieres vengarte de la persona que te quitó lo único que te daba felicidad, lo único que te daba compañia.

Diana paró el auto al frente de un callejón sin salida. Ángel tragó saliva, y tanto las palabras como las preguntas quedaron atoradas a mitad de camino. Diana abrió la puerta del lado de Ángel y su rostro se contrajo con nostalgia.

—Tanto tú como Mary merecen estar en un infierno, ya sea muertos o en vida.

Ángel sintió el duro asfalto en su mejilla al ser empujado por Diana a la fuerza del auto. El dolor subió por sus piernas hasta llegar a la cabeza, como una corriente eléctrica en sus extremidades, y aun con las pocas fuerzas que tenía, giró y fijó su mirada en el automovil.

El auto dió varias vueltas en la calle, como si no hubiera conductor y fuera tan solo el producto de un accidente. Ángel no podía salir de su asombro, ni creer que pudiera haber un cambio de actitud tan repentino como el de Diana.

El auto estrellandose contra uno de los postes de luz y el gran número tres en él fue lo último que vio antes de que todo se volviera niebla y humo.

Cuando los gatos van al cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora