Lo primero que recibió a Mary al entrar a casa fue el sonido del teléfono encima de su mesa. Parecía burlarse de ella al recordarle que era su madre quien la llamaba antes de que se diera por muerta y que todo había cambiado para mal. Alejó aquellos pensamientos y respondió con premura antes de que colgaran. Puso el auricular en su oreja, dispuesta a escuchar la voz que provenía del otro lado de la línea.
— ¿Mary, Mary Morgan?— preguntó una voz de hombre con suavidad.
La voz se le hacía conocida, una que había escuchado ese día, pero era imposible que pudiera reconocerla a través del auricular, sobre todo con el ajetreo de aquella semana.
—Con ella. ¿Quién es?
—Oh, Mary. Soy Mark, el vecino de tu madre.
La sola mención de su madre provocó que una sensación desagradable se presentara en su ser. Las piernas le temblaron, pero se mantuvo firme, a sabiendas de que la persona al otro lado no debía saber de su debilidad.
—Hola, Mark—pronunció, mientras ponía una mano en la mesa para no caer, lo que le hizo sentir que ya había ocurrido antes: Un deja vu—. ¿Cómo has conseguido mi número?
En aquel momento se le hizo extraño que aquel desconocido tuviera el número de su casa. La paranoia volvió a ella, e intentó apartarla con un movimiento de cabeza, aunque sabía que iba permanecer ahí por un largo rato.
—Bueno yo...—Su voz sonó avergonzada y resopló antes de responder—. Busqué en la agenda de tu madre y estaba... tu número.
La última palabra salió en un susurro. Mary contrajo su rostro con confusión y cuando estuvo dispuesta a preguntar la razón, la voz de Mark le interrumpió.
— ¿Podríamos reunirnos?
Mary rio sin gracia. ¿A qué se debía su propuesta? Preguntas empezaron a formarse en su mente, pero las palabras que pronunció segundos después salieron por si solas.
—Sí.
Mark suspiró y después de un momento le indicó la dirección donde debían reunirse. Mary permaneció muda, mientras pensaba en miles de posibilidades y motivos que llevaron a Mark a querer hablar con ella. Colgó la llamada después de una breve despedida y se sentó en la silla, mientras pensaba si había hecho bien al aceptar salir con él.
Necesitaba despejar su mente un rato y, después de todo lo que había pasado ¿Qué podía salir mal?
El ambiente del lugar estaba demasiado tranquilo y sereno. Apenas Mary cruzó la puerta del recinto su mirada chocó con la de Mark, quien tenía una sonrisa sincera implantada en el rostro. Demasiado pacífico para ser verdad.
Ninguno de los dos había cambiado su atuendo y el lugar de reunión no era lujoso ni ostentoso como se podía esperar. Mary camino hacia la mesa donde él estaba sentado y espero que empezara a hablar.
—Verás...—comenzó, mientras ponía los codos sobre la mesa con las palmas unidas—. Nunca me han gustado los animales.
Mary presintió por donde iba la conversación y cerró sus ojos para abrirlos casi de inmediato. Su estómago se apretó al ver la expresión impasible de Mark ante su reacción.
—Así que la ley contra el maltrato animal es una reverenda tontería para mí—prosiguió con tranquilidad—. Al igual que el arresto, las multas... Supongo que ya sabes para donde va esto ¿verdad?
Mary no dijo nada. Su boca estaba seca y parecía sellada, pues por más que quisiera dar una respuesta sus labios se negaban a abrirse.
—Tu madre amaba los animales ¿sabes? Mi prima me dejo a cargo de una gata por una semana y ella se ofreció a cuidarla porque yo la iba a matar en cualquier momento. Así que tenemos algo en común, Mary. Yo maté a la mascota de mi prima y tú mataste a la propia.
La diferencia era que Mary hubiera preferido no hacerlo. Hubiera hecho todo por devolver el tiempo y evitar hacer aquella condenada promesa, pero ya estaba hecho. Su última voluntad había sido cumplida, y ella no podía sentirse peor por ello.
—Sé que fuiste tú, no lo puedes negar. Reconozco a un mentiroso desde un kilómetro de distancia. Así que quiero que me lo cuentes todo, Mary.
Mark agarró su mano y la acarició mientras ella lo miraba atónita. Quería salir de ahí y correr como lo había hecho desde siempre. Pero por alguna razón que desconocía en aquel momento, confiaba en que las palabras que dijera no saldrían de las cuatro paredes que los rodeaban.
Era de noche. Las ventanas de su habitación estaban cerradas y la luz de la luna era lo único que la alumbraba. Un viento entró por un pequeño agujero y movió las cortinas, lo que despertó a Ángel del sueño en el que se había sumido. La tranquilidad se fue al instante.
La carta estaba en el buró y él estaba en la cama, las mantas le cubrían todo el cuerpo. Se las quito con rapidez, pues no podía soportar el calor que estas le causaban y disfruto del viento fresco de la noche antes de que las preguntas volvieran a asaltar sus pensamientos.
Sabía que era imposible. Los gatos no tenían pulgares, ni las manos soportaban cargar un bolígrafo, mucho menos tenían el raciocinio para poder pensar más de dos letras seguidas y apenas si podían pronunciar su habitual maullido.
Soy más inteligente de lo que crees.
¿Sería una broma pesada? Era lo más seguro, pero su mente se negaba a creerlo. La parte de él que aún tenía un poco de cordura le gritaba que ignorara la carta, que olvidara su contenido. Pero la parte que ya la había perdido por completo le gritaba que decía la verdad, que creyera en las palabras.
Se levantó, decidido a prender la televisión y ver algún programa que le hiciera olvidar lo sucedido. Camino mientras refregaba sus ojos y bajo las escaleras. Cuando llegó a la primera planta observó de manera inconsciente la ventana que daba a la calle. Estaba solitaria y la única señal de vida que había en el barrio eran las luces prendidas en las demás casas. Se quedó ahí un rato antes de negar con la cabeza y dirigirse al sillón, pero un sonido volvió a atraer su atención.
Un auto se parqueó al lado de la acera al frente de la casa de Mary y se quedó por un buen rato. Ángel se puso uno de los abrigos colgados en la sala y cuando tuvo sus llaves en mano, salió al exterior. Se sentó en los escalones, mientras esperaba que alguien saliera del auto.
Y así fue. Pudo ver la larga caballera de Mary salir, antes de hacerlo por completo. Ángel no pudo evitar ver su reloj: eran las ocho y aun no se presentaba algún indicio de que algo malo estaba por suceder. Pero aquel pensamiento fue el detonador.
Mary camino un poco y empezó despedirse con la mano, y cuando estuvo ya a unos pasos del vehículo, una explosión se escuchó y llamas empezaron a nacer del coche. Mary estaba en el piso y Ángel observaba la escena con una expresión de terror. Entre las llamas el calor y las cenizas que empezaban a esparcirse, pudo ver una nota escrita con escarlata.
Número uno.
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Cuando los gatos van al cielo
Mystery / ThrillerCuando Mary Morgan mata a su gato a sangre fría y lo entierra en el patio de su vecino; este decidirá enviarle cartas que tienen como emisor a la mascota. Pero las cosas cambian cuando Ángel empieza a recibir cartas enviadas por el animal. Y aunque...