XXXII

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Jimin nunca había esperado que lo llevara a casa con él. Obviamente, su departamento era su santuario privado con límites que los clientes nunca podían cruzar.

Pero él quería su compañía esta noche. Sin decir nada, simplemente abrió la puerta de la calle y subió a las escaleras hasta su departamento. Entonces Jimin fue con él.

Su apartamento no era como él había imaginado. No era oscuro, con muebles viejos. El loft estaba abierto y bien iluminado, con techos altos, y ventanas enormes, ductos expuestos y pisos de madera envejecida. Lo había amueblado con finas piezas, las líneas de la mesas, sillas y estantes tenían siluetas marcadas con detalles. Tenía pinturas al óleo en las paredes y libros apilados en todas partes.

Era casi tan bello y urbano como Yoongi. Jimin lo amó de inmediato. Se dio cuenta de que el lugar se parecía más a Yoongi, al Yoongi real y no la imagen resbaladiza que él mantenía.

Jimin estaba demasiado molesto y preocupado por él para complacer su curiosidad natural y mirar en cada esquina. Se detuvo en el medio del piso y esperó a que Yoongi sacara una botella de Merlot de su estante lleno de vino, la abrió y sirvió dos copas.
Llevó el vino sobre el sofá bajo y le hizo un gesto a Jimin para que se sentara. Luego puso los vasos y la botella en la mesa de café y fue a encender música suave.

Ambos se sentaron y bebieron su vino en silencio. Jimin no tenía idea de qué decir, ni idea de qué hacer. Quería tanto ayudar y consolar a Yoongi, pero se sentía impotente e incapaz.

Yoongi se sentó y meditó, terminando dos copas de vino y comenzando a servirse de nuevo.

Jimin tragó saliva.

—¿Hay algo que pueda hacer?— Preguntó.

Él negó con la cabeza ligeramente y sólo se quedó mirando.

—Lamento que tuvieras que ver eso. Mi padre.

El nudo que se había acumulado en la garganta de Jimin desde abajo en la acera amenazó con estrangularlo al ver su dolorida aquiescencia, ante su profunda convicción de que no valía la pena preocuparse.

—No me importa. —Dijo Jimin inclinándose hacia él en su urgencia. Su rostro se torció mientras trataba de controlar sus emociones. —Yoongi ¿estás bien? ¿Quieres hablar acerca de ello?

—No. —Luego suavizó la palabra cortante y la expresión cerrada con un tono ronco. —Gracias.

—Bueno.

Jimin no tenía idea de qué hacer. Quería tirar de él en sus brazos, consolarlo con su cuerpo, pero temía que se apartaría de su contacto. Las defensas de Yoongi  eran altas, y él sólo era su cliente.
Nada en su relación le dio el privilegio de consolarlo de esa manera.

Así que se limitó a sentarse en silencio y dejar que el rico vino se deslizara por su garganta. Después de varios minutos largos, Yoongi habló.

—Lo odio—, ahora estaba mirando al piso, obviamente imaginando la cara de su padre.

—Lo sé. Tienes todas las razones para hacerlo. Yo también lo odio. — Jimin sólo conocía a Min Jungwoo por su reputación. No importaba. Odiaba al hombre más de lo que podía recordar odiando a alguien. —Por ti.

Esto hizo que Yoongi volteara sus ojos hacia él. Sus miradas se mantuvieron durante demasiado tiempo; él estaba angustiado, absolutamente desgarrado. Luego susurró:

—Nunca puedo odiarlo lo suficiente.

Un pequeño sollozo se alojó en la garganta de Jimin mientras procesaba las implicaciones de sus palabras. No podía odiar a su padre por completo. A pesar de todo. Una parte de él todavía deseaba el amor de su padre.

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