—Judith, es hora de comer —me llama mi madre.
Estamos todos sentados en la mesa de la cocina. Comer con mi familia es uno de mis momentos favoritos. Siempre surgen temas de conversación interesantes con Rodrigo y mi madre. Tomás no participa de las conversaciones, pero agradezco mucho su presencia. Tiene ocho años y no habla, pero se balancea mucho. Tiene un retraso mental grave. Todo fue bien hasta el día que tuvo que salir del útero de mi madre. Lo tuvo muy difícil. Una fuerza invencible lo retuvo dentro con el cordón umbilical alrededor del cuello y cuando consiguieron sacarle ya casi no respiraba. Pero se aferró a la vida y hoy sigue con nosotros.
Mi hermano y mi madre no tardan en darse cuenta de mi enfado y rabia:
—¿Qué te pasa, princesa? Tienes los ojos como un semáforo en rojo —pregunta mi madre.
—La gilipollas de Sandra ha vuelto a subir una foto burlándose de mí en Instagram porque me vieron saltando charcos y mojándome.
—Que la jodan —dice mi hermano.
—Por favor, Rodrigo, no metas más leña al fuego. Judith ya tiene suficiente —dice mi madre.
—¿Y cómo podemos joderla, Rodrigo, si todo le sale bien, si todos le ríen las gracias, si todos le tienen miedo? —pregunto.
—¿Qué tiene contra ti, tesoro? —pregunta mi madre con la voz más dulce que se pueda imaginar.
—No lo sé, mamá. No le hablo, no la miro, no le río las gracias... Para mí es la persona más insignificante y aburrida que he conocido en mi vida. Parece hecha en serie, sacada de una telenovela mediocre, rodeada de gente todavía más mediocre. No me interesa nada, no me resulta atrayente nada de lo que dice o hace. Es vulgar y demasiado normal. —Elevo el tono mientras acabo la frase.
—Pues está claro que esto es lo que no soporta de ti: que no la admires. Te siente como una amenaza. En la vida, desafortunadamente, hay muchas personas así: no dejan libres a los demás y los quieren dominar y forzar para atraerlos y, claro, esto no funciona —me aclara con mucha serenidad.
—¿Y qué hago, mamá? ¿Le digo todo el día que me resulta admirable? Además, después de lo que le hicieron a Juan, me parecen las personas más crueles del mundo.
Le cuento lo sucedido a mi familia.
Juan estaba encantado. Se sentía importante y parte del grupo más popular del instituto. Lo invitaban a todas las fiestas y parecía que ya formaba parte de la corte. Gonzalo le empezó a hablar de Lucía y de que estaba loca por él y esta, por su parte, se acercaba a Juan y le cuchicheaba cosas bonitas al oído ante los ojos atentos de la reina madre y su corte. Él se embriagaba con estos comentarios de la primera dama de honor que le hacían creer lo que no era. Todos se miraban entre sí con expresión de burla. Tenían un plan macabro.
Gonzalo le hizo creer que, en la próxima fiesta en casa de Paula, Lucía le estaría esperando desnuda en una habitación. Juan, después de varias copas, entró a tientas donde él pensaba que su amada lo esperaba. Estaba nerviosísimo. No sabía ni cómo quitarse la ropa. Con timidez, se metió en la cama y tocó al ser que tenía al lado. Para su sorpresa, era algo peludo. De repente, se encendió la luz y descubrió con estupor que era el oso de peluche más grande que podía imaginar y que más de diez personas rodeaban la cama gritando y riéndose. Juan se quedó paralizado. El shock fue tan brutal que se orinó encima. Estuvo más de una hora sin poder moverse. De hecho, se fueron todos de la habitación y Juan seguía inmóvil al lado del oso. Su cerebro no tenía capacidad de reaccionar. ¿Todo lo vivido durante meses anteriores era falso? ¿De quién había sido la idea del oso?
La imagen de Gonzalo burlándose de él y brindando con Sandra al grito de «¡lo conseguimos!» se le grabó a fuego. Se sintió más solo que nunca y una especie de rabia muy triste se le atragantó durante meses. Mientras, la monarquía festejó esta humillación por todo lo alto. Habían hecho fotos que dieron la vuelta por el instituto durante más de un año. «A Juan le ponen los osos amorosos» era el mensaje adjunto.
En cuanto nos enteramos, fuimos todos a su casa. Lloraba de rabia y vergüenza por habérselo tragado todo, se lo recriminó a sí mismo durante meses. En parte nos alegró recobrar a nuestro amigo, aunque hubiéramos preferido que no fuera a un precio tan alto.
—¡Qué pedazo de capullos! Vamos a tramar un plan, una estrategia infalible. Conozco a estos tipos... También yo los he sufrido —dice mi hermano con mucha determinación.
—¿Un plan? ¿Qué quieres decir? —pregunto.
—Seguro que encontramos la manera de que aprendan la lección y dejen vivir a la gente en paz. Ya verás...
—Rodrigo, no líes a tu hermana que ya lo está pasando muy mal —dice mi madre.
—No es ningún lío, mamá; más bien es no dejarse pisar y usar la inteligencia para hacerse respetar. Lo peor es acobardarse. ¿Cuándo pueden venir tus amigos a casa? Seguro que se nos ocurrirá algo.
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Impopulares - ¡A la venta en Amazon Kindle!
Short StoryEste libro va de los que nadie habla, de los que pasan desapercibidos en una clase, y por eso reciben caña, demasiada caña para ser callada. Somos los Impopulares, y compartimos nuestra historia, con sus luces y sombras, pero nuestra historia irrepe...