Capítulo 5: La verdad

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—El 25 de mayo, fui a casa de Sandra para hacer el maldito trabajo en grupo. Yo no quería ir porque pensaba que podíamos adelantar mucho por nuestra cuenta, pero ellos se empeñaron. Intentaron abusar sexualmente de mí.

Cuando oigo estas palabras me entra un mareo difícil de explicar. De repente, siento que me voy lejos del banco donde estamos sentados. Es como si mi alma se hubiera subido al árbol más alto del parque y desde allí nos contemplara. Sigue diciendo algo que no escucho.

—Me sorprendió mucho que, cuando llegué, estuvieran también Natalia y Lucía, pues no eran parte del grupo. No las esperaba y me empecé a poner nervioso porque presentí una encerrona, pero por gilipollas y por un miedo a no sé qué continué allí. Tardábamos mucho en empezar el trabajo y me dijeron que era porque Gonzalo y Sandra se estaban liando y teníamos que esperarlos. En ese momento me entró una rabia que ardía en mi interior porque me sentí engañado y me estaban haciendo perder mucho tiempo. Me tendría que haber largado y decirles que la próxima vez quedábamos en una biblioteca y que fuéramos todos puntuales. Pero ¿sabes qué, Judith? Reprimí mi enfado, me lo tragué, lo metí en el armario y lo cerré con un candado. Me hizo tanto daño encerrarlo. ¿Por qué tantas veces no pedimos lo que de verdad necesitamos? Me negué a pensar que me estaban tomando el pelo. Me hacía demasiado daño pensar que podían estar riéndose de mí y empecé a hacer como si no me estuviera afectando. Me dio tanto miedo, Judith, ser impopular, que pensaran que era un colgado, que no me comía un rosco... Me traicioné y os traicioné. Ha sido esta traición a vosotros la que me ha hecho encerrarme. Es de lo que más avergonzado estoy.

Tengo que hacer un esfuerzo terrible por no defenderlo y decirle que no es fácil, que le habían hecho una encerrona, que no se culpe tanto, pero algo me dice que Diego necesita abrirse sin tapujos y sin paños calientes.

—Así que, cuando me ofrecieron una cerveza, acepté; me la bebí del tirón y empecé a notar que, una vez me llegaba a la sangre, mi rabia y mi miedo se iban neutralizando. Y, además, tenía la falsa sensación de que éramos amigos, de que todo fluía. Podía hacer desaparecer todo mi malestar sin mojarme, era una delicia. Supongo que este es el éxito del alcohol: te ahoga las penas sin mojarte, sin tener que cambiar nada de tu vida. La cosa se iba poniendo más caliente y después de cuatro o cinco cervezas llegaron los porros. Yo ya estaba demasiado confuso para irme y ellos lo sabían. Y empezaron a pasarse el porro haciendo el boca a boca. Cuando quise darme cuenta, tenía a Natalia encima de mí dándome un morreo. Un olor a podrido me llegó hasta lo más hondo de las fosas nasales y al cerebro y todavía a veces me viene este olor cuando me siento amenazado. Era el olor del asco, la rabia y el miedo juntos... Huele, de verdad, peor que a huevo podrido, nunca había olido algo así. Cuando quise reaccionar estaban todos a mi alrededor, también Gonzalo y Sandra, jaleando y animando a Natalia a seguir. Te juro que parecían salidos del infierno, gritaban y el eco me impactaba una y otra vez en el cerebro, me golpeaban sus gritos hasta lo más profundo y me hacían un daño terrible. Eran peor que un navajazo, eran puñetazos hasta lo más hondo... y, a cada grito, yo más desaparecía y me confundía. Natalia me sacó los zapatos y me bajó los pantalones. Yo empecé a forcejear, quise irme, pero Gonzalo y creo que también Jaime y Lucía me sostenían por detrás y no me dejaban moverme, eran muchos. Sandra lo grabó todo con su móvil.

—¿Quéééé? —se me escapa.

—Sí, lo grabó todo con el móvil. Y, entonces, toda la combinación hizo que mi cuerpo no lo soportara más, Judith, y pasó lo que nadie esperaba y es que me vino una arcada monumental y poté todo lo que tenía en la barriga encima de Natalia, con salpicón incluido a los demás. Y ese día había comido un buen plato de paella. Creo que vi un mejillón en la cabeza de Sandra. —Me guiña un ojo.

No sé si reír o llorar. No entiendo cómo todavía le queda espacio para el sentido del humor.

—Fue el mejor vómito de mi vida. Te lo prometo, Judith, fue un vómito magistral.

Ahora sí que me hace reír.

—Se alejaron de mí y empezaron a quejarse. Me subí los pantalones y me puse las zapatillas más rápido que en un partido de baloncesto y cuando me levanté del sillón, sin que pudiera ni reaccionar, le arranqué el móvil a Sandra y salí corriendo y nunca más me vieron y no me verán hasta que yo quiera.

Me quedo sin palabras. Sigo sin palabras y acabo sin palabras. Me rueda una lágrima y luego otra y luego otra. Nos abrazamos y lloramos juntos.

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